Hoy exponemos en casa de la señora María
El artista y comisario Daniel Silvo, cuya suegra es la dueña del pisito, decidió 'ocuparlo' con arte Sin perder la atmósfera de decadencia y soledad, todo presenta ahora un aire distinto con las obras
La señora María pasó toda su vida en un pisito de 50 metros cuadrados de la calle Alcalá de Madrid, en el número 273, a la altura del metro El Carmen, en el 3º izquierda. Allí vivió con sus padres y hermanos, allí creció, allí conoció las visitas de un mozo que le hacía tilín, hasta que se enteró de que era casado y la decepción fue tal que no quiso volver a saber nada de hombres, allí siguió tras morir los padres, allí se peleó con sus hermanos por la herencia de una tienda de materiales de construcción, desde allí se fue quedando cada vez más sola, en sus 50 metros cuadrados de paredes empapeladas de florones, cocina de butano, desvencijadas persianas de madera y una renta antigua de unos pocos euros al mes. Hasta los 89 años. La señora María era desconfiada, y subía y bajaba las escaleras de la comunidad con la cabeza gacha. Murió en diciembre. Y antes de reformar la vivienda y sacarla de nuevo al mercado, el artista y comisario Daniel Silvo (Cádiz, 1982), cuya suegra es la dueña del pisito, decidió ocuparla unas semanas, hasta el próximo sábado, día 19, y cederla a una docena de artistas para mostrar sus obras, “como una suerte de homenaje a la señora María”.
Obras antes de las obras. Según Silvo, “la exposición gira en torno a la soledad, la mujer y la estética de la época que vivió, la posguerra, la dictadura, la transición... Cambios políticos que ella vivió sola y aislada, y, por qué no, con miedo y desconfianza”.
Alcalá, 273. Tocamos el timbre en el portero automático. Atiende Daniel Silvo. Subimos las escaleras. Tercero izquierda. Es día de tormenta en Madrid, de un inusual calor pegajoso. La puerta está abierta. El mueble de la salita de estar, los apliques de la pared y el triste baño del fondo con los sanitarios en color verde hablan de una señora mayor. Sin perder la atmósfera de decadencia y soledad, todo presenta ahora un aire distinto con las obras de Juan Ugalde, Carlos Martiel, Kristoffer Ardeña, Nuria Fuster, Maria Anwander, Antoine Renard, Maria Kracikova, Yoshida Shigeki, Marta Soul, Marco Godoy, Julio Falagan y Ángela Cuadra.
Además, hoy está programada una acción de Anak + Monoperro en el cuarto oscuro, el que sirvió de verdadero espejo a las arrugas de la señora María: cuantas más tenía, más se le vaciaba la vida y más se llenaba esta habitación de objetos inservibles apilados bajo el llamado síndrome de Diógenes.
Habla Silvo, gafas de pasta, jersey a pico: “Es una exposición en una casa marcada por las esperanzas y frustraciones de una mujer, que han quedado guardadas en los papeles pintados de las paredes, iluminadas por candelabros eléctricos y al calor del brasero. Rendimos homenaje a una mujer que vivió su juventud en los años 50, con las esperanzas puestas en una vida entregada a un marido y unos hijos, aunque todo le salió mal, y se quedó sola. En la recuperación de la estética vintage que se da en nuestro joven siglo XXI olvidamos muchas veces lo trágico de muchas vidas que atravesaron la España de aquella época con ideales y aspiraciones frustradas. Nos quedamos con una España ye-yé, idealizada, escenificada por Alfredo Landa y con música de Las Grecas, pero han quedado ocultas las tragedias cotidianas de los ciudadanos anónimos”.
Es el contrapunto a la tendencia de recuperar lo vintage con la frivolidad de lo friki y la celebración de lo hortera, sin pensar que esas décadas en España fueron realmente muy grises.
Kristoffer Ardeña (Filipinas, 1976) ha llenado el mueble-bar de la casa con objetos como libros, muñecos, un juego de café, un hórreo souvenir y flores de plástico, que desprenden una nostalgia claustrofóbica. La obra Kitchen debate de Ángela Cuadra (Madrid, 1978) proyecta en la cocina de butano las imágenes que protagonizaron Nikita Kruschev y Richard Nixon en 1959, donde el presidente norteamericano llevaba la Guerra Fría al ámbito doméstico al explicarle al soviético el funcionamiento de una casa moderna estadounidense para darle a entender las ventajas del capitalismo.
Rendimos homenaje a una mujer que vivió su juventud en los años 50 Daniel Silvo
Antoine Renard (París, 1984) ha sustituido las bombillas por zanahorias en los apliques de pared; a medida que pasan los días las hortalizas se van despachurrando. Las fotografías de la serie Idilios de Marta Soul (Madrid, 1973) exhiben la experiencia romántica del amor a partir del beso como acto supremo de ese encuentro con el otro. Seguramente la señora María se habría sentido muy extraña acogiendo esas imágenes en el pasillo de su casita cuadrada, en la que se cuela el ruido de los coches y gente de paso de la bulliciosa calle Alcalá. Siempre para ella fueron gente de paso.
La casa de la señora María se ha unido a otra serie de iniciativas en Madrid que tratan de esquivar los latigazos de la crisis y el cierre constante de espacios privados dedicados a la creación de talentos emergentes. Hasta su decoración de señora mayor recuerda a la residencia de artistas Felipa Manuela, un piso antiguo en el barrio de Delicias, en la calle Ferrocarril, que conserva las figuritas de porcelana y butacas de doña Felipa Manuela, que vivió ahí 50 años, hasta que en 2001 la trasladaron a una residencia de ancianos, donde murió poco después. La casa, con capacidad para dos personas, ofrece residencias de hasta dos meses a artistas y comisarios para que desarrollen proyectos in situ de creación e intercambio cultural; bajo la coordinación de Andrea Pacheco, últimamente han pisado sus suelos de baldosas mujeres como Susana Bañuelos y Carla Rebelo.
Con ese mismo espíritu de papel pintado, adornos kitsch y muebles de los sesenta/setenta, encontramos La Casa de la Portera, en La Latina, en la calle Abades, más centrada en el microteatro, con dirección artística y programación a cargo de José Martret y Alberto Puraenvidia.
Y en este circuito que podríamos denominar off-off, también debemos detenernos en La Casa Franca, en la calle Valverde, en la trasera de la Gran Vía; un espacio privado coordinado por Jorge de la Cruz y abierto desde el año pasado a reuniones de artistas, talleres, sala de exposiciones, debates, teatro íntimo, que apunta a propuestas que enfoquen temas de aislamiento, intimidad y tabú.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.