Volver a los 17
Primer amor parece emanar sin esfuerzo alguno del alma de su protagonista Camille, interpretada por una gran Lola Créton
“Volver a los 17 después de vivir un siglo / es como descifrar signos sin ser sabio competente / volver a ser de repente tan frágil como un segundo / volver a sentir profundo como un niño frente a Dios, / eso es lo que siento yo en este instante fecundo”, canta la voz de Violeta Parra en Primer amor. En sus palabras están cifrados el sentido y la ambición del tercer largometraje dirigido por Mia Hansen-Løve. También está la medida de un logro heroico que, a primera vista, no parece tal y, por tanto, resulta mucho más meritorio. La directora ha partido de sus propias experiencias para narrar el primer amor, sus fases de deslumbramiento, distanciamiento y ruptura, pero colocándose en la posición ingenua de su alter ego, volviendo, en suma, a los diecisiete, a la limpieza de esa mirada adolescente, a la electricidad del primer goce carnal, pero también a esa vulnerabilidad de todo lo amplifica y que traduce cualquier detalle aparentemente minúsculo en insalvable melodrama privado.
PRIMER AMOR
Dirección: Mia Hansen-Løve.
Intérpretes: Lola Créton, Sebastian Urzendowsky, Magne Havard Brekke, Serge Renko.
Género: drama. Francia, 2011.
Duración: 110 minutos.
En su anterior trabajo, la estupenda El padre de mis hijos (2009), Mia Hansen-Løve abordaba un tema espinoso en clave luminosa, sin sucumbir al potencial melodramático de un punto de partida que también se nutría de sus propias vivencias: en ese caso, su breve relación profesional con el productor Humbert Balsan, que puso fin a su vida en 2005. La cineasta hablaba de la muerte colocando su mirada sobre la herencia vital, sobre la supervivencia del ausente a través de su legado creativo, pero, sobre todo, de la herencia afectiva en su entorno inmediato. Tras la interesante, pero todavía no notable Tout est pardonée (2007) —centrada en la relación entre un toxicómano y su hija—, El padre de mis hijos se afirmaba como una sorpresa infrecuente: una mirada precozmente madura entregada a esquivar lugares comunes para proponer un cine humanista, civilizado, luminoso y recorrido por una gran sabiduría vital.
Frente a la película anterior, Primer amor parece jugar en desventaja, porque aquí no entran en aparente conflicto el tema y el tono, pero Mia Hansen-Løve logra exiliar toda retórica y toda melaza del resultado final, apelando a los registros fundacionales de la Nouvelle Vague pero sin rendirse al ejercicio de estilo. Primer amor parece emanar sin esfuerzo alguno del alma de su protagonista Camille, interpretada por una gran Lola Créton, pues la puesta en escena parece construirse en perfecta sintonía con su trayecto sentimental de la dependencia a la madurez. Como si hubiese aplicado la teoría arquitectónica que escucha Camille a la construcción cinematográfica, Mia Hansen Løve ha logrado hacer una película que mantiene un equilibrio perfecto entre la memoria y la acuática fluidez de la vida.
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