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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un desnudo de mujer

Manuel Rodríguez Rivero

Hay libros que logran capturar el espíritu de una época, pero eso solo puede saberse más tarde. Ahí tenemos, por ejemplo, El cuaderno dorado, la revolucionaria novela de Doris Lessing de la que este año se conmemora el cincuentenario. Vuelta a leer ahora, cuando no pocos de los temas y motivos que brotaban en sus páginas se han convertido en tópicos y truismos del diálogo social y hasta de los talk-shows televisivos, sorprende la incomprensión —y hasta la agresiva hostilidad— con que fue recibida por la mayoría de la crítica de su tiempo.

Las razones de ese rechazo son complejas. La propia autora proporciona una explicación general en el inteligente prefacio que escribió en 1971: “Algunos libros”, dice, “no se leen correctamente porque se han saltado un estado de opinión y dan por hecho la cristalización en la sociedad de informaciones que aún no han tenido lugar”. Resumiendo: hay libros que no pueden leerse bien porque se adelantan a su tiempo.

Pero también existen motivos más concretos. El libro apareció a principios de los sesenta, en lo que las historias del feminismo denominan “segunda ola del movimiento de las mujeres”, y cuando, en todo caso, el poder patriarcal no había perdido casi ninguno de sus tradicionales bastiones ideológicos y sociales. Para muchos críticos y lectores no resultaba fácil asumir una novela en la que, mediante personajes interpuestos pero con insólita franqueza, su autora hablaba sobre temas tan conflictivos y socialmente inconvenientes como la sexualidad femenina (incluyendo la masturbación o los problemas para alcanzar el orgasmo), las insatisfactorias relaciones con maridos y parejas, o los sacrificios y renuncias que la (sacrosanta) maternidad impone a las mujeres que deciden tomar en sus manos las riendas de su propia vida.

Pero había algo más: el libro fue publicado en 1962, un año particularmente crítico en la larga guerra fría en que habían ido a parar las relaciones entre los dos bloques política y militarmente hegemónicos. Y cuando todavía estaban asimilándose las revelaciones contenidas en el demoledor informe secreto de Nikita Kruschov ante el XX Congreso del PCUS (1956). En una Europa proclive al sobresalto en la que amplios sectores de la izquierda continuaban hipnotizados por la retórica liberadora del comunismo, gustó muy poco el valiente alegato de Lessing contra el estalinismo y, por extensión, contra el partido comunista, en el que había militado, igual que la protagonista de su libro. Ese fue, además de la franqueza sexual, otro de los motivos por los que el libro tardó casi 10 años en ser traducido en Alemania y Francia (donde, sin embargo, se había publicado El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, en 1949). Y aún menos brillante fue su destino en España, donde no apareció hasta 1978; en primer lugar a causa de la censura franquista, pero más tarde por su “inoportunidad” política en un escenario en que los comunistas contaban todavía con una importante e ideologizada clientela.

Esos dos componentes dificultaron la comprensión de algo también importante. El cuaderno dorado es una novela literariamente ambiciosa en cuya complejidad técnica se resumen muchas enseñanzas y lecturas (más de Chéjov o Tolstói que de Jane Austen) y en la que se pone en cuestión la forma misma y la validez del género novela. Un libro ambicioso y escrito con pasión (y elevado componente autobiográfico) que utiliza el pastiche y la parodia, y en el que se exponen ficcionalizados (y, por tanto, subrayados) algunos de los más íntimos anhelos y sentimientos de las mujeres, haciendo trizas el pacto de silencio impuesto por el establishment crítico y literario. Y todo eso en el aparente caos y dispersión que conforman una novela corta (irónicamente titulada Mujeres libres) y cuatro cuadernos (negro, rojo, amarillo y azul) en los que la narradora fragmenta su historia y su experiencia, y que solo terminan organizándose en el cuaderno final, que es, precisamente, El cuaderno dorado, perfecta metáfora de la mujer que finalmente ensambla todas las parcelas de su experiencia.

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