Cuatro canciones rompecorazones
Murió Chris Ethridge el lunes 23 de abril, en su Meridian natal, con 65 años. Los obituarios dan el obligado listado de sesiones, la nómina de artistas de primera división que requirieron sus servicios como bajista. Sospecho que minusvaloran su máxima aportación creativa: la alianza con Gram Parsons. Juntos compusieron cuatro de los temas más memorables del filón del country-rock. ¿Puede haber una canción más devastadora que Hot burrito # 1, alías I’m your toy?. Una petición de reconciliación, una confesión de celos sexuales, una promesa fútil de buen comportamiento. Todo en tres minutos y medio.
Alto, delgado y callado, Chris Ethridge parecía un good old boy de Misisipí más. Pero era uno de aquellos intrépidos que cruzaron la barrera racial para entrar en los barrios negros, para disfrutar de ese rhythm and blues que comenzaba a denominarse soul. Se fue hacía Los Ángeles como bajista de Johnny Rivers, un cantante comercial con buen olfato para el talento. Chris allí conoció a otra alma gemela. Sureño de Florida, Gram Parsons amaba el country pero su concepto de la Cosmic American Music pasaba por la asimilación del soul.
Parsons era un niño rico y malcriado, poco dado al trabajo duro. Necesitaba colaboradores, se llamaran Chris Hillman o Chris Ethridge, para materializar sus fantasías. No solo para terminar canciones. Tirando de encanto personal, Parsons podía convencer a los Flying Burrito Brothers para que se pusieran los audaces trajes de Nudie Cohn, pero eso no bastaba. El contacto con A & M Records, el ansiado contrato de grabación, vino a través de Chris, que conocía a Michael Vosse, cazatalentos de Herb Alpert y Jerry Moss para asuntos rockeros. Cabe imaginar el sobresalto de los capos máximos de A & M al encontrarse con unos jipis vestidos de estrellas vaqueras, unos hedonistas que hablaban de Los Ángeles como Sin city, la ciudad del pecado, merecedora de un terremoto.
¿Una broma? Puedes sacar al chico del Sur geográfico pero no puedes sacar el Sur cultural del ADN del chico. El concepto estaba allí –sentimentalismo country con arrogancia rock- y no faltaban las canciones o la imagen. El problema era que aquello no caminaba: poco ensayados, con tendencia a ponerse ciegos antes de los conciertos, daban actuaciones penosas. Los jefes de A & M se marcharon a mitad de su presentación, en el Whiskey A Go Go. Podían tener las groupies más hermosas en primera fila pero no sonaban.
Ethridge y Parsons sumaron el sentimentalismo country a la arrogancia del rock
Parsons ejercía de diletante dorado. Su idea de la profesionalidad tendía hacia lo elástico. Por ejemplo, se le olvidaba todo si le invitaban a una sesión de grabación de los Rolling Stones. Cierta noche, en Los Ángeles, los Burritos actuaban pero Gram no quería moverse: decidió que era más divertido seguir la juerga con los forajidos ingleses. Hasta que Mick Jagger le hizo ver el compromiso que tenía con sus compañeros: “un cantante no deja colgado a su banda”. Avergonzado ante el chorreo, aceptó cumplir.
La psicología popular alega que Jagger recelaba de la atracción entre Parsons y Richards. Puede también que adivinara que, como decía otra canción (Christine’s tune) que Gram compuso con Ethridge, aquel sureño encantador era un demonio disfrazado. Los Stones, por muy deteriorado que estuviera Keith, mantenían una ética de trabajo y aspiraban a un nivel de excelencia en discos y directos. Parsons nunca corría la carrera completa. Desperdiciaba ideas, saboteaba el proyecto común, vivía en la fantasía del artista genial que se redimía en el último momento.
Chris Ethridge, aunque no rechazaba la fiesta, tenía un concepto más disciplinado de la música, al viejo estilo. Y aseguraba que no encontraba hueco para su forma de tocar bajo en la elementalidad rítmica del country. Se marchó, aunque volverían a coincidir en el futuro, cuando Parsons ya funcionaba como solista. De esa temporada data una de sus mejores colaboraciones, She, publicada a comienzos de 1973. A Parsons le quedaban ocho meses de vida.
Babelia
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