Almibarada apoteosis de Manzanares
"Fue la suya una tarde completísima de un torero en estado de gracia, que ha caído de pie, y vive un momento esplendoroso"
José María Manzanares vivió una tarde gloriosa en la Maestranza sevillana. Cortó cuatro orejas, se lo llevaron a hombros por la Puerta del Príncipe y consiguió que la plaza entera saliera toreando por la ribera del Guadalquivir. Fue una corrida preciosa en la que un público arrollador y entusiasta vivió una de esas sorprendentes y emotivas historias para contar.
Fue la de Manzanares una tarde completísima de un torero en estado de gracia, que ha caído de pie, y vive un momento esplendoroso, acompañado por esa santísima trinidad del toreo que forman sus tres subalternos de a pie, Trujillo, Curro Javier y Luis Blázquez, y dos apóstoles en forma de picadores, que son Chocolate y Barroso.
Todo comenzó con sabor a triunfo con unas ajustadas verónicas y elegantes chicuelinas de salida al primer toro. Y terminó, a la muerte el quinto, con el matador y sus subalternos en el centro del ruedo, monteras en mano, respondiendo a una atronadora ovación de la plaza puesta en pie, feliz y agradecida. Encaminado era el nombre de su primero, que cumplió en el caballo y permitió que Talavante se luciera en unos lentísimos delantales. Se dolió en banderillas, y llegó a la muleta con las fuerzas muy justas, y una bondad infinita; una exquisitez para paladares exigentes. Y Manzanares, que es pura elegancia, preñado de buen gusto e inspiración, lo toreó por ambas manos con armonía y empaque. Y los tendidos se volvieron locos. Mató mal de una estocada tendida en la suerte de recibir, pero dio igual.
Del Río/Padilla, Manzanares, Talavante
Toros de Victoriano del Río, mala presentados, mansos, blandos, descastados y muy nobles; destacaron segundo y quinto.
Juan José Padilla: pinchazo y estocada (ovación); gran estocada (ovación).
José María Manzanares: estocada tendida (dos orejas); estocada (dos orejas): Salió a hombros por la Puerta del Príncipe.
Alejandro Talavante: gran estocada (oreja); pinchazo y estocada (palmas).
Plaza de la Maestranza. 20 de abril. Noveno festejo de abono. Lleno.
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Y salió el quinto, Jerezano, al que veroniqueó aceleradamente; tras mansear en el caballo, llegó el tercio de banderillas y se produjo uno de los momentos más bellos que se puedan presenciar en una plaza de toros: la perfección bajó del cielo para inspirar a Juan José Trujillo en dos pares auténticos, de poder a poder, un tercero del mismo tenor de Luis Blázquez, y el manejo prodigioso del capote de Curro Javier. Las palmas echaban humo y apagaron los ecos de la música, que quiso estar presente en evento tan singular. Jerezano era de andares lentos, y Manzanares lo estudió, lo mimó, lo cuidó, y dibujó con él unos cuantos derechazos inmensos y una tanda de naturales henchidos de solemnidad. Las dos orejas se las entregó al doctor Ramón Vila, exjefe del equipo médico, a quien le había brindado la muerte del toro.
Este es el toro que gusta hoy: con cara y trapío de novillo, sin casta, con las fuerzas justísimas y con una clase excepcional. Vamos, que el lote de Manzanares se parecía a un toro bravo y encastado como un huevo a una castaña. Dos ovejitas obedientes y dulces de corazón que permitieron que un artista jugara al toro con ellas. ¿Dónde está el toro vibrante, encastado y codicioso? ¿Dónde el toro desafiante y poderoso y el torero heroico?
Este es el toreo de hoy, que más se parece a un paso de ballet que a la lucha entre un animal bravo y noble y un ser humano. Lo de ahora, lo de ayer, es otra cosa; es almíbar, hermosa, dulce y empalagosa, pero nada vibrante. Priman el buen gusto y la elegancia, pero no hay emoción, ni conmoción, cimientos del toreo de verdad.
Honor y gloria a Manzanares, y que dure muchos años. Pero el toreo auténtico nunca fue cursi, y el suyo se asoma, -elegantemente, eso sí- a ese bello precipicio.
Reapareció Juan José Padilla y se ha convertido en el torero más aplaudido de la feria. Hasta siete grandes y sentidas ovaciones de cariño recibió a lo largo de su actuación, un dechado de entrega, de vergüenza y buenas maneras. Le tocó el peor lote, veroniqueó con limpieza, banderilleó con soltura y clasicismo a pesar de algún fallo, y muleteó con buen son. Estuvo muy por encima de un lote insulso y parado.
Y Talavante cortó una merecida oreja a otra ovejita que salió en tercer lugar, y se aburrió con el parado sexto.
Babelia
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