El Rey está desnudo
Uno de los cuentos que Günter Grass ha dibujado con más frecuencia y delectación es el famoso apólogo sobre la desnudez del Rey de quien todos celebran la fastuosidad de sus vestimentas hasta que un niño advierte la realidad: el Rey está desnudo.
Su ahora famosísimo poema sobre la amenaza de que la confrontación Israel-Irán acabe en una situación de enorme gravedad mundial ha desatado una reacción de extrema virulencia en torno al escritor, cuya obra fue coronada con el Nobel cuando acababa el siglo XX.
Günter Grass ha sido denunciado por medio mundo como el autor de una agresión intolerable a Israel. Y para ilustrar el desmán del autor sus más locuaces adversarios han utilizado, sobre todo, un elemento del pasado de Grass, que perteneció al final de su adolescencia (tenía 17 años) a las fuerzas armadas de Hitler, el terrible líder nazi.
Como no era suficiente con recordar ese punto oscuro del pasado del autor de El tambor de hojalata, los críticos de su posición se hicieron críticos de poesía, y lanzaron contra él los denuestos que ya están impresos y que han dibujado al escritor como un poeta inepto, incapaz de hacer versos o por lo menos de hacerlos como ellos (los críticos) creen que deben hacerse los versos. No sólo es perverso, nazi, réprobo antidemócrata que quiere ver bajo la bota nazi (todavía) al pueblo judío, sino que además es un poeta insoportable. Estese callado.
Entre los muchos reproches que ha recibido Grass (aparte del repudio que ha merecido por parte de las autoridades israelíes, que lo han declarado persona non grata), se ha señalado reiteradamente aquel terrible punto negro: su militancia en las SS. Según los críticos (los de poesía también), ese extremo era suficiente como para Grass se callara, imagino que para siempre y desde siempre, al menos desde los diecisiete años.
Los que lo tratan de avergonzar con el importante detalle de ese pasado alevoso subrayan un extremo que me permito puntualizar, aunque incluso los críticos más terribles de la prosa de su vida lo habrán podido escuchar de su voz, que Grass jamás ocultó, al menos desde los años cincuenta que, en efecto, fue soldado juvenil en aquella fortaleza carcomida que representó el ejército nazi. A los diecisiete años.
No lo calló, al contrario, lo ha proclamado tanto que extraña que aún no lo registren ni quienes afirman, en sus escritos, que conocen bien su historia, la de réprobo y asesino. Lo dijo primero en una radio de Berlín, lo explicó luego en distintas conversaciones (con Nicole Casanova, por ejemplo, en 1980), lo señaló en su conjunto de metáforas sobre el siglo XX (Mi siglo, 1999) y finalmente lo escribió en su libro de memorias Pelando la cebolla. Dio tantos detalles (suyos, y de su familia, y de los sufrimientos de ésta) de lo que vio en la guerra que era imposible pensar que este hombre quisiera disfrazar con otro ropaje el hecho de que fue soldado de Hitler.
Cuando apareció en este último libro, en el periodo en el que ya Grass era Nobel, la prensa fue alertada y en torno a esos párrafos en el que el escritor volvía sobre ese lado oscuro de su vida, se precipitaron contra él los que ya le tenían ganas y se unieron a ese coro de indignados otros que quizá lo estaban esperando. Y entre lo peor que se dijo de él es que, en efecto, hasta ese momento no había dicho ni media palabra. No fue suficiente que él dijera que eso no era cierto.
Ahora Grass ha escrito este poema sobre la amenaza nuclear, ha dicho que Israel dispone de la bomba atómica, que se enfrenta, como sale todos los días en la prensa que él también lee, a la del “fanfarrón” iraní, y que ese es un peligro que debe denunciarse como una amenaza potencial a la humanidad, a la que Alemania contribuye dotando de material para armamento de ese tipo a uno de los contendientes en una batalla que ahora es, por fortuna, tan solo verbal.
Es como si Grass señalara la luna, o como si dijera que el Rey está desnudo cuando muchísima gente renuncia a mirar la luna o como si todo el mundo pensara que el Rey está ricamente vestido. El debate no es pues la luna ni el vestido, sino el dedo y el niño, y contra el dedo han ido. El propio Grass ha dicho, después de publicar sus tan polémicos versos, que quizá en vez de decir “Israel” en el poema tenía que haber hablado del Gobierno de Israel. Sin duda hubiera hecho bien el viejo poeta. Pero a la vista de la reprimenda universal que ha recibido por advertir que ve un peligro donde otros lo ven solo a él desnudo y con Hitler seguramente el diapasón de los ataques no hubiera bajado demasiados decibelios.
Se trata de que no hable, nunca. Por mal poeta, por hablar a destiempo, por no darse cuenta de que una vez cometido un error, ya es erróneo hasta respirar.
Babelia
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