Con Paco en el recuerdo
Inglaterra hubiese sido un buen lugar para este actor elegante, de voz imponente y espíritu irónico
Todavía sobrecogida por la noticia paso el día, lo pasamos, rumiando la pena de saber que cuando volvamos a España ya no podré llamarle, ni escucharé su voz teñida de reproche diciendo, “hija, me tenéis olvidado”, con el mismo tono con el que los tíos solteros hablan a unos sobrinos siempre olvidadizos. Pero no era cierto. Paquito Valladares sabía que era la primera persona a la que llamaba después de a mi santo padre.
Todavía sobrecogida por la sensación de que esta misma tarde será incinerado siento que una vez más me encuentro en otro sitio de donde desearía estar y me pongo a escribir esta despedida. Paco, Paquito, estará acompañado de cómicos, de viejos y de aspirantes, de todos esos amigos incontables que había sabido atesorar. A mi mente vuelven, a modo de homenaje íntimo, todas aquellas travesuras que hicimos en TVE, cuando trufábamos el programa de la Campos con pasillos cómicos; veinte años hace, cuando la tele era más inocente y en un programa de tarde estaba permitido perder el tiempo haciendo sketches o interpretando escenas de Tono, Mihura, Poncela y Alonso Millán, que Paco seleccionaba con mucho mimo. Lo suyo era el humor del absurdo, y en ese terreno congeniamos al instante. Recuerdo una frase de “Francisca Alegre y Olé” de Tono. El protagonista está a punto de suicidarse de un tiro en la cabeza y en esto entra Francisca y le dice: “Anda, tonto, trae la pistola y se la damos al primer pobre que pase”. Esos diálogos estaban hechos para él, porque todo lo que tenía de grandón lo tenía de ganso. Inglaterra hubiera sido un buen país para este actor elegante, de voz imponente y espíritu irónico. Pero como tantos grandes hubo de conformarse con esa España pobre en la que se crió.
Paco se fue sin el reconocimiento que se merecía por algunos disciplentes con el teatro comercial
De niño se iba con toda la chiquillería a la calle Narváez a esperar a que llegara el galán de entonces, Alfredo Mayo, para comprobar si al natural también lucía la ceja levantada, como en las películas. Y sí. A los galanes de la posguerra nunca se les bajaba la ceja derecha. Paco era un gran narrador. Sus memorias hubieran hecho competencia con las de Gila. Paco decía: “Ay, hija, yo he tenido mucha suerte en la vida, era pobre, sí, pero como tenía el culo gordo el encargado de la noria de mi barrio me dejaba montarme gratis para hacer de contrapeso”. Una tarde me llamó desde el coche: de camino a Tele 5 había visto la noria en un descampado de desguace. Vio la noria como Heston ve la estatua de la libertad al final de El Planeta de los Simios, la señal dolorosa de un mundo acabado. Pero sí, tuvo suerte, su físico imponente y su voz poderosa le llevaron al teatro muy joven y fue el actor que inauguró los estudios de Prado del Rey: “Fui la voz de Dios en muchas películas”. Cierto, cada Semana Santa escucho la voz de Paco hablando desde el cielo. Como bien decía Rosana Torres en su necrológica, Valladares hizo de todo, sabía cantar, bailar y tocaba con igual entusiasmo lo profundo y lo frívolo. De vez en cuando se permitía un viaje a Nueva York o a Londres para empaparse de teatro musical. Nunca dejaba de ser elegante y decía, con guasa, que si le daban a elegir prefería morirse de un infarto para no deteriorarse. Qué rara suena esa broma suya ahora. Estoy segura que expiró impecable.
Muchos han sido los recuerdos que sobre él han compartido los cómicos estos días. Y es que Paco, llamado Paquito por la mayoría, estuvo siempre: no había un pasado sin él y parecía no haber futuro. Era un hombre estancado en su físico de galán. Las señoras le adoraban como si fuera un hijo, sin darse cuenta de que muchas eran más jóvenes que él. “Yo era el mayor de mis hermanos, pero con los años se han hecho muchísimo más viejos que yo”, decía. Se ha ido con 76 años juveniles.
“ Que coño importan los expertos y los enteraos, Paco, ¡te has ido con el premio del público!”
En la despedida todos los que le quisimos compartimos la pena y un regusto amargo: Paco no fue premiado o agasajado como merecía. Eso le producía una honda melancolía. Por qué no decirlo. Más allá del cariño que provocaba en la gente común no tuvo ni un solo reconocimiento oficial. Tampoco las secciones de cultura se solían hacer eco de sus trabajos, que fueron muchos hasta el final, como todas esas primorosas grabaciones, que costeó de su bolsillo, de una poesía española que conocía a fondo. A veces renegaba de ese Paquito querido por todo el mundo pero al que nadie se veía obligado a reconocer su valía públicamente. Nosotros le reñíamos de vez en cuando para que no se engolfara en esa nube que ensombrecía su ánimo.
Por eso quiero rescatar ese otro lado, el que queda ensombrecido por su cordialidad pública: Paco era un hombre lúcido, crítico, ajeno a las gregarismos del oficio, independiente políticamente, gran lector, curioso, presente en todos los estrenos de sus compañeros. Qué costaba haberle premiado su valía, su excelencia recitando, su larga trayectoria. Qué les costaba a algunos actores jóvenes, mimados y algo displicentes con el teatro comercial haberle tratado con la consideración que merecía. Puede parecer triste despedirse así de personaje tan vitalista pero tenía la obligación moral de decirlo. Eso sí, del cariño que ha despertado su muerte no hay duda: “Qué coño te importan los expertos y los enteraos, Paco, ¡te has ido al otro mundo con el premio del público bajo el brazo!”.
Babelia
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