Una camelia para Josep Maria Planes
En 1931, Josep Maria Planes tenía 24 años e ignoraba que así que pasaran cinco años caería en un pozo profundo. Según Jordi Finestres, autor de Memoria de un periodista asesinado, Planes “se peinaba con brillantina al estilo Gardel; vestía camisa blanca de seda de Casa Furest, corbata negra de casa Comes y americana inglesa de la sastrería Klein: las fotos nos lo muestran con una copa de whisky en la mano y un Camel sin filtro en los labios”. Josep Maria Planes se autodefinía como “periodista mundano”. A los 22 años había comenzado a trabajar en la mítica revista Mirador; al año siguiente participaba en la constitución de Acció Catalana. A los 23 se fue a París como corresponsal de La Publicitat.
En Barcelona había conocido a su primer maestro, Josep Maria de Sagarra. En París conoció al segundo: Paul Morand. La impronta de Sagarra es obvia en su estilo, bañado en alcohol de monóculo. De él tomará las cadencias, las metáforas imprevistas, el gusto por los destellos de color y la ironía retórica. De Morand aprenderá que hay que llevar una vida veloz y escribir una prosa eléctrica.
Planes apenas dormía. Por las mañanas dirigía El be negre, el temido y popularísimo semanario satírico que fundó con un grupo de amigos. Un aperitivo en el bar americano del Colón, comida en el Glacier, breve siesta, y a media tarde se dejaba caer por la redacción de Imatges, una de las mejores revistas ilustradas de la época, que también dirigía y donde publicaba crónicas deportivas. Al anochecer quedaba con Sagarra y recorrían los cabarés de la ciudad. De sus crónicas noctámbulas en La noche y Mirador surgió Nits de Barcelona, editado por la Llibrería Catalònia en 1931. Durante mucho tiempo fue inencontrable, hasta que en 2001, la editorial Proa lo recuperó en edición facsímil: catorce estaciones imprescindibles de la noche barcelonesa de la época, una Barcelona que, dos años antes, había conocido los fulgores de la Exposición Universal y que, como su autor, tampoco parecía dormir.
Leyendo Nits de Barcelona descubrimos unas Ramblas perdidas, donde brillaban el Cafè Català y el Excelsior, con aquel limpiabotas que había sido fraile, Fray María de la Concepción, y lustraba zapatos “por la costumbre de estar arrodillado”. Y más abajo, en el Chino, el fulgor canalla del Eden Concert, y de la Criolla de la Calle del Cid, aquel tugurio de palmeras falsas y música estridente que fascinó a Genet, y del Villa Rosa, cabaré flamenco que Sagarra retrató en Vida privada.
En 1934, Josep Maria Planes se convirtió en pionero del periodismo de investigación y publicó en La Publicitat una treintena de reportajes sobre “la criminalidad disfrazada de ideología”, bajo el título de Els gangsters de Barcelona, también exhumado (al igual que Planes d'esport) por la benemérita Proa en 2002. El último de aquellos reportajes, donde revelaba la participación de la FAI en el asesinato de los hermanos Badía, fue su perdición. Amenazado de muerte, una milicia faísta le localizó en el piso donde se ocultaba: el 24 de agosto de 1936, recién cumplidos los 29 años, su cuerpo apareció en una cuneta de la Rabassada con siete disparos de pistola en el parietal izquierdo. A modo de despedida, una imagen. Planes y Sagarra están a las puertas del Glacier. Ya es muy tarde; Planes está cansado, pero Sagarra quiere seguir la juerga. Planes se saca la camelia del ojal del frac, se la da a Sagarra y le dice: “Toma, acábatela”. Ahora que tanto se habla del esplendor de la No Ficción ¿quién se anima a editar en castellano las crónicas y reportajes de Josep Maria Planes?
Babelia
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