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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un resistente de la memoria

La poeta y editora rememora cómo conoció a Tonino Guerra, "el comienzo de esta historia de amor y fascinaciones"

Tonino llegó a nuestra vida como siempre llegaba a todas partes: conmoviendo, embriagando. Fue un domingo en casa de Margarita Hierro y Manolo Romero. José Hierro estaba sentado en un sillón de espaldas a la luz y en el sofá de enfrente Manolo leía en voz alta los poemas que Juan Vicente Piqueras les había enviado desde Italia. Nos leyó La Miel de un tirón. Pepe se secaba las lágrimas a manotazos y yo lloraba sobrecogida. Lloraba igual que todos. Fue uno de esos días mágicos en que sabes positivamente que algo ha cambiado dentro de ti; que algo ha llegado para arrebatarte, desligarte de lo cotidiano y hacerte mejor. Ese algo se llamaba Tonino Guerra. Luego se publicó el poemario y Tonino y su mujer, Lora, vinieron a Madrid. Y ese fue el comienzo de esta historia de amor y fascinaciones.

Tonino llegó como una exhalación. Nos habló de cine, de Antonioni, de Fellini, Nos contó historias del desierto, de Moscú, de los viajes, de los sueños, y de su amor por la buena gente. Y cuando hablaba lo hacía como si se tratara de una ceremonia. Dibujaba con las manos el paisaje, los personajes e incluso los sentimientos de los personajes los perfilaba Tonino con las manos y los quiebros de la voz. Nos contaba historias antiguas y a la antigua usanza, como esos viejos narradores de nuestra niñez que nos encantaban al calor de la lumbre con sus historias... Y como el flautista de Hamelin nos llevó por el mundo cómo y cuando le dio la gana hasta dejarnos sin sentido de la realidad o del tiempo.

Por aquellos días, después de conocerlo, volví de nuevo a ver algunas de sus películas (La Noche, Amarcord, Los Girasoles, Crónica de una muerte anunciada...) y ya nada fue igual. Yo veía a Tonino por todas partes, oía a Tonino por todos los rincones de las salas de cine. Tonino estaba allí, subido a un árbol, sonriendo como un bobo, con unos pechos descomunales, la tierra de Tonino, el aire de Tonino, la tristeza de Tonino. Su capacidad para fabular, para reinventarse las cosas, estaban allí impregnando las escenas con su magia.

Porque uno no ve las cosas con los mismos ojos después de conocer a quien las hizo, sobre todo si quien las hizo es un hombre especial como él. En sus viajes de ida y vuelta del campo a la ciudad y de la ciudad al campo, Tonino hizo abstracción de la realidad, le ha dado un nombre y la ha devuelto a su lugar original. No ha intentado embellecerla ni cambiarla ni despojarla de lo suyo; sencillamente la ha mencionado y al hacerlo la ha hecho invulnerable. Los mirlos no dejarán de cantar, ni las abejas dejarán de hacer la miel de Santarcangelo porque Tonino los nombre; pero Tonino si que ha cambiado por el hecho de haber mirado el mundo con esa mirada nueva que hace diferentes las cosas y las personas y que ahora nos hace cambiar a nosotros porque ya las hemos conocido transformadas y protegidas por la coraza de su memoria.

La editora publicó La miel en el dialecto de Tonino Guerra, el romañolo

Este campesino de manos grandes y ligeras que contaba las historias palmoteando y gesticulando como ya lo hicieran un día sus padres y sus abuelos, ha vuelto a su pueblo para enseñarnos su casa; para abrirnos las puertas, las ventanas, las grietas de las paredes y de su alma que son las mismas grietas, y desde allí, hacernos mirar el mundo que habíamos perdido, no el mundo irreal de los paraísos infantiles, sino el mundo real, el que un día fue nuestro y luego perdimos por desidia o abandono.

Y por eso a Tonino la poesía le nacía en el dialecto de su pueblo, Santarcangelo di Romagna, donde vino al mundo en 1920. Escribía y hablaba en romañolo porque esa era la lengua de su infancia, de sus seres queridos; porque esa es la lengua que le enseñó a sobrevivir en los campos de concentración en los que inventaba y recitaba poemas a sus compañeros de prisión no para hacerles olvidar sino, al contrario, para que la memoria de lo suyo les diera fortaleza y alegría. Tonino abandonó la lengua oficial, el italiano, para escribir con la misma lengua que hablaba, el romañolo.

Usaba el dialecto para hacer poesía lo mismo que hicieran Pier Paolo Pasolini y Cesare Zavattini, porque el dialecto, todos los dialectos, ya no pertenecen al mundo real; en su pérdida está la tragedia de la cultura moderna y quienes lo saben intentan recuperarlos como un último acto de resistencia, como un símbolo o como una necesidad de reconocimiento de la verdadera identidad frente a la masacre de las culturas globalizantes y deshumanizadoras; en resumen, como un acto poético.

Por eso la poesía de Tonino no son sólo recuerdos, olores a leña y a fuego en la chimenea; no son sólo los cuentos al calor de la lumbre y la voz de la madre en la penumbra meciéndole una nana; la poesía de Tonino son imágenes que ha reproducido para nosotros en guiones de cine, son palabras que ha recuperado para traernos en ellas el olor de los membrillos, los dedos de Filomena, los gatos en el melocotonero, el aleteo de los mirlos, los nidos de golondrinas, las piedras de una pared, el agua de la lluvia, los pedos cantarines del hermano, el sol.... El mundo de Tonino está poblado de iglesias abandonadas, de arañas, de cucarachas durmiendo en las grietas de la pared, de gusanos, de luciérnagas y mariposas que no van a ninguna parte. Y todo eso cobra un relieve especial cuando su memoria recorre de nuevo los caminos de la infancia y de la adolescencia.

 Cuando uno ve una película de Tonino puede reconstruir los versos de sus poemas y cuando lee sus poemas uno puede reconstruir las imágenes de sus películas. Hay una simbiosis muy particular entre su poesía y el mundo que nos describe en sus guiones; un mundo poético en el que los personajes hacen y dicen cosas que sólo una mente rica en símbolos y metáforas puede concebir: viejos tristes, solitarios, confundidos en el tiempo; locos extraordinarios que asesinan para llegar a ser alguien en la sociedad o se suben a los árboles para pedir a gritos una mujer; silencios rumorosos de ciudades que vibraron con himnos y banderas; y música, música.... Y una larga lista de testimonios que en el largo corredor de la memoria colectiva son algo más que fotografías.

Tonino recoge las palabras, los territorios de la memoria, los retazos de un mundo perdido y del que sentimos el desarraigo y por ello la necesidad de su recuperación, y nos los devuelve como quien entrega un relevo porque hay en él la imperiosa necesidad de que la luz no se apague. El mundo se pierde, se desvanece poco a poco, y Tonino lo sabe. Conoce el mundo y sabe porqué se desmorona: porque lo abandonan los mismos que un día lo habitaron. Tonino sabe que sólo la memoria puede volver a ocupar los rincones perdidos de la infancia y lo hace con el corazón; se entrega a la dura tarea de reconstruirnos un mundo que él sabe olvidado pero que se empeña en recuperar utilizando una lengua también olvidada. La lengua y las imágenes nos las trae Tonino con tanto cuidado que los recuerdos se convierten en pequeños milagros.

La voz de Tonino se levanta como un grito de alerta. Reclama en sus poemas la atención que merecen las cosas cotidianas: los elementos culturales de una tradición que se desvanece sin que nadie se de cuenta. Tonino nos incita a la desobediencia, a rebelarnos contra la certidumbre civilizada y canonizada por los papanatas de la modernidad. Nos obliga a asomarnos a las ventanas de su corazón para ver el mundo de nuevo con la mirada de la añoranza, de la ironía, de la ternura... Y así sobrevivir en esta enorme prisión que nos priva poco a poco de recuerdos.

Elsa López es poeta y editora. Publicó La miel en el dialecto de Tonino Guerra, el romañolo.

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