El Cid aprovecha la nobleza de sus dos toros
El cartel del día de San José no llenó pero la corrida tuvo las fuerzas justas Faltó la chispa necesaria para emocionar
Sorpresa: el cartel del día de San José no llenó. Más de media entrada pero sin llegar a los tres cuartos: primer pinchazo. De los tres hierros propiedad de Pedro El Capea se lidiaron seis dijes de toros. De bonitas hechuras y puntas finas. Los tres primeros, más justos de presentación; los de la segunda parte, de mayor apariencia. Pero la corrida tuvo las fuerzas justas. Pasaron por el primer tercio como simple trámite burocrático y derrocharon bondad en el último tercio. Unos duraron más, otros menos, y el sexto apenas llegó con resuello a la muleta. Gotearon todos calidad, pero, al fin y al cabo, un goteo. Les faltó la chispa necesaria para emocionar.
De los seis toros, el lote de El Cid tuvo el plus de brillo que le faltó al resto. El segundo, muy abanto de salida como el resto, destapó sus encantos por el pitón izquierdo. Por ahí lo vio claro El Cid. De las cuatro series con la zurda, la tercera fue la más redonda y lograda. Muy toreado el toro por ese pitón. Sobre la diestra, El Cid blanqueó la faena a base de circulares y detalles de mayor galería. Y siempre quedó la impresión de una aplastante superioridad del torero.
MATEO, LORENZO, PELAYO / PONCE, CID, LUQUE
Dos toros de San Mateo —primero y sexto—, tres de Carmen Lorenzo —segundo, cuarto y quinto— y uno de San Pelayo —tercero—. Justos los tres primeros y más aparentes el resto. Muy nobles pero de fuerzas justas.
Enrique Ponce. Pinchazo y entera (palmas); —aviso— entera algo desprendida (oreja).
El Cid. Estocada trasera —aviso— (oreja); entera pasada (oreja).
Daniel Luque. Entera tendida en el espinazo —aviso— y descabello (silencio); pinchazo y entera (silencio).
Plaza de Valencia, 19 de marzo. 11ª de feria. Casi tres cuartos.
El quinto planteó su juego al revés: más entregado por el lado derecho y muy corto por el otro. La faena de El Cid cambió de planteamiento. Ahora fue sobre la mano diestra por donde más influyó. No hubo serie completa al natural, por donde el toro levantaba la mirada. Otra vez dominio absoluto del torero, que se gastó sus concesiones en unos rodillazos más de desprecio que de reto y ya con el toro muy agotado.
La primera faena de Ponce no contó por la escasa emoción del toro, que además tenía muy poca fuerza. Enorme superioridad de Ponce, que dio la impresión de acabar hasta aburrido. El cuarto no descolgó pero tuvo cierto aire para la muleta. Toro más aprovechable, en fin. Ponce lo apabulló y sacó el partido que tenía el toro, que no terminó de entregarse por el pitón izquierdo. Quiso adornar la faena con el pase de las flores y los dos primeros intentos no resultaron: a la tercera, sí. La última serie con la derecha, de mayor ajuste, cerró el asunto. El toro, nunca forzado por Ponce, duró más de lo previsto.
Daniel Luque ni entendió al bondadoso tercero ni se le vio claro de ideas en el sexto. En aquél compuso postura. Mucho oropel. Perdido lo fundamental de la faena, se movió entre los pitones del toro. Ni conmovió ni arrancó un olé. El sexto fue toro de nada por aquí y nada por allá. Luque no encontró soluciones y se perdió en una absurda búsqueda de la nada.
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