Bienvenida sea la polémica
'C(h)oeurs’, de Alain Platel, desata la primera gran polémica de la era Mortier en el coliseo ¿Dónde se sitúan los límites ante los desencuentros artísticos?
La polémica, la confrontación de ideas, el debate intelectual y algún escándalo artístico han jalonado la carrera de Gerard Mortier. Desde la Monnaie de Bruselas al Festival de Salzburgo, su estilo y, a veces, un público excesivamente conservador han configurado parte del ADN de su éxito en los teatros que ha dirigido. En el Real permanecía inmune a la bronca del respetable. Inmune y huérfano, porque el pataleo le enardece como nada. Ni siquiera la controvertida El rey Roger de la temporada pasada, que venía precedida de una fuerte división de opiniones en París, soliviantó los ánimos. Ahora, con un espectáculo que ha segmentado radicalmente las opiniones en lo artístico, inspirado en las últimas revueltas que ha vivido el mundo, musicalmente tejido con los grandes coros de las obras de Wagner y Verdi e ideado con la discutida y feísta visión de la danza de Alain Platel, todo ha cambiado.
El sábado pasado se aplaudía el final de cada escena y parte de una platea insólitamente joven (quizá por ser el día de la retransmisión mundial) despidió a Platel puesta en pie. En anteriores funciones, en cambio, las abultadas deserciones e iracundas interrupciones han sido la norma. Hubo hasta quien una noche quiso poner una reclamación a la salida. Nunca le sucedió algo así a Mortier en Madrid. Y es ahora cuando volverán a sonar los viejos ecos de los tambores de guerra contra su proyecto. Más allá de la mejor o peor fortuna artística de este espectáculo, la polémica en torno a C(h)oeurs sirve de ariete para el ataque intelectual e ideológico a su promotor.
La crítica española, incluidas las publicadas en este periódico, ha cargado sobre una propuesta considerada radicalmente fallida. Ya sea en su totalidad o en la indisimulable pérdida de ritmo de su segunda mitad. Sin embargo, la prensa extranjera, desde el Frankfurter Allgemeine Zeitung a The Wall Street Journal, la han defendido. ¿Por qué este debate sano y fructífero, que debería ceñirse al plano artístico, se utiliza todavía ideológicamente? La ópera es pasión. Y no hay pasión sin bronca y división. Así que bienvenida la polémica. Ya era hora. El teatro se ha llenado de público joven (aunque la ocupación haya sido del 80%, un 10% menos que la media en ópera) que ha trasladado el runrún sobre lo que sucede en el Real a la calle y a la universidad. ¿Es eso suficiente? ¿Aunque sea a costa de lo que muchos consideran un espectáculo fallido? Bien, quizá convenga ampliar la definición de éxito.
Da la impresión de que, a veces, se utiliza una propuesta artística, más o menos acertada (el coro, que en esta ocasión baila y se desplaza por todo el escenario, parece incuestionable), para debilitar un proyecto cuya tercera y clásica temporada (2012-13) tiene asignada, en parte, la misión de bálsamo para el silencioso escozor que ha recorrido el patio de butacas. A Mortier siempre le han buscado las vueltas desde su llegada a Madrid. Ahora volverán a la carga, con la disculpa de la polémica de C(h)oeurs. Todo ello con Plácido Domingo, que nunca ha dejado de sonar para ocupar su lugar, a la vuelta de la esquina para cantar en Cyrano de Bergerac. El Real ha vivido a lo largo de estos años propuestas más complicadas y subidas de tono. Algunas pasaron sin pena ni gloria ni apenas repercusión en la prensa extranjera. C(h)oeurs viajará a festivales de Alemania, Holanda, Viena y a la Monnaie de Bruselas, donde podrá reeditar este debate. Últimamente, algunos defendían que Mortier había fracasado en su proyecto madrileño al no levantar ni un solo alboroto. Puede ser. Pero ya ha obtenido su trifulca; y sus enemigos, la excusa perfecta para reanudar la guerra.
Babelia
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