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El año en que el pop y el rock cayeron del escenario

La industria de la música en vivo sufre el mazazo final tras tres años de recortes Las asociaciones del sector cifran en 70 millones de euros la deuda de los ayuntamientos Los más damnificados son las pequeñas empresas de producción y los artistas medianos

ÀNGEL SÁNCHEZ

La sensación general es de pánico, que aumenta exponencialmente según la dependencia del consultado del dinero público. La industria de la música en directo en España sufre la ruina del gran patrón que la ha construido y mantenido viva durante la democracia: los ayuntamientos. “Cuando llega la transición surge la administración como empresario del espectáculo que se carga un circuito completamente consolidado de salas enormes por toda España. De repente, los ayuntamientos descubren que la música, especialmente si es gratis, da votos y los empresarios caemos en lo cómodo. Te lo ponen fácil, tienes garantías de cobro… Porque nadie nos obligó, entramos porque nos dio la gana. Ahora quiebra la administración y quiebra nuestra empresa. Hemos creado un monstruo que nos ha devorado a todos”, dice Emilio Santamaría, presidente de A.R.T.E., la asociación de Representantes Técnicos del Espectáculo que agrupa a más del 80% de los profesionales que se dedican a la música en directo. “Es difícil de cuantificar, pero creemos que la deuda de los ayuntamientos es de alrededor de 70 millones de euros, la gran mayoría con nuestros asociados. Estamos al borde de la extinción. Ha llegado la glaciación y nos ha pillado en calzoncillos”.

La glaciación de la que habla es el fin de un modelo de negocio. La situación en la que los ayuntamientos demandaban un producto, la música en vivo, de las charangas a las grandes estrellas, y las empresas del sector actuaban como proveedores. Algo que funcionó mientras funcionó: “Como dice Escohotado: ‘No hay veneno, hay dosis. Y nos pasamos con la dosis’”, explica Paco López de Atraction, una compañía de management “a la vieja usanza”. “Lo que comenta Emilio es cierto, hubo una escena de música ligera en los sesenta y setenta que fue fagocitada por el dinero público. Pero ahí no entraba el pop rock. A un tipo con cresta los porteros con pajarita no le hubieran dejado pasar. Esto empieza en los tiempos de Tierno Galván [alcalde de Madrid desde 1979 a 1986] con una directriz para los ayuntamientos socialistas: que el 25% del presupuesto para espectáculos públicos fuera destinado a pop rock. Eso posibilitó la Nueva Ola, que estaba anclada en el Rockola y dos garitos fuera de Madrid. Los grandes iconos del pop español -Nacha Pop, Loquillo, Hombres G o Mecano- no hubieran existido sin esa política musical de llevar el rock a las plazas de los pueblos. Fue un apoyo excepcional que posibilitó que hubiera empresas: técnicos de sonido, de luces”.

Las partidas municipales de cultura dedicadas a la música en vivo iban directamente reseñadas como gastos. No se consideró la necesidad ni de recuperar el dinero que se había invertido, ni de crear una estructura. “Es un poco el reverso tenebroso: Si no hubiera habido ese apoyo, la música no estaría donde estaba. Pero con el tiempo esos gestores culturales concienzudos que pretendían crear un nuevo planteamiento cultural y artístico lo único que querían era traer al grupo de moda que sonaba en la radiofórmula, para hacerse la foto y salir en el periódico. Algo que era positivo se convirtió en una cosa manida y sin sentido. Y hace tres años se acabó todo”, concluye López.

Con la crisis se produjo el cierre de grifo. Porque la música fue la primera afectada. “Llevamos tres años recortando. Se ha puesto de moda este año, pero en 2009 ya empezó a producirse. En lo práctico, a nivel de números, una ciudad que tenía un presupuesto de 200.000 euros para su semana de fiestas ahora va a dedicar 30.000”, explica el presidente de A.R.T.E.

Con la administración pagando a nueve meses, como mínimo, cuando no a dos o a tres años, si se cobra, las más dañadas son pequeñas empresas como Asikem que vive directamente de las fiestas que organizan los distritos de Madrid. “Salen los pliegos de condiciones, nos presentamos y si ganamos lo hacemos todo: el escenario, los camerinos, los fuegos artificiales, artistas, orquestas…”, explica Cristina de Santiago, la dueña y única trabajadora fija. Asegura que el ayuntamiento de Madrid le debe 250.000 euros y eso le coloca en una situación desesperada. “Me decían que no me significara que me podrían represaliar, pero ¿Cómo? ¿Qué más me pueden hacer? Yo estoy dispuesta a empujar como sea”, asegura.

Para explicar lo dramático de la situación resulta esclarecedor el comunicado colgado en la web de A.R.T.E.y firmado por la junta directiva: “El problema es que los ayuntamientos han dejado una deuda millonaria, no a quién exigía cobrar por adelantado, sino a otros artistas menos mediáticos que se están abriendo camino o, ya de vuelta, trabajan por módicos cachés para sobrevivir. A orquestas compuestas por músicos que viven de un modesto sueldo, a compañías teatrales nada notorias, pero igualmente nutridas de actores en busca de su oportunidad, a empresas pequeñas que montan todo tipo de infraestructuras como escenarios, camerinos, iluminación, sonido, aseos y un sinfín de servicios”.

La Asociación de Promotores Musicales (APM) corrobora que durante 2011 el número de conciertos experimentó un descenso del 18,3% respecto al año anterior. La facturación bajó un 12,6% . En números absolutos, de 2010 a 2011 se pasó de 4.987 conciertos promovidos a 4.072. En millones de euros, los ingresos menguaron de 205 a 180. “Es una bajada importante. Pero parte de la mengua de ingresos se explica por la reducción del precio de las entradas. Y la mengua de la programación continuada de invierno en muchos casos redunda a favor de la asistencia a festivales”, dice el promotor Enrique Calabuig. Bajo su punto de vista la crisis ha motivado un cambio en los hábitos de consumo. “El festival es una alternativa de ocio para el consumidor. Con una cantidad menor de dinero puedes ver más cosas en tiempos de ajuste, cuando la gente no llega a todo. Ojo, los festivales que siguen, porque los que dependían de la financiación pública, tienden a desaparecer”.

 La consecuencia para los supervivientes de esta debacle es que ha desaparecido la contratación directa. El famoso caché. Cobras y te olvidas de si el bolo va bien o mal. Ya no son proveedores. Ahora son promotores y se ven obligados a correr con los riesgos de una mala venta de entradas, explica Calabuig. “La contratación prácticamente ha desaparecido. Hemos de dirigirnos al modelo anglosajón de financiación mixta. Se trataría de dejar de cargar los directos a las partidas presupuestarias, pero que se nos den facilidades para la inversión. Por ejemplo, las administraciones públicas tienen espacios interesantísimos donde la empresa privada puede generar negocio.Hay oportunidades porque hay público”.

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