Coriolano, carlistón, confederado y samurái
Àlex Rigola ha presentado (Salt / Lliure) una versión minimalista de 'Coriolano' Con ocho actores, siete sillas (hora y diez) esqueletiza un tanto el texto de Shakespeare Pero Joan Carreras te clava en la butaca
1 Para Brecht, Coriolano era un tirano derrotado por la dinámica de la lucha de clases (plebeyos contra patricios). Para los fascistas mussolinianos, era un líder militar traicionado por los parlamentarios. Tras ver al formidable Joan Carreras, en el reciente montaje de Rigola, encarnando al personaje shakespeariano como un joven hidalgo, altivo, desdeñoso y desconcertado, con perilla, melena y ojos encendidos, pensé en un protagonista romántico condenado por sus propios demonios y, sobre todo, españolísimo. O vasquísimo: no me costaba nada imaginar a Coriolano con la boina roja de Zumalacárregui, porque el perfil carlista le viene al pelo: el general heroico y reaccionario que desprecia al pueblo, rechaza los protocolos políticos y acaba echándose al monte. Para redondear el cuadro, veía a Mercè Aránega, que interpreta a Volumnia, su madre, y pensaba: “Es la amatxu por antonomasia”. (Si no les gusta la transposición carlista, prueben la versión sudista e imagínense a Coriolano / Carreras como el militar confederado que interpretaba Richard Harris en Mayor Dundee: también funcionaría). Rigola plantea su lectura de la tragedia shakespeariana como un debate sobre los peligros que pueden acechar a la democracia (esencialmente, la manipulación política de los ciudadanos), pero diría que no acaba de atinar con el foco. Apunto dos razones posibles: a) la reducción del texto es excesiva: en una hora y cuarto no acaban de verse con claridad los movimientos dialécticos de las cuatro fuerzas en conflicto (pueblo, tribunos plebeyos y patricios, y Coriolano, claro) y b) nuestro corazón (ya que no nuestra cabeza) está con el antihéroe, cuyo devenir dramático es tan poderoso que desdibuja cualquier debate: siempre nos han seducido los personajes que no están donde les corresponde, desde Jerjes a Eddie Carbone. Los patricios se han equivocado de candidato: es un hombre de acción, no un cónsul. Y cuando el tren de la historia, conducido por los plebeyos, avanza hacia él a toda máquina, reacciona como el maño del chiste: “Chufla, chufla, que como no te apartes tú…”. Coriolano es antiheroico porque no es lúcido ni reflexivo. Tiene la furia obstinada de Timón de Atenas (que no en vano es la obra precedente de Shakespeare) y el orgullo suicida de Ricardo II, pero sin la grandeza de Lear ni el angelismo de Otelo. Víctima de su educación y su carácter, es incapaz de pactar o volver sobre sus pasos: cuando lo hace, muere. Exagerando un poco, podría decirse que el gran guerrero sigue siendo un niño que busca, patológicamente, complacer a mamá. Héroe de mil batallas, le veremos caer dos veces vencido por la palabra: la primera, al entrar en ese juego parlamentario que ni acepta ni comprende; la segunda, después de su traición, cuando renuncia a su venganza sobre Roma tras el discurso de su madre. Esa sí es una gran política: en su discurso último (hablo del original) sabe conjugar emoción y retórica y consigue la salvación del Estado a costa de destruir a su hijo.
El papel de Volumnia me pareció recortadísimo: es una lástima tener a una actriz como Mercè Aránega y utilizarla para enviar telegramas
2 Àlex Rigola ha concebido su espectáculo, coproducido entre el Canal de Salt y el Lliure, con austeridad de colegio mayor (espacio vacío, un gong, siete sillicas), levemente desmentida por un letrerazo con la palabra “democracy” (¿por qué en inglés?) que, cuando gira, arroja luces y sombras sobre los rostros de los actores: bonita metáfora. Su texto es, como señalaba al principio, una reducción / adaptación a partir de la soberbia versión catalana de Joan Sellent, diría que la misma que utilizó Lavaudant cuando montó la obra en el TNC. Los ocho actores no doblan personajes: son ocho, a secas, de los veintitantos que conforman la obra original. Siete sentados, y Volumnia / Aránega de pie, controlando la partida desde un rincón (o como si hubiera perdido en el juego de las sillas). Tono pausado, contenido, casi susurrado, como si estuvieran representando una obra de Eliot. Patricios y plebeyos (Oriol Guinart, Alícia Pérez, Jordi Puig, Santi Ricart, Marc Rodríguez) están muy bien, hablando con claridad, para hacerse entender. A veces esa loable voluntad provoca un cierto apalanque, como le sucede a Alícia Pérez, excelente actriz que encarna a Sinicio y coloca excesivas pausas entre frases (e incluso entre palabras); otras veces, la dicción se vuelve confusa y solapada en las aceleraciones de las batallas, que Rigola representa utilizando guantes rojos de boxeo o catanas de kendo. Ni calvo ni siete pelucas: hay un término medio entre la jarana colegial y la sacramentalidad samurái. Lo que echo en falta: a) la relación entre Coriolano y Tulio Aufidio, el general enemigo, una muy compleja mezcla de odio, admiración y espíritu de casta, como en La gran ilusión, de Renoir, que aquí desaparece casi por completo: Tulio Aufidio ha sido sustituido por un lugarteniente, encarnado por Aina Calpe con más potencia física que verbal; b) el papel de Volumnia me pareció recortadísimo: es una lástima tener a una actriz como Mercè Aránega y utilizarla para enviar telegramas (algo más largos de lo habitual, pero telegramas al fin); c) Coriolano traga al final porque Volumnia le dora muy bien la píldora, pero también porque se hace acompañar de Virgilia, su esposa, y Marcius, su hijo pequeño, para ablandarle. En el original no es que digan mucho, pero su presencia es, diría yo, fundamental. Aquí no salen ni en videoconferencia. ¿Qué es lo que más me gusta de Coriolano? Joan Carreras y Joan Carreras y Joan Carreras. Ya digo que el resto del reparto, con sus peros y sus recortes, están muy bien, pero Carreras juega en otra liga y te clava en la butaca: potencia absoluta, no puedes dejar de mirarle. Es uno de los más grandes actores que hay en España, y lo digo porque todavía se le conoce poco fuera de Cataluña. Compone un Coriolano grave, severo, con un gran fuego interior, una autoridad feroz (le basta una mirada, un gesto, para hacer callar a sus adversarios) y una melancolía arrasadora. Borda un trabajo purísimo, nacido de una rigurosa economía de recursos, y admirablemente pautado por Rigola. ¡Bravo! O
Coriolà, de William Shakespeare. Traducción de Joan Sellent. Adaptación y dirección de Àlex Rigola. Teatre Lliure. Barcelona. Hasta el 15 de abril.
Babelia
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