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SEMANA DE LA MODA DE PARÍS

Viajes de ida y vuelta por el tiempo

Balenciaga y Balmain se debaten entre pasado y futuro en los desfiles de París

Eugenia de la Torriente
Un diseño de Balenciaga.
Un diseño de Balenciaga.

La moda y la ciencia ficción comparten la fascinación por los viajes en el tiempo. Desde luego, su línea temporal es mucho más flexible que la de los demás. Ya no es solo que la industria de la moda viva adelantada seis meses, es que a menudo tiene la cabeza en cualquier otro momento de la historia y es capaz de saltar de la Revolución Francesa a Woodstock o de hacer que estos dos lugares se encuentren, pongamos, en una nave que viaja al espacio exterior.

La velocidad a la que hoy opera el sistema añade nuevos y rocambolescos matices a esa capacidad para moverse en el tiempo. La aceleración es tal que casi parece aniquilarse por completo el presente. Solo hace un año, John Galliano era despedido de Dior y Christophe Decarnin iniciaba su muda desaparición de Balmain. Ambas cosas parecen tan lejanas... Incluso la salida hace unos días de Raf Simons de Jil Sander y la marcha de Stefano Pilati de Yves Saint Laurent se antojan cosas del pasado. Y eso que el segundo ni siquiera ha presentado todavía su última colección para la firma.

El vertiginoso ritmo al que se mueve la moda quedaba demostrado ayer en el desfile de Balenciaga en la tercera jornada de la semana de la moda de París. Antes de que empezara el segundo pase de la colección de otoño/invierno 2012 al que este periódico estaba convocado, yo ya había visto el desfile en Internet y ya sabía por Twitter que el decorado recreaba las oficinas de ciencia ficción de una agencia futurista. Seguramente, Philip K. Dick hubiera apreciado semejante bucle temporal. El surrealismo inherente a que una colección centrada en el futuro parezca cosa del pasado porque ya se conoce lo que va a mostrar de antemano, encajaba con la propuesta de Nicolas Ghesquière. Porque, en el fondo, eso es lo que hace el diseñador francés: volver a los años ochenta para imaginar desde allí un porvenir indeterminado que quizá solo exista en su imaginación.

En la planta 27 de un rascacielos sobre el río Sena cuyo exterior está inspirado por la luz de Dalí, la artista Dominique Gonzalez-Foerster recreó “el radical interior" de la ficticia corporación Balenciaga Inc. El espectador era invitado a presenciar cómo sus diferentes empleadas visten —¿vestían? ¿vestirán?— para desarrollar diversas actividades que adivinamos relacionadas con alguna clase de ocupación interestelar. Lo que, en el fondo, no deja de ser una forma un poco más literaria de repensar el manido vestuario laboral y los códigos de los distintos oficios: banqueras, publicistas, abogadas…

El trabajo de Ghesquière, al frente de Balenciaga desde hace 15 años, siempre pivota entre su obsesión por la ciencia ficción y el clasicismo, que es lo mismo que decir entre el futuro y el pasado. Obviamente, cuanto más se adentran sus diseños en lo primero más extraños y difíciles son de comprender desde el presente. La de otoño/invierno 2012 es una colección complicada que trata de aplicar esa narrativa a prendas cotidianas. Las sudaderas, por ejemplo, exageran sus hombros y se realizan en tejidos rígidos para ganar una cualidad escultórica que las aleja de sus orígenes deportivos. Tal como sucedía en la temporada anterior, la silueta resultante funciona mejor en movimiento que capturada en una fotografía. En la imagen fija, las prendas muestran una rigidez y amplitud poco favorecedora de la que carecen cuando se mueven.

Claro ejemplo de la capacidad de la moda para amalgamar fechas imposibles es la forma en que las iglesias ortodoxas rusas y la colección de joyas de Elizabeth Taylor se encuentran al ritmo de Depeche Mode en la segunda colección de Olivier Rousteing para Balmain. El inmoderado gusto por las perlas de la actriz y un huevo de Fabergé que Richard Burton le regaló son la inspiración del diseñador francés, de 26 años. Rousteing tiene la peliaguda tarea de construir algo nuevo a partir de la acotada herencia de Christophe Decarnin, su jefe y anterior director creativo, y de mantener la llama de la opulencia a pesar del tornado adverso. Donde mejor le sale es en las chaquetas. Los modelos de exageradas hombreras reportaron muchas alegrías comerciales a la compañía y Rousteing transformó ayer aquellos triángulos invertidos en piezas cuadradas que “funcionan como un marco para el rostro”.

Construir algo que tenga vigencia hoy, que no esté lastrado por la nostalgia ni obsesionado con el mañana, es una de las tareas más difíciles para un diseñador. Rick Owens tiene un raro olfato para eso. A pesar de la discutible banda sonora, ayer entregó una visión actual y poderosa de la mujer con cazadoras Perfecto convertidas en esquemáticas hojas de cuero y pantalones y botas que resultaban innovadores, pero comprensibles. Después de todo, no es tan mala idea enfrentarse al tiempo que nos ha tocado vivir.

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