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En el espacio nadie oirá tus discos (¿o sí?)

Una obra de teatro transporta al escenario el proceso de creación del mensaje musical interestelar de las sondas espaciales Voyager

Jacinto Antón
Una imagen de 'Voyager'
Una imagen de 'Voyager'

No sabemos si hay vida fuera de nuestro planeta pero espectáculos como Voyager prueban que la hay más allá de las fronteras tradicionales del teatro. Puesta en escena de la obra del mismo título del dramaturgo catalán Marc Angelet, que además ha dirigido el montaje, el argumento de esta singular pieza que parece un cuento de Asimov recrea el proceso real de creación del mensaje audiovisual que portan en sendos discos de oro las sondas espaciales Voyager I y II, lanzadas en 1977 y que se encuentran ya en los confines de nuestro sistema solar. Voyager, que se estrena hoy mucho más aquí, en el Teatre Nacional de Catalunya (TNC), en Barcelona, en el marco del ciclo T6 de nueva dramaturgia, nos retrotrae a esos años setenta en que la NASA encarga la singular misión a un equipo de científicos de la Universidad de Cornell (Nueva York, EE UU) encabezados por el mediático astrónomo Carl Sagan (el de la serie Cosmos y libros como Los dragones del Edén, el de la sonrisa beatífica y el jersey de cuello de cisne, ¿recuerdan?).

“Lo que narra la obra es un hecho real, como se dice en los telefilmes de Antena 3”, recalca Angelet, que califica su creación de teatro documento y tragicomedia espacial. “Cuando la NASA decidió enviar las sondas Voyager a explorar los últimos planetas del sistema solar concibió esa idea de instalarles sendos discos de oro con mensajes, imágenes y música, una presentación en toda regla de nuestro mundo, nuestra especie y nuestra civilización, en la eventualidad de que pudieran llegar las sondas a manos” –o tentáculos, piensa uno- “de una posible cultura alienígena”. El dramaturgo y director recuerda que el objetivo era que el material de las sondas permitiera “hacer saber quiénes somos”.

Voyager quiere hablar especialmente del proceso de selección de lo que enviamos al espacio en 1977, “ver qué dijimos de nosotros mismos, y también, lo que es tan interesante como lo primero, qué no dijimos, qué ocultamos”. La pieza recrea detalladamente los debates para la confección del mensaje que debía llevar la firma de la humanidad a los límites del sistema solar y más allá, como dirían en Star trek. La Voyager 1, la más avanzada en recorrido, aunque la 2 partió 15 días antes (pero dio un rodeo), viaja a 17 kilómetros por segundo y se encuentra a unos 18.000 millones de kilómetros de la Tierra, el objeto hecho por el hombre más alejado de casa (que diría ET). En el curso de su Grand Tour, la sonda se encuentra en una inimaginable tierra de nadie, un “purgatorio cósmico” denominado la heliopausa, a punto de dejar el espacio dominado por la influencia del sol y entrar en el interestelar. Se calcula que las sondas mantendrán contacto hasta 2025, luego serán nuestras botellas con mensaje, o nuestro humilde monolito tipo 2001 si se quiere, lanzadas al océano del espacio. En 74.000 años se acercarán a la estrella más próxima: ya veremos (?) qué pasa.

Mientras, aquí abajo, sube a escena la obra de Angelet y por gracia de la magia del teatro, y no por ninguna paradoja einsteiniana, Sagan y los suyos -Frank Drake, Timothy Ferris, Ann Druyan- vuelven a enzarzarse en sus discusiones. El debate fue muy interesante, recuerda el dramaturgo; había quien consideraba que no se debían evitar los temas polémicos ni ahorrar nuestras miserias a los extraterrestres. “Al cabo, estábamos en una época compleja, la Guerra Fría, Vietnam…”.

Angelet subraya lo maravilloso y a la vez descabellado de la empresa. Nunca antes (ni de momento después) se ha tratado de satisfacer a dos audiencias tan diferentes: nosotros y ellos (quienesquiera que sean). El resultado incluyó imágenes, sonidos y música terrestres en una selección forzosamente incompleta y que causó algunas decepciones. En última instancia se eliminaron canciones de Bob Dylan y Jimi Hendrix, material juzgado demasiado comprometido para oídos alienígenas. De los Stone ya ni hablemos. En cambio, nuestra banda sonora planetaria incluye saludos en 55 lenguas , algunas tan extravagantes como el acadio y el hitita, que difícilmente van a poder escuchar los galácticos sin una máquina del tiempo; cantos navajos, un canto pigmeo de iniciación y un montón de música folclórica. Varios hits indiscutibles de música clásica y poca cosa moderna, lo más destacable Melancholy Blues cantada por Louis Amstrong, con toda la polisemia de lo azul y de lo de Amstrong. Si la idea era que nos invadan, quizá se hizo lo más correcto.

Entre los sonidos, cosas que te pueden asustar aunque seas de una raza alienígena tan hosca como los wookiees: ruido de volcanes, de terremotos, una hiena aullando, un F-111, un martillo neumático… La voz de un chimpancé, el llanto de un bebé y el sonido de un beso (muac: habrá que ver cómo les suena en Alfa Centauro) también figuran entre los Sonidos de la Tierra, que es como se denominó al disco, editado luego comercialmente.

La historia podía haber dado para una comedia desopilante, como ven, pero Marc Angelet se ha mantenido en un registro sereno, serio, con momentos dramáticos y otros de humor, tratando siempre de reproducir lo que fue aquel proyecto. La escenografía se apoya en proyecciones y efectos de planetario. Nueve actores, entre ellos nombres tan conocidos como Paul Berrondo, Oriol Genís y Àngels Poch, forman el reparto. David Vert encarna con gran realismo a Sagan, para lo que ha visionado todos sus programas y ha rescatado un suéter cuello de cisne de los setenta.

No sería mala idea que la próxima sonda incluyera Voyager en su mensaje a las estrellas.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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