Rutina en el desgarro
La capacidad del ser humano para convertir en rutinarios actos que en otras circunstancias tendrían el valor de lo insólito, ya sea por desgarradores o por apasionantes, no tiene límite. Y uno de esos actos rutinarios, a fuerza de repetición, (casi) siempre será el trabajo, una dicha, un martirio, una losa, un tesoro, según la voz que lo defina, ya sea poner ladrillos, encajar piezas en una fábrica, extraer tumores, escribir críticas de cine o, como en el caso de Polisse, tercer largo como directora de la habitual actriz Maïwenn Le Besco (simplemente Maïwenn en los créditos), escuchar las declaraciones de detenidos y víctimas en la Unidad Infantil del Departamento de Policía de París: de la explotación de las niñas carteristas por parte de sus familias a padres que quieren “demasiado” a sus hijas, tanto como para acabar violándolas; de chicos que han intentado escapar de su casa a chavales masacrados a golpes. Una cruz que encuentra en eso, en la rutina, su método de (auto)defensa.
Con función social
POLISSE
Dirección: Maïwenn.
Intérpretes: Karin Viard, Marina Foïs, Frédéric Pierrot, Joey Starr, Maïwenn, Emmanuelle Bercot.
Género: drama. Francia, 2011.
Duración: 127 minutos.
Para marcar esa rutina, esa habitualidad, Maïwenn ha elegido opciones formales que la alejan del territorio de la escenificación y la acercan al documental. Sin apenas banda sonora, casi siempre con música diegética (la que suena dentro de la acción), con una cámara al hombro muy móvil, secuencias con pinta de haber sido conformadas mediante improvisaciones y un, en sus dos primeros tercios, escrupuloso mantenimiento del punto de vista policial (nunca se ven los delitos, solo las consecuencias), Polisse se configura con un certero retrato de una tremebunda función social y laboral articulada, casi en todo momento, con la frialdad de un entomólogo.
Y aunque tal tratamiento tampoco suponga una destacable novedad (en determinados momentos parece el cruce perfecto entre Ley 627 y Hoy empieza todo, ambas de Bertrand Tavernier), Maïwenn es consecuente con su metodología, sin concesiones al espectador, como cuando decide filmar casi en primer plano el cadáver de un bebé muerto, justo antes de que los agentes se lo lleven al cementerio en una nevera con hielo. Por ello quizá resulte tan chocante que en el último tercio estropee un tanto la función con acciones desarrolladas fuera del ojo policial y, sobre todo, con un desenlace melodramático filmado a cámara lenta que solo pretende impactar.
Babelia
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