Autenticidad de pueblo

La autenticidad no se busca, se encuentra. Es un estado natural, ajeno a nosotros mismos. La escritora protagonista de Young adult, cuarta película de Jason Reitman tras Gracias por fumar y las excelentes Juno y Up in the air va de auténtica, pero nunca lo ha sido, va de mujer de ciudad, pero es más de pueblo que los mojones. Por eso, llegada la barrera en la que el cuerpo pide estabilidad —¿a los treinta y muchos?—, la mente, sus tripas, sus ojos, se dirigen a aquel novio que tanto la quiso; cuando era la reina del baile, la capitana de las cheerleaders, la más lista, aquella que más tarde se hizo famosa en el pueblo porque había (medio) triunfado en la ciudad y, por eso, por ser una falsa auténtica, nunca volvió.

Young adult se ambienta en una pequeña localidad de Minnesota, pero es universal. Y sus autores, Reitman en la dirección y Diablo Cody en la escritura, saben de lo que hablan. Como en Up in the air, Reitman compone otra película sobre un adulto que cree vivir su propia independencia como un tesoro. Como en Juno, Diablo Cody regresa a los estrechos márgenes del cotilleo entre vecinos. Con un levísimo toque social (aquella agresión homófoba contra el pardillo de la clase, aquel accidente de coche convertido en acontecimiento…), Young adult es una comedia generacional sobre la llegada de la madurez, esa que tampoco debe buscarse porque solo se encuentra. Ya sea en el pueblo o en la ciudad.

Aunque un escalón por debajo en calidad a Up in the air y Juno, Reitman muestra preciosos detalles de puesta en escena, como esa primera llamada telefónica de búsqueda, expuesta en un magnífico plano medio sin cabeza y enfocando solo unas manos que llenan biberones desde un sacaleches. Y acompaña su relato con una música que les delata a él y a Cody como jóvenes de los noventa: por ahí suenan Lemonheads, Dinosaur Jr., Teenage Fun Club… Grupos que gustaban en la urbe y en el pueblo. En Minnesota y en cualquier localidad española.