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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Lecciones contra el óxido

Quincy Jones mostró en Peralada una mirada panorámica a sus intereses musicales

Llegada cierta edad los artistas han de tomar decisiones. En esto no son diferentes a los demás mortales. O bien se retiran a disfrutar plácidamente de lo que hayan podido conseguir o bien, quizás no teniendo nada más que les gratifique, optan por morir con las botas puestas y así como hace BB King, esperar a la última nota sobre un escenario.

En el Festival de Peralada(Girona) se pudo comprobar qué es y cómo funciona una tercera vía, la propuesta por el mítico Quincy Jones en el que fue su único concierto en España y junto con el del festival de Montreux únicas posibilidades de ver su espectáculo en directo en Europa. La idea se llama Global Gumbo All Stars y vino a ser la manera en la que Quincy alienta la llama de la sorpresa, evitando así que el óxido avance.

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Una de las muestras de la insensatez de nuestra sociedad es que en ella los ancianos carecen de función. Arrinconados como seres inservibles, su nula productividad en términos económicos los desestima como seres necesarios, reduciéndolos a la categoría de engorro. Por edad Quincy Jones entraría de pleno en este apartado. A sus 78 años el músico, productor, arreglista, director de orquesta y artista casi global, ya no tiene nada que demostrar, pero tampoco parece dispuesto a ceder a los cantos del dorado retiro. Es por ello que opta por lo que tradicionalmente había supuesto el papel de los ancianos en todas las sociedades que no se rigen por el consumo: la transmisión de conocimientos. Dando una vuelta de tuerca a esta función, Quincy apuntala su figura y sentido optando por un papel de descubridor que le connota otros valores, ya que no solo se trata de transmitir viejas enseñanzas sino de señalar la validez de nuevos talentos arriesgando la mirada, lo que redobla el sentido y vigencia de su presencia en el escenario. Así vendría a ser el anciano que mantiene los ojos abiertos y no se limita a repetir sus consejos y experiencias como quien entona un mantra. La apuesta tiene sentido. La vejez es también un estado de ánimo.

Peralada. Media tarde. El casco antiguo de esta villa medieval sólo ve truncado su vespertino silencio por la algarabía estridente de las golondrinas y por el susurro de las conversaciones de unos cuantos ancianos que practican en la plaza aquello que un día fue norma: la tertulia vecinal a la fresca. Algunos turistas recién duchados pasean sin prisa. Se oye hablar francés, la frontera no dista mucho, y el tono de admiración ante la pétrea belleza de los rincones urbanos de la localidad se suma al canto de los pájaros. Preside la escena la robusta torre de la iglesia de Sant Martí, cuyas primeras piedras datan de cuando las Cruzadas avanzaban el turismo de masas. No se percibe en las conversaciones, pero en lo atildado de los paseantes se nota que Quincy Jones tiene previsto actuar a las pocas horas. Todos esperan verle, la figura ocupará un lugar en el escenario del Castillo en el que la República almacenó obras del Prado que no deseaba cayesen en manos facciosas y donde Azaña moró fugazmente camino del exilio. Historia en cualquier esquina, en todas. Quincy Jones debe ignorar todo esto, así que probablemente no ha llegado a saber hasta qué punto va a actuar en un lugar idóneo para su trayectoria, figura y relevancia.

Peralada. Son las 22:00h y las fragancias que se esparcen por la platea evidencian que estar allí ha costado 165 euros por persona. Es junto al de Montserrat Caballé el segundo concierto más caro del festival veraniego, solo superado por los 250 euros que cuesta el de Plácido Domingo. Estar lo más lejos posible cuesta 55 euros, aunque a esas alturas aún se ignora que no habrá mucho que ver. Unos cochazos que brillan hasta hacer necesarias las gafas de sol hablan de patrocinios para pudientes. Ya solo por todo ello, se puede presagiar que nadie mostrará desencanto por mucho que el espectáculo no complazca. La educación y el refinamiento comportan cierto estoicismo.

Quincy en escenario

Aparece en escena Quincy, visiblemente menos joven que en un increíble programa de mano donde la tecnología le ha restado no menos de tres décadas. Pantalón blanco de galán atrevido, camisa informal azul con ecos rojizos, sombrero negro y un colgante que parece una Mano de Fátima. Se esperan lecciones de música, anécdotas de una trayectoria que le ha unido a los más grandes.....historia viva y en vivo. Incluso que la estrella dirija alguna pieza o se sume de manera activa a alguna actuación. Pero no, Quincy aparece en el programa como estrella principal pero él se ha reservado el papel de presentador, más bien de mero introductor de actuaciones.

El concepto del espectáculo se fundamenta en la fusión que tantos réditos ha dado en la carrera de Quincy, músico con raíces en el jazz que no le ha hecho ascos a casi nada. Con la idea gráfica del gumbo, la popular sopa de raíz africana adaptada a Nueva Orleans por los esclavos, la estrella fue dando paso a artistas cuyo indiscutible talento avalaba. Puede que la carrera en la que Quincy más se haya implicado sea la del pianista cubano de jazz Alfredo Rodríguez, dueño de una técnica fuera de toda duda y encargado de abrir la noche al frente de su trío con un tema que evocó parte de sus peripecias vitales, un "Crossing the border" que puso de manifiesto que las fronteras sólo deberían servir para ser ignoradas. Esa era la idea troncal del espectáculo, en el que se interpretó que la mezcla de músicos de diferentes procedencias es un activo en sí misma.

A partir de este punto, la velada puso en escena artistas sobradamente conocidas como Esperanza Spalding; lujosos colaboradores de figuras del jazz como el guitarrista de Benim Lionel Loueke; virtuosos como Omar Bashir, un maestro del oud, el laúd árabe; niñas prodigio como la pianista de nueve años Emily Bear y talentos locales como la cantante, trompetista y saxofonista Andrea Motis, cuya voz tuvo Quincy la osadía de situar en referencia a la de Billie Holiday. Tuvo buena intención, pero el favor fue flaco.

Pero para remarcar el acento local que el espectáculo toma de cada lugar por el que pasa, Antonio Carmona redondeó el cartel poniendo de manifiesto que un instrumento ya aflamencado y agitanado como el cajón, fue importado de Perú y luego adaptado a la música local. Algo así como el gumbo. El paso por escena del ex Katama no dejó de ser poco menos que anecdótico, valoración que habría de considerarse a la baja habida cuenta de la desangelada versión coral que se interpretó de un Vente pa Madrí que congelaba los deseos viajar. Antes sonó un The girl from Ipanema que dio la pauta de una noche amable: grandes canciones, excelentes instrumentistas y versiones donde sólo podía valorarse técnica, buena voluntad y simpatía.

Ese fue el marchamo de la noche, artistas brillantes que en bastantes casos no casaban con el concepto de talento emergente, una idea motriz fundamentada en el "buenismo" propio de pensar que la mezcla da siempre buenos resultados y un espectáculo demasiado largo, tres horas a todas luces innecesarias, poco estructurado, nada dinámico y por momentos errático. Sonó buena música en versiones en ocasiones deshilachadas, el "Guantanamera" final no fue de recibo, se vieron instrumentistas excelentes y por encima de todo un pedazo de historia que resulta encomiable no desee autorefenciarse en sus anécdotas. Fue Quincy Jones poniendo en práctica un atinado consejo de Ben Webster: "allí donde vayas, prueba la comida del lugar, aprende cuarenta o cincuenta palabras del idioma y escucha la música local". La idea es loable. Oxidarse es morir.

El músico y compositor estadounidense Quincy Jones durante el concierto de la vigésimo quinta edición del Festival de Peralada.
El músico y compositor estadounidense Quincy Jones durante el concierto de la vigésimo quinta edición del Festival de Peralada.EFE

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