Poesías de un náufrago entre escorpiones
Galaxia Gutenberg publica 'Tierra inalcanzable', antología del polaco Czeslaw Milosz, poeta exiliado y premio Nobel de literatura en 1980
La vida de un náufrago en una isla desierta no es exactamente envidiable. Si además de la soledad y la comida escasa, en vez de la arena blanca y las palmeras caribeñas de las películas estadounidenses, el hombre está rodeado de escorpiones, la cosa se pone complicada. Cuando, para colmo, el pobre tipo es poeta y la única manera que tiene de comunicarse con sus lectores es fiando sus composiciones a un papelito encerrado en una botella que desafía el océano, se puede imaginar la desesperación del personaje en cuestión. Exiliado en Francia y luego en EE UU, censurado en su patria (y tan odiado por ambos bandos políticos de su país -nacionalistas conservadores y comunistas- que una de sus obras se titula Hombre entre escorpiones), el poeta polaco Czeslaw Milosz reflejó su sufrimiento en una trayectoria literaria que le convirtió en uno de los protagonistas de la poesía europea del siglo XX y le llevó al premio Nobel de literatura en 1980. Galaxia Gutenberg / Círculo de los lectores publica ahora, en ocasión del centenario de su nacimiento, Tierra inalcanzable, antología amplia del poeta polaco.
"En el fondo Milosz no estaba interesado en la política, pero por un curioso fenómeno de Polonia es la política la que acaba interesándose por ti", explicaba Adam Michnik, historiador y periodista del mismo país, en la presentación de la obra en el madrileño Círculo de los lectores. En 1948 el recién instalado régimen comunista exigió fidelidad a los escritores pero Milosz se negó. Su apellido fue entonces eliminado de todos los manuales del país, y su huella fue tachada de la memoria nacional. El autor emigró a Francia, aunque unos años antes, en 1946, le había dado tiempo a publicar su primer (y durante décadas último) tomo de poesía en Polonia, con el paradójico título de La salvación.
Desde París, y a partir de 1959 desde Estados Unidos, Milosz siguió escribiendo en polaco, lengua a la que se sentía enraizado y creía que se encontraban sus lectores naturales, pese a que su país le había abandonado. "Pero su obra solo era publicada por las editoriales polacas de la emigración, por lo que tenía la impresión de escribir en un idioma incomprensible y de que nadie le leyera", recuerda Michnik, quien conoció personalmente al poeta -Milosz se reconocía sobre todo en la poesía aunque también escribió prosas y ensayos- en 1976. "En su patria sufrió una censura total, a priori, hablara de lo que hablara", asegura el historiador.
No sorprende por tanto que Milosz produjera una poesía del sufrimiento. "Es un autor metafísico, filosófico. La desesperación está presente constantemente en su obra", asegura Michnik. Es una poesía que tiende a la emoción, "plena de alusiones e insinuaciones, donde la pasión, la ironía y el sarcasmo quieren transmitir un mensaje moral", como explicaba Antonio Ortega en una crítica de la semana pasada en Babelia.
De la suma de tantos elementos le sale a Milosz un lenguaje sencillo que emplea para relatar el sueño de la poesía. "Somos a la vez sujeto y objeto, / Es decir, nos miramos a nosotros mismos volar", escribía el propio autor en el poema ¿Ars poética?. Según Michnik, su obra recuerda a la de T.S. Elliot y W.H. Auden. Aunque, fiel en todo momento a su país, Milosz admiró y tuvo como referente también a Adam Mickiewicz, poeta y patriota polaco de principios de 1800 que luchó contra Rusia por la independencia del país.
A finales de los años ochenta, el poeta pudo abandonar su isla desierta y regresar a su patria. Entre tanto, el Nobel le había convertido en un "icono, una estrella al nivel de los deportistas famosos", sostiene Michnik. En Polonia falleció en 2004, con 93 años. Finalmente fue enterrado en la cripta del monasterio paulista de Skalka, lugar reservado a los protagonistas más destacados de la historia polaca. Pero el sepelio se celebró tras una polémica áspera: según cuenta Michnik, "la derecha polaca se había movilizado en contra" y el mismísimo papa Juan Pablo II tuvo que tomar cartas en el asunto. Gracias a él, Milosz pudo por fin olvidarse de los escorpiones.
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