Dos joyas para redimir al FIB
Arctic Monkeys y Primal Scream devuelven el brillo al festival.- El evento iguala el récord de asistencia de 2009 con 50.000 espectadores diarios
A este festival le cuesta mucho arrancar. De la primera jornada, entregada sin rubor a la causa británica, casi se podría prescindir en adelante. La segunda digamos que empezó a coger vuelo con unos entretenidos Strokes. Y ayer, los dos cabezas de cartel principales, al fin, brillaron ante un aforo mastodóntico que estaba batiendo todos los records de asistencia del festival (tanto que hasta se pierde la cobertura de los móviles y todas las redes 3G, provocando un absoluto caos entre los que trabajan mandando información al exterior). Unas 45.000 personas copaban el gigante recinto principal minutos antes de que Alex Turner, este chaval que demostró hace años que se podía tener acné y ser un rockero con predicamento, saliese con los suyos.
Fue una demostración de furia juvenil sin compasión por parte de Arctic Monkeys. Pasaron de puntillas por sus temas más tranquilos y se dedicaron al rock and roll, a veces incluso áspero y ruidoso. No hubo concesiones baratas, como podría haber sucedido perfectamente. Había que demostrar la vigencia del sonido de guitarras frente a la invasión dance que vive la música. Había que enseñarlo todo. Y las cimas fueron el falso final con When the sun goes down (hicieron tres bises) o I bet you would look good on the dancefloor.
En el caso de Primal Scream da igual que tocaran un disco de hace 20 años o que el show ya hubiera pasado por España con gran éxito. Son inmensos. Bobby Gillespie es un monumento del rock cuya última decisión, ante cualquier situación que se le presente, siempre se decanta hacia la opción que más placer pueda concederle. Es un auténtico hedonista que ha conservado intacto, a sus 49 años, el absoluto talento para conducir una banda.
Después de Arctic Monkeys, el escenario se vacío un poco (unas 5.000 personas menos que con Arctic Monkeys), porque aunque a todo el mundo se le llene la boca fácilmente mitificándolo (el que suscribe, el primero), Screamadelica no es un disco tan sencillo ni tan complaciente con las dimensiones de ese aforo. El álbum tiene momentos de baladas un tanto oscuras y psicodélicas un poco complicadas para mantener el pulso de tanta gente a las tres de la mañana.
Pero lo lograron. Gillespie en un frontman a la antigua. Una bestia que se mueve como una serpiente y que aparece de repente cuando parece que se ha perdido en algún delirio provocado por todo lo que se ha metido en los últimos años. La banda, con el bajista Mani (ex Stone Roses) y una corista que se dejó la vida desgañitándose, consiguió resucitar Screamadelica como si lo hubieran compuesto ayer. Escuchar la voz de Peter Fonda introduciendo Loaded, el primer single y gran himno que contiene el disco, hasta que la cosa estalla ante unas 40.000 personas pone los pelos de punta.
Esa cumbre que unió la electrónica y el rock en 1991 y que acabó dotando a la música de baile de una cierta inteligencia y energía para toda la década no tuvo ninguna continuidad ayer en el festival. Porque otra de las noticias es que el FIB ha sepultado este año la música electrónica de calidad. Debe ser que no es tan rentable (aquí te cobran hasta por recargar las baterías de los instrumentos de trabajo en la sala de prensa o por los horarios de los conciertos), no se entiende, pero el evento cerró ayer las puertas al ritmo de las rebajas sonoras y el efectismo barato de Fake Blood (mejor le podrían haber encargado poner la música de la atracción de feria del FIB) y el machacón Derrick Carter. Ni rastro del dubstep que empezó a asomar el año pasado (fueron un gran fichaje Magnetic Man) o de alguno de los mejores nombres de este curso como Jamie XX, James Blake, Shackleton, Nicolas Jaar, Four Tet, Actress... o el que sea que, por favor, no piense que la gente que tiene enfrente bailando son unos españoles descerebrados a los que hay que martillear con un un bombo absurdo toda la noche para que se queden contentos.
Babelia
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