Roberto González, espíritu anárquico del rock andaluz
Fundó en los ochenta la ecléctica banda malagueña Tabletom, que retrató a Camarón en 'Me estoy quitando'
"Me estoy quitando, solamente me pongo de vez en cuando"... Esa confesión sobre las adicciones que Camarón de la Isla le hizo a Rockberto se transformó en el estribillo más célebre de Tabletom gracias a la versión que hizo Extremoduro en Agila (1996). También es un resumen de la vida de Rockberto. Nacido Roberto González (1951), sus pies descalzos ya habían trotado sin rumbo fijo en otras bandas cuando conoció a Perico y Pepillo Ramírez, hermanos y músicos de conservatorio que contrabalanceaban el espíritu libre de Rockberto en la Málaga del rock andaluz de mediados de los setenta: "Cuando le conocí, él tenía 24 años y venía de Ámsterdam, de haberse casado con una holandesa. Era muy culto, pero muy anárquico, se inventó un lenguaje para no memorizar las letras... y luego improvisaba en el escenario. En una gira delante de miles de personas en Jaén, para conmemorar la autonomía andaluza, íbamos a tocar Why don?t we do it in the road, de los Beatles, y él cantó encima Andaluces de Jaén. La gente se volvía loca", recuerda Pepillo, alma de Tabletom junto a su hermano Perico y el escritor Juan Miguel González, encargado de la parte lírica en gran parte de las ocasiones.
Juntos arrancaron la banda malagueña cuando Perico y Roberto respondieron a un anuncio de un "llanito" que buscaba músicos para montar un grupo. Independizados como trío, grabaron el disco Mezclalina en 1980, junto a Ricardo Pachón, padrino del rock que se gestaba en la Andalucía eléctrica de Smash, Kiko Veneno y Silvio y los Diplomáticos. "Roberto no venía ni a cobrar las galas. Siempre vivió como le daba la gana: en casas de colegas, o muchas veces en la calle. Los del banco llamaban para ver si le había pasado algo, porque decían que no tocaba el dinero", recuerda Pepillo.
Tras una segunda mitad de los ochenta yerma en cuanto a lo discográfico, Tabletom recibió un nuevo impulso a principios de los noventa, que se asentó cuando Extremoduro versionó su Me estoy quitando y establecieron contacto con los hijos del rock andaluz, como Canijo, de Los Delinqüentes: "Adorábamos todos los discos... lo conocí en un concierto en Madrid que compartíamos con ellos y con Kiko Veneno. Un tipo muy alegre, siempre con sus libros de Kerouac, Poe o Auster. Luego grabamos juntos en un disco nuestro Donde crecen las setas, temática que Roberto dominaba: "De drogas ha tenido de todo", recuerda Pepillo, "pero lo recuerdo más como un tipo muy ingenioso". "En los últimos años los pulmones de Roberto terminaron de oxidarse; no pudo acabar de cantar en el último concierto, así que teníamos pensado montar un último show de despedida y 35º aniversario para el día 4, que no pudo celebrarse". Roberto falleció en la madrugada del sábado al domingo tras pasar tres semanas en la UVI del Hospital de Málaga. "Un cura quería hacerle una misa, pero nos hemos negado: hemos sacado la guitarra, Juan Miguel ha recitado... y la gente se ha ido emocionada". En la sala número ocho del parque del Cementerio de Málaga se celebró ayer el último concierto de Rockberto Tabletom, el hombre que cantaba: "El día que yo me muera, que me echen tres en uno, porque yo me quiero ir sin hacer ruido ninguno". Sigamos en las nubes.
"Estoy solo en casa y sin Roberto oyendo a Tabletom... "
Supo, trágicamente, que no se puede ser libre sin interrupción, sin la liturgia autodestructiva y el aborrecimiento de los otros. Por eso eligió ese lado de sombra donde apenas si penetran las estadísticas, siguiendo el ejemplo de sus queridos gorriones y admirados vagabundos.
Reunir en una misma persona lucidez, rebeldía y timidez, solo puede abocar, fatalmente en una artista, a la desesperación o a la santidad. Y Roberto vivió los últimos años de su existencia con más modestia franciscana que arrogancia optimista. Nunca fue el cantante de rock al uso, pues su genio desbordaba los convencionales límites del ganapán especialista, sorprendiéndonos a cada momento con sus arranques por bulerías de la repompa, con las gardenias de machín a los Rubén Darío, con su salvo de blues entreverado de ranchera mexicana.
Siendo como era toda una leyenda de Málaga, solo sacó provecho de ello para extraviarse algún más en su desesperanzado buen humor, en la alegre derrota de quien optó vivir sin posesión alguna.
Perico me ha llamado esta mañana para anunciarme que Roberto se ha muerto.
¿Do fueron de gardeles los eventos, perchelero farol? ¿Qué se hicieron de aquellos Paco Gentos? Se interna, centra... y ¡gol!
Descanse en paz, hermano.
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