París le dice adiós a Jorge Semprún
Grandes personalidades de la vida intelectual y política francesa y española rinden un emocionante homenaje al escritor fallecido en el instituto parisino donde estudió de adolescente.- "Nadie podía encarnar mejor que él esa labor en un Gobierno socialista", recuerda el expresidente Felipe González
En el patio del instituto parisino donde estudió de adolescente recién exiliado, a un paso de la plaza del Panteón, que constituyó durante algunos años, como él mismo aseguró, el centro de su universo, fallecido Jorge Semprún, fallecido el miércoles en su casa de París, ha recibido esta mañana un emocionante homenaje público al que acudieron grandes personalidades de la vida literaria intelectual y política francesa y española. En una hilera de sillas de escuela se sentó el ex presidente del Gobierno Felipe González junto al ex primer ministro francés Dominique de Villepin y los ministros de Cultura de Francia y España, Frédéric Mitterrand y Ángeles González-Sinde, respectivamente.
Pero el que primero se subió al estrado, flanqueado por dos retratos de Semprún, fue uno de sus nietos, Thomas Landmann, que recordó cómo desde ese instituto, el Henri IV, se organizó en 1940 la primera manifestación antinazi en París y cómo el joven estudiante homenajeado, entonces con 16 años, decidió acudir y jugársela.
"Estaba preparado para morir", añadió Landmann. "Nunca he visto alguien tan preparado, con todas las cuentas saldadas con la comunidad de los hombres". El director actual del instituto, Patrice Corre, destacó su determinación a la hora de aprender francés, describió su meteórica ascensión de curso en curso saltándose varias etapas, cómo se deshizo del acento español, cómo terminó siendo un "gran antiguo alumno" de ese centro histórico.
Después llegó el turno de los amigos: el filósofo Alain Minc trazó un breve, certero y emocionado retrato de alguien capaz de rebajar su categoría de héroe a la de persona normal gracias a una especial forma de sonreír con ternura, capaz también de mezclar en una misma conversación interesante "a Marx y al Real Madrid, al Barcelona y al sentido de la historia". Y luego concluyó: "Se me ha ido un príncipe que tenía como amigo; y ese príncipe me falta".
El cineasta franco griego Costa-Gavras, con el que Semprún colaboró en varias películas, recordó al tipo callado, "poco hablador del principio", al excelente jugador de flipper en los bares y caferías de un París que ya no existe, al colega con el que mantenía "una jubilosa relación de trabajo" y, al fin, "al hombre que deja un ejemplo perfecto de intelectual honesto y definitivo".
Sentados escuchaban, entre otros, exministros como Bernard Kouchner, Carlos Solchaga o Claudio Aranzadi, filósofos como Bernard-Henri Lévy o Regis Débray. Y más allá, algunos de los actuales estudiantes del viejo instituto. La hija, Dominique, aguantaba a duras penas el llanto y la pena y recibió, con los ojos llorosos, la medalla de las Artes y las Letras concedida por la ministra de Cultura.
Anne Hidalgo, vicealcaldesa de París, nieta de republicanos españoles, describió a Semprún, simplemente, como un ejemplo personal: "Me enseñó que se pueden tener dos lenguas maternas, que se puede amar a dos países, sin eso sea un problema o una tragedia".
Felipe González, en español, alabó su trayectoria como ministro de Cultura de su Gobierno ("veo que ese episodio no es sólo una breve nota al pie de página en su biografía"), y explicó por qué quiso que se incorporara a su Ejecutivo ("por egoísmo, porque quería recuperarlo, porque, con su biografía, nadie podía encarnar mejor que él esa labor en un Gobierno socialista"). Pero también recordó la última vez que le visitó, pocas semanas atrás: "Me reconoció. Incluso me preguntó: '¿Pero, qué haces en París?".
Hacía frío. A punto estuvo de llover varias veces. Un día muy parisino, en fin: el último día en París de Semprún, que mañana será enterrado en el pequeño cementerio de Garentreville, a ochenta kilómetros de la plaza del Panteón, de su centro del universo de adolescente. Reposará allí junto a su esposa Colette y será inhumado (él, que tenía dos países, el más francés de los escritores españoles, el más español de los escritores franceses), envuelto en una tercera bandera sin territorio: la republicana.
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