Una cornada de despropósitos
Una mole de astado manso le atravesó el muslo al torero Ignacio Garibay
¡Muchacho, el muerto -la noticia-, en primera línea!, decían los viejos redactores jefes con el lápiz en la oreja. Pues ahí va: el legendario hierro de Pablo Romero cosechó ayer un fracaso de los gordos. No pudo completar la corrida, devolvieron a los corrales el segundo y los cuatro restantes compusieron un rosario de mansedumbre, de falta de casta, de asperezas y mala condición. Ni siquiera, un toro guapo. Y la guinda, el cuarto, una mole de 672 kilos de peso, un tanque de carne, regordío, feo, con hechuras de bisonte, manso de libro y de tan mala condición, que, a la postre, mandó a la enfermería al mexicano Ignacio Garibay.
Vaya regalo, por cierto, que le hicieron a este torero: volver a España después de varios años de ausencia para matar en Madrid la corrida de Partido de Resina. Como para estar agradecido...
Resina/Garibay, Marín, Aguilar
Cinco toros de Partido de Resina, -el segundo, devuelto-, bien presentados, mansos, blandos, descastados y deslucidos; el primero de Nazario Ibáñez, bien presentado, manso y noble. Sobrero de Los Chospes, bien presentado, blando y noble.
Ignacio Garibay: pinchazo, estocada baja _aviso_ y un descabello (silencio); media tendida y baja y cuatro descabellos (ovación). Parte médico: resultó herido por el cuarto en muslo derecho con una trayectoria de 25 cms que produce destrozos musculares con orificio de salida. Grave.
Serafín Marín: estocada (vuelta); dos pinchazos, media _aviso_ y dos descabellos (silencio).
Sergio Aguilar: pinchazo y estocada perpendicular (silencio); dos pinchazos, estocada perpendicular _aviso_ y cuatro descabellos (silencio)
Plaza de las Ventas. 22 de mayo. Décimotercera corrida de feria. Lleno.
¿Quién decidiría embarcar a ese cuarto? ¿Qué criterios seguiría el equipo veterinario para su aprobación? No hay que ser un lince para adivinar que estaba conformado para no embestir. Asunto distinto fue su lidia. No era fácil darle un capotazo, desde luego, pero dio la impresión de que la cuadrilla y el propio Garibay desistieron de su responsabilidad. El toro campó a sus anchas por el ruedo, entró hasta seis veces en los dos caballos de turno de los que siempre salió en estampida, y llegó a la muleta convertido en el dueño de redondel. No se arredró el mexicano y no le faltaron arrestos para doblarse por bajo con suficiencia y pasarlo, despegado siempre, sin perderle la cara. El que no perdía punta de lo que ocurría a su alrededor era el toro, siempre con la cara alta, y miradas poco amistosas. Hasta que lo empitonó por la pierna derecha y lo rebañó en el suelo con sus astifinos pitones. Con el muslo atravesado, aún tuvo valor el torero para mantenerse en el ruedo hasta darle muerte, lo que dice mucho de su vergüenza torera. Pero, en el fondo, un gran despropósito. Lo menos que podía ocurrir con esa mole de toro era lo que ocurrió.
Tampoco los otros tres dijeron nada reseñable. Molestísimo, sin clase alguna, y rebrincado, el segundo de Serafín Marín, que anduvo muy listo para evitar la cornada. Y muy descastados, sosos y ásperos los dos de Sergio Aguilar, con los que solo pudo dejar patente su voluntad.
Hubo, sin embargo, dos toros nobles, justo los dos que remendaron la corrida; el primero, de Nazario Ibáñez, de bonito pelaje, muy blando de remos, llegó al tercio final con una embestida suave y templada que permitió a Garibay lucirse en dos tandas de derechazos, muy bien trazadas y ligadas, que dejaron el recuerdo de un torero de buen corte, de sabor y torería.
Y al sobrero, corrido en segundo lugar, lo recibió Serafín Marín con los mejores momentos de la tarde: era un toraco largo y bien armado, y lo paró con cuatro extraordinarias verónicas de poder a poder, erguida la planta, asentadas las zapatillas, bajando las manos, ganando terreno y aguantando el temible bufido del toro, que tardaba una eternidad en pasar empujadopor su codicia.
Lo citó desde el centro del anillo con la muleta y las tandas resultaron muy cortas, vacías de contenido, sin la necesaria hondura. Sobresale el esfuerzo del torero, pero destaca la nobleza y la fijeza del toro. Unas manoletinas finales no consiguen levantar los ánimos. Y, al matar, queda enganchado por la pechera sin consecuencias. Pero solo la voltereta le permitió dar la vuelta al ruedo.
Babelia
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