Lo común
El pasado día 14, El Roto resumía magistralmente en su viñeta de EL PAÍS lo que muchos pensamos del acalorado debate sobre los derechos de autor e Internet: un hombre sentado con su tableta electrónica en las manos celebra el "todo gratis", "siempre que sea lo de los demás, naturalmente", añade.
Unos días antes, también en EL PAÍS, Amador Fernández-Savater relataba desde "el otro bando" (según su propia definición es un "pequeño editor comprometido con los movimientos copyleft / cultura libre") sus impresiones sobre el mismo asunto a raíz de una cena con representantes de la cultura a la que había sido invitado por el ministerio del ramo. Fernández-Savater dice percibir miedo entre los que estamos a favor de la regulación de Internet y en contra del "todo gratis". También afirmaba que copiar no es robar, sino "regalar, donar, compartir, dar a conocer, difundir o ensanchar lo común".
Entrecomillamos "el otro bando" porque uno de los aspectos que menos contribuye a conciliar los diferentes puntos de vista sobre este problema es la exagerada beligerancia con que muchos afrontan la discusión. Más allá de impresiones y sensaciones personales, que en última instancia no son más que juicios de valor, lo que necesita este debate -como todos- son argumentos y razones.
Como recoge el Manifiesto por el Copyright que ya han firmado más de cuatrocientos creadores, trabajadores de la industria cultural y ciudadanos a los que preocupa la supervivencia de ésta, nosotros no estamos en contra del copyleft y de las licencias de Creative Commons que personas como Fernández-Savater promueven. Estas licencias están contempladas en la legislación y cualquier autor o creador puede acogerse libremente a ellas. Pero lo que no parece lógico es pretender imponerlas a todos los autores. La propiedad intelectual es un derecho reconocido internacionalmente. Regala, dona, comparte y difunde su obra el que desea hacerlo y como desee hacerlo. Es inconcebible que los usuarios decidan regalarse, donarse, compartir o difundir lo que no es suyo, en contra de la voluntad de su legítimo dueño, el autor.
Copiar no es robar, dice Fernández-Savater, y con él otros muchos. Si yo te robo tu coche -explican- tú no puedes seguir disfrutando de él. Si copio tu libro o tu película no privo a nadie de nada, "ensancho lo común". Según este curioso razonamiento, el espía que se cuela subrepticiamente en las oficinas de una empresa y fotografía los planos de una nueva patente no está robando los planos -porque no se los lleva físicamente-; está "ensanchando lo común".
En el concepto de "lo común" está el quid de la cuestión. En un mundo capitalista, que tantas críticas sin duda merece, resulta que la única propiedad que se percibe como común es la intelectual. Ninguno de los del "otro bando" extiende su reivindicación de "ensanchar lo común" a, por ejemplo, la vivienda, la comida, el vestido, los automóviles... Quizá porque todos ellos tienen casa, alimentos en la nevera, ropa en sus armarios y un coche en el garaje, pero ninguno escribe libros, hace películas, fotografías o pinta cuadros, o si hacen alguna de estas cosas es por afición, y no como medio para ganarse la vida.
Seguro que conocen el chiste del viejo comunista al que preguntan qué haría si tuviera un yate, o un Rolls, o un castillo, o un jet privado, y a todas las preguntas responde sin dudarlo que los compartiría con sus compañeros proletarios, pero cuando le preguntan qué haría si tuviera una moto, entonces responde tajante: "Cuidado, que moto sí tengo".
Si los que defienden con tanto apasionamiento el "todo gratis" no fueran como los refleja El Roto y tuvieran "moto", quizá entenderían por qué es tan difícil encontrar escritores, cineastas, o artistas que se posicionen contra la necesidad de regular las descargas en Internet. Entre los cuatrocientos firmantes del Manifiesto por el Copyright, sin embargo, encontrarán sin duda a alguno de sus creadores favoritos, y con toda seguridad a muchos que aún son desconocidos para la mayoría pero que representan el futuro de la cultura y del entretenimiento en nuestro país. Un futuro amenazado -quizá por eso Fernández-Savater percibe miedo, un miedo legítimo- por la desprotección en la que se encuentra en este momento nuestra propiedad intelectual.
Otra cosa es que se piense que los escritores, cineastas, artistas y autores en general deban ejercer sus oficios fuera del mercado, pero las nefastas consecuencias de semejante alternativa ya las expuso brillantemente otro Savater en El regreso de Mecenas, un artículo también publicado en EL PAÍS (19 de enero de 2010), que les recomiendo que relean.
Nacho Faerna, guionista y escritor, es uno de los administradores de la página www.copirrait.es
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