Un atracador llamado Ben Affleck
El actor se pone por segunda vez detrás de la cámara en 'The town', una película que satisface las expectativas creadas en Venecia
Hubo un tiempo en que la carrera de Ben Affleck se asemejaba mucho al vuelo de un colibrí: una trayectoria estática, nerviosa, saltando de película en película sin llegar nunca a tratar de cambiar el rumbo. Cuando su gigantesco círculo virtuoso, construido a base de tesón artístico, quedó reducido al tamaño de un pomelo, el colibrí de Boston decidió que era hora de dejar de batir las alas y tomarse un descanso. Así empezó un Affleck totalmente nuevo, más valiente, más incisivo, que tomó cuerpo en Adiós pequeña, adiós, aquella maravillosa adaptación en do mayor (por ambiciosa) de la novela de otro pájaro de Boston de pelaje muy distinto, el incisivo escritor Dennis Lehane. Lehane le dio a su paisano la excusa perfecta para salir del hoyo y demostrar lo que valía y Affleck la cazó al vuelo, pasándose a la dirección.
Eso pasó en 2007 y la crítica no tuvo ningún problema para saludar a la película como una de las joyas del año. Desde entonces el actor ha combinado tareas delante y detrás de la cámara, siempre escogiendo con sumo cuidado dónde iba y con quién. El nuevo Ben Affleck ha tardado dos años en estrenar su nueva película, The town (presentada ayer en la Mostra de Venecia), y aunque su opera prima se antoja -a todas luces- superior, se puede decir que su segundo trabajo no desentona con el runrun de las expectativas creadas.
Para empezar el realizador e intérprete (aquí haciendo doblete) cambia de registro y aunque conserva su gusto por los repartos de narices (en The town se pasean las de Pete Postlethwaite, Chris Cooper, Jon Hamm o Jeremy Renner, todos ellos magníficos) se va esta vez a rondar por los barrios más gamberros de Boston en busca de una banda de forajidos que parecen salidos de una película del antiguo oeste, forjados en el honor de crecer en el barro y la pertenencia a un clan. Una banda de profesionales que encabezan un psicópata y un hombre con planes. El primero solo piensa en la pasta, en llenarse las manos cuanto antes mejor. El segundo piensa qué hacer con ella y no tiene ninguna prisa. Por medio se cruza una mujer que cambiará la vida de ambos. De fondo una hábil disquisición de los expeditivos métodos usados por los bandidos para vaciar las tripas (en dinero contante) de bancos y furgones blindados.
Si Jeremy Renner está que se sale en su revisitación del ladrón maniaco de toda la vida, lo mismo se puede decir de Affleck, cuyo truhán con corazón genera una tonelada de empatía, aun cuando se comprende que el hombre no tiene más final que la tumba o las rejas. En ellos late el corazón de The town, cuyo padre, fílmico se entiende, sería Ladrón, aquel pequeño clásico de Michael Mann (de hecho Ben Affleck y James Caan -protagonista de Ladrón- parecen, efectivamente, padre e hijo) pero que tiene también mucho de su madre, una obra maestra llamada Heat, probablemente una de las películas de policías y ladrones más potentes de la historia del cine donde Al Pacino y Robert de Niro se empeñan en robarse escenas el uno al otro durante dos horas y media. Un festín de cine en mayúsculas en cuyas coordenadas se encuadra The town, empeñado en seguir una trayectoria paralela sin atreverse a lanzarse a por su mentora, pero rodada con criterio y talento.
Affleck no es Mann pero sin embargo posee sus mismas pulsiones, su robustez, su gusto por el detalle y un pulso exquisito, de narrador con clase. The town es una buena película, notable muchas veces, excelente por momentos, donde confluyen todas las constantes vitales del buen cine comercial estadounidense. Una obra de actores, pensada por y para ellos donde Rebecca Hall, la Vicky de Vicky, Cristina, Barcelona enseña que algunas actrices tienen ese algo, y que cuando se tiene ese algo no hace falta tener nada más.
The town gusta, entretiene y a veces hasta fascina -ese encuentro del personaje de Affleck con su padre o todas y cada una de las apariciones de ese monstruo llamado Peter Postlethwaite- pero es mejor lo que se intuye (a pesar de ese final feliz para el que hay que tener tragaderas muy anchas) y es que Affleck puede ser el director estadounidense que llene el hueco donde solían echarse las buenas películas. Un hueco que antes ocupaba el cine independiente del otro lado del Atlántico y que últimamente ha empezado a expandirse hasta convertirse en un auténtico abismo negro. Los que consideran las tres dimensiones como un simple abalorio y los efectos especiales una plaga de nuestros días se alegrarán de la vuelta de Ben Affleck. Los demás, probablemente, también.
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