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Entrevista:

Moralejas risueñas para banqueros, bandidos y otros lectores

Ramón Irigoyen recrea en 'Fábulas de Grecia' las enseñanzas para la vida de Esopo

Ramón Irigoyen (Pamplona, 1942) es lo que antiguamente se llamaba un polígrafo (nada que ver con una máquina de la verdad): poeta, ensayista, traductor y columnista habitual de EL PAÍS y, ahora también, fabulista del equipo en el que juegan Esopo y Samaniego. Acompañado de las ilustraciones de Patrice Blanquart, publica estos días Fábulas de Grecia (Editorial Oniro), un atadillo recreativo de textos clásicos, con moraleja, de los que extraer lecciones de vida para los tiempos que corren.

Pregunta. La crisis económica copa los titulares y usted escribe un libro de fábulas... ¿Deben leerlas los banqueros y economistas?, ¿o es un libro para niños?

Respuesta. Con buen criterio Ediciones Oniro recomienda Fábulas de Grecia a lectores de 9 a 99 años. Es, pues, un libro para niños de nueve, cuarenta y cinco o noventa y pico años. El niño que todos llevamos dentro no desaparece ni con la incineración del cadáver. Los banqueros y economistas apreciarán en las fábulas la concentración de mensaje en tan escaso número de palabras. En este aspecto las fábulas se parecen a los extractos de cuentas. Comunican mucho con muy pocos signos.

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P. En la fábula que se titula Los ladrones y el gallo Esopo y usted dicen que "lo que es beneficioso para la gente honrada es nefasto para los bandidos". La gente honrada en estos momentos lo está pasando muy mal... ¿eso implica que los bandidos se están haciendo de oro?

R. La frase que usted cita se cumple en el contexto de esta fábula. El canto del gallo beneficia a los vecinos al despertarlos y perjudica, en el atraco, a los bandidos. Eso es lo que dice Esopo cuyas fábulas he recreado con la total libertad con la que lo hicieron en su día mis maestros Lafontaine, Samaniego y Tomás de Iriarte. Los bandidos hoy, por supuesto, como en cualquier época de la historia, se han hecho de oro porque la carencia de ética, sin duda, ayuda a ello. Y a la gente honrada que lo está pasando mal hay que animarla a que busque salidas tatuándose en un brazo la célebre frase de Mao Ze Dong: "Derrota, tras derrota, tras derrota... ¡hasta la victoria!".

P. ¿Son fábulas recreadas... o sea, ¿para recreo y solaz del lector?

R. Así es. Mis Fábulas de Grecia son una recreación absolutamente libre de las fábulas de Esopo y, a la vez, textos escritos para que el lector reviva aquellos maravillosos recreos del colegio en los que, a veces, vivía los momentos más felices del día.

P. ¿Qué le han enseñado las fábulas?, ¿cuál es su favorita?

R. Las fábulas de Esopo, que descubrí a través de las Fábulas de Samaniego en mi adolescencia, me han enseñado lo que siempre ha ocultado, en su delirio idealista, el cristianismo: que el hombre es una especie animal y que, por tanto, es tan capaz de ser solidario como de ser un asesino en serie. Dicho con modestia cristiana, o sea, sin animalidad, me gustan mucho casi todas las fábulas. Pero quizá mi fábula preferida es El hombre que prometía lo imposible. Quién no suelte una carcajada o, como mínimo, sonría, al leer esta fábula, debería ir al médico. Como mínimo, tiene un problema de hígado.

P. Ha escrito el libro en prosa porque dice usted que "el lector de hoy, por lo general, no tiene educado el oído como para leer versos..."

R. Por desgracia, así es. Ni en colegios ni en universidades se enseña, con las excepciones que apenas cuentan, a leer versos. Por tanto, de diez, nueve posibles compradores de un libro, si, en la mesa de novedades, lo ven escrito en verso, pueden sentir el deseo de estamparlo contra el escaparate. Los versos son mi pasión y lamento compartir esta pasión con muchos menos lectores de los que me gustaría.

P. Estamos acostumbrados a que la zorra se coma a las gallinas... ¿eso ocurre siempre?

R. Ocurre casi siempre. Pero las gallinas inteligentes contratan un equipo de guardaspaldas y la zorra puede acabar en la silla eléctrica.

P. Explique por favor lo de "la nubecilla"... ¿por qué la voz de Esopo sale de una nubecilla?

R. Esta idea - que nunca he leído en los fabulistas - le gustó mucho a mi editora. Convertir a Esopo en personaje de algunas fábulas creo que ha sido un acierto. La voz de Esopo, por ser legendaria, debe volar entre nubes. La voz de Esopo inyecta vitaminas a las fábulas.

P En 2007 tradujo usted el Prometeo encadenado de Esquilo (Random House Mondadori). Un trabajo sobrio, académico. Tras aquel, sus últimos libros han perdido esa gravedad erudita y han ganado en hilaridad erudita... ¿a qué lector quiere llegar?

R. Mis últimos libros - Una pequeña historia de la filosofía y Fábulas de Grecia- pretenden llegar al público más amplio. Mis modelos literarios, entre otros muchos escritores admirados, son Mark Twain y Roald Dhal, autores de máximo nivel literario, con mucho humor y extremadamente sencillos de leer. Trabajo fuerte para que mis libros los puedan entender fácilmente hasta los niños y los adolescentes menos aficionados a la lectura. Prometeo encadenado, de Esquilo, acaba de publicarlo, en edición bilingüe, DeBolsillo. Como digo en el prólogo, que tiene también humor, Prometeo es el macho por excelencia: salva a los demás y no acepta jamás la ayuda de nadie. Es incluso más macho que Jesucristo que, en el Gólgota, al borde de la muerte, pidió ayuda a su Padre con aquel: "Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". Esa queja no se le escapa a Prometeo ni ciego de cocaína adulterada.

P. Usted es columnista de la sección de Madrid del diario EL PAÍS. ¿Tiene algo de fabuloso la capital de España.

R. Para mí lo más fabuloso de Madrid son las obras. No puedo creerme que haya en una ciudad tantas zanjas y tantas constructoras.

P. "Fabular" y "hablar" comparten etimología... ¿todo el que habla, fabula?

R. Así es. Cuando hablamos imaginamos la realidad. Yo ahora mismo, desde esta nube cibernética, para mí, tan querida de ElPais.Com, me siento un pequeño Esopo que fabula con los lectores de este diario digital a quienes tanto agradezco que me estén leyendo estas palabras.

Ramón Irigoyen en una imagen de archivo
Ramón Irigoyen en una imagen de archivo

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