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Las pesadillas de Elisabeth, la sanguinaria

'La condesa sangrienta', uno de los textos más célebres de la poeta argentina, se reedita en un volumen ilustrado por Santiago Caruso

El día en que murió Alejandra Pizarnik nació la leyenda de Alejandra Pizarnik. La escritora argentina, hija de judíos rusos, se suicidó con una sobredosis de seconal sódico el 25 de septiembre de 1972. Tenía 36 años y acababa de cumplir, y para siempre, una de sus las muchas promesas de autodestrucción que había hecho a sus amigos.

"Somos gente complicada o, más exactamente, laberíntica. A pesar de esto último, no soy confusa y sé perfectamente lo que quiero y lo que no quiero, lo cual, a veces, es una desgracia". Estas palabras que la poeta escribió a su editor español son un buen autorretrato de alguien cuya vida, siguiendo el mito romántico, fue durante años interpretada a la luz de sus diarios y, sobre todo, de sus poemas, llenos de referencias viscerales a la noche, el exilio, el abandono y la muerte.

Heredera del surrealismo anticipado y truculento de Lautréamont y del hermetismo sentencioso de Antonio Porchia, la obra de Pizarnik es una reflexión radical sobre el sentido de las palabras y, a la vez, sobre el sentido de la propia vida. Su investigación sobre lo primero la llevó a publicar las prosas de La condesa sangrienta y siete libros de poemas, entre ellos obras maestras de la literatura del siglo XX en español como Árbol de Diana, Los trabajos y las noches, Extracción de la piedra de locura y El infierno musical. Su búsqueda de lo segundo -el sentido de la "lúgubre manía de vivir"- la llevó al suicidio.

Y es precisamente La condesa sangrienta (Libros del Zorro Rojo), uno de sus textos más simbólicos, el que se publica ahora en España en un volumen con ilustraciones del dibujante Santiago Caruso. Se trata de una recreación de la vida de la aristócrata húngara Elisabeth (Erzsébet, en húngaro) Báthory (1560-1614), acusada de haber torturado y asesinado a más de 600 jóvenes.

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