Revolución y bastardismo en la segunda noche del Sónar
La ausencia deliberada de un cabeza de cartel se convierte en la principal baza del festival
El tren del Festival de Música Avanzada de Barcelona hizo ayer noche una parada más dentro de su, por un lado correcto y por otro apasionante, recorrido de 2008. El camino que iniciaron artistas como Goldfrapp en la noche del jueves o Yo Majesty en la diurna del viernes continuó abriéndose con una jornada nocturna cargada de pasión y modernidad electrónica. Y es que si por algo destaca el Sónar es por su particular visión de las vanguardias musicales. Artistas como Justice, Diplo o Roisín Murphy certificaron que se ha escogido con cabeza y sentido.
La ausencia deliberada de un cabeza de cartel, al contrario de lo que muchos podían pensar, se ha convertido en la principal baza de la organización este año. La variedad de músicas y de estilos que hicieron temblar anoche la Fira de Barcelona demostró que no hace falta tener un gancho mediático para resultar convincente. La mezcla de géneros y subgéneros, o lo que ellos mismos han bautizado en esta edición como "bastardismo", fue la nota dominante en los cuatro escenarios en los que transcurre la parte más oscura y festiva del Sónar.
Roisín Murhy, la musa con más personalidad de la electrónica soft, fue la estrella que más brilló en el SonarPark. La ex líder y vocalista de Moloko demostró el porqué de su magnetismo personal. Su buen hacer sobre el escenario y su siempre teatral puesta en escena fueron más que suficiente para ganarse al público de una abarrotada sala por la que luego pasaron otros como Frankie Knuckles o Hercules and Love Affair, quienes también cumplieron sobradamente con las expectativas.
En la sala principal, las "no estrellas" de este año también dieron un juego esperado y revolucionario. Los ya clásicos Madness ofrecieron un espectáculo en toda regla, mientras que Diplo, el siguiente en subir a SonarClub, dejó claro por qué está considerado como una de las promesas mundiales en esto de los platos. Pero sin duda los más esperados de la velada, los franceses Justice, calcaron su exitosa actuación del año pasado y salieron, como viene siendo habitual, por la puerta grande. Su estética provocadora y sus particulares mezclas de beats y rock estallaron en un set único por su contundencia que no defraudó en absoluto. Y como no podía ser de otra manera, el famoso himno de todas sus sesiones, Never be alone, se convirtió desde sus primeros compases en la canción más coreada de la noche.
En el escenario más revolucionario del festival, el SonarLab, se pudieron escuchar auténticos experimentos sonoros en una variedad de estilos que sólo se podían dar allí. El dubstep de Mary Anne Hobbs y los espasmos del funk de Theo Parrish fueron lo más destacable de una de las dos pistas al aire libre. En la otra, el SonarLab, presentaron sus credenciales los cada vez más conocidos Pinker Tones y la francesa Yelle, exquisita con su pop suave y orgánico. En resumen, la primera de las grandes noches del Sónar planteó que lo bien hecho, bien parece. Ya de día, la resaca festivalera pesaba en los miles de asistentes que luchaban por conseguir una forma de volver a casa. Caras cansadas, pero con una gran sonrisa, esperaban en interminables colas para taxis y autobuses. Y todavía queda la mitad.
Babelia
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