La emoción de la casta
Aparece la casta y todo el mundo se aprieta los machos. Algunos, incluso, corren que se las pelan. Lo cierto es que la casta vuelve locos a los toreros porque obliga a poner en práctica aquello tan en desuso hoy de parar, templar y mandar. Y eso no debe ser fácil. La casta es codicia y acometividad, y exige dominio y conocimiento. La casta es emoción, cimiento de esta fiesta.
Ayer hubo casta. Mansa, es verdad, pero interesantísima, porque los novillos, ásperos y violentos algunos de ellos, pedían a voces capotes expertos y muletas poderosas. Se palpaba la dificultad y el peligro. Hubo tensión en el ruedo y fuera de él.
Y hubo novilleros en la plaza que mantuvieron el tipo, lo que no era nada fácil. Se cortaron dos orejas discutibles, pero a los chavales se les debe reconocer su pundonor, su entrega y sus ganas de triunfo. Tendrán tiempo de mejorar si la vida los mantiene en el escalafón.
Quedó la impresión de que vencieron los novillos, pero tampoco debe resultar extraño. Lo más importante es que los novilleros no volvieron la cara y afrontaron, con desigual fortuna, eso sí, su difícil compromiso.
Tanto Rubén Pinar como Miguel Tendero pudieron salir por la puerta grande. No hubiera sido justo, pero estuvieron a punto de conseguirlo. El primero, que parece un clon de El Juli y, además, trata de imitarlo, derrochó ilusión y ganas de triunfo. Su tarde fue un compendio de entrega y seguridad. Arrastró la muleta con hondura en su primero y trazó muy estimables derechazos; por momentos, consiguió embeber en la muleta al novillo, aunque le faltó sosiego y le sobró aceleración. El quinto sufrió una vuelta de campana y quedó mermado de fuerzas. Y ahí se vio a otro torero: bullidor, ventajista y destemplado.
Mejor estuvo, si cabe, Miguel Tendero. Torea bien, tiene gusto y empaque. Lancea a la verónica con la cintura y alarga los muletazos. Pero su dulce novillo tercero le ganó la partida. El chaval evidenció un defecto capital: sus tandas son muy cortas, de dos pases y el de pecho, y así no se puede paladear el toreo. O desconoce una regla básica o le falla el corazón, lo que sería más grave. Toreó bien, pero no arrebató, no puso en ebullición a un público triunfalista que venía dispuesto a sacar a hombros a la terna. Algo parecido le ocurrió en el sexto, por debajo de su oponente, que no se dejó ganar la pelea.
El menos afortunado fue Chechu. No tuvo su tarde. Mal, mal El encastado primero, al que puso un gran par de banderillas Domingo Navarro, lo desbordó en todos los terrenos, y se mostró muy vulgar con el aplomado cuarto.
Babelia
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