Honestidad brutal
Cuando la industria del cine-espectáculo parece haberse especializado en dar gato por liebre, Shoot'Em Up se afirma desde su mismo título como la última palabra en honestidad: una feroz celebración de lo arbitrario, estructurada como circo de infinitas pistas sin una narrativa de cohesión, completamente limpia de coartadas, lógica y otros lastres de manual como el desarrollo de personajes. Su creador, Michael Davis, un británico filo-indie que ha transitado por la comedia y el cine de terror antes de dar el do de pecho con este título, actúa antes como un VJ que como un director de cine: una icónica imagen del clásico cine de acción de Hong Kong -el actor Chow Yun-Fat sujetando un bebé en una mano y un rifle en la otra en el cartel de Hardboiled (1992) de John Woo- inspira su vehemente recital de atronadoras set-pieces, que se abre con un parto en pleno tiroteo y cumple con la exigencia hitchockiana de ir del terremoto hacia arriba.
SHOOT'EM'UP.
Dirección: Michael Davis. Intérpretes: Clive Owen, Paul Giamatti, Monica Bellucci, Stephen McHatti. Género: Acción. Estados Unidos, 2007. Duración: 86 minutos.
Un héroe (Clive Owen) del que nada se sabe -ni se sabrá-, pero que muerde zanahorias con la significativa fruición de Bugs Bunny, una prostituta (Monica Bellucci) especializada en atender clientes con el fetichismo de la lactancia y un recién nacido adicto al heavy-metal bailan en Shoot'Em Up una acrobática coreografía de la supervivencia frente a un villano (Paul Giamatti) empapado en sudores fríos y contrariado por intempestivas llamadas de móvil. Davis no parece tener otro norte que el de rizar el rizo, pero su juego es generoso en estallidos de brillantez: una escena ambientada en un parque infantil, un tiroteo en pleno acto sexual y otro en plena caída libre dan auténticas lecciones de atrevimiento y extravagancia a muchas producciones del género demasiado abonadas al lugar común y a la reiteración perpetua.
A pesar de adoptar el exceso como segunda piel, Shoot'Em'Up es el paradójico resultado de un camino de despojamiento: no hay (casi) argumento, no hay personajes (por lo menos, de carne y hueso), no hay excusas, ni pretextos, ni siquiera un atisbo de esa épica que sí resultaba relevante en el spaghetti western y la action movie hongkonesa, sólo movimiento perpetuo, ruido y furia matizados por el humor desaforado de la propuesta y su sincera homologación a la mecánica destructiva del cartoon. Crank (2006) de Mark Neveldine y Brian Taylor se propuso algo parecido: la película de Davis logra cotizar aún más al alza, si cabe, en el ranking de lo que los anglosajones denominan placeres culpables.
Babelia
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