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Discurso de Don Felipe en la ceremonia de entrega de los Premios Príncipe de Asturias 2007

Teatro Campoamor de Oviedo,

26 de octubre de 2007

Un año más, en el otoño, regresamos ilusionados a nuestra querida Asturias para reencontrarnos con el cariño, nunca olvidado, de sus gentes, con la belleza de su paisaje y con el mensaje de esperanza de este solemne acto; un acto hondo y emotivo que nos reúne desde hace casi tres décadas para celebrar el triunfo del bien y de la cultura, ese saber del hombre sobre el hombre, como dijo en este mismo escenario el inolvidable Francisco Umbral.

En esta ceremonia ensalzamos valores que el paso del tiempo y las modas nunca lograrán vencer, porque estos valores dignifican y engrandecen nuestras vidas.

Con la alegría que todo eso nos produce, damos a todos la bienvenida y las gracias por acompañarnos. A los premiados, a sus familiares y amigos, a las destacadas delegaciones culturales y sociales llegadas de todo el mundo que han querido compartir con nosotros estas horas, y también a los patronos y protectores de nuestra Fundación, que nos otorgan su confianza y animan nuestros afanes.

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Damos asimismo las gracias a los jurados, que han cumplido una vez más su difícil tarea con independencia y responsabilidad, y a los medios de comunicación nacionales e internacionales que, en gran número y representando al periodismo más prestigioso, han querido ser testigos de este acontecimiento.

Quiero también tener unas palabras de especial gratitud para los responsables del Ayuntamiento de esta ciudad, del Gobierno del Principado y del Gobierno de la Nación, que tanto nos ayudan, por ser sensibles a la importancia que la Fundación y sus Premios tienen para todos. Y es que una gran mayoría de los españoles respaldan nuestros premios y con razón ven en ellos un valioso patrimonio cultural, ante el mundo, de una España en incesante progreso; de una España esperanzada, y comprometida con todo lo que alienta y eleva la formación intelectual y moral de los seres humanos.

Albert Camus escribió que existen personas más grandes, auténticas y de corazón más hermoso que otras. Y forman a través del mundo una sociedad invisible muchas veces, que justifica el vivir de todos. Como cada año, esta noche tengo el honor de poder ensalzar con mis palabras la vida y la obra de algunas de ellas, que han recibido en esta edición nuestros galardones. Les felicitamos con emoción a todos ellos y les agradecemos su ejemplo.

El Premio de Cooperación Internacional ha sido concedido al presidente de la organización Alliance for Climate Protection y ex vicepresidente de los EE.UU. de América, Al Gore, por llevar a cabo acciones comprometidas y de enorme repercusión para la preservación del medio ambiente, así como por liderar y difundir la preocupación, cada vez más extendida, en todo el mundo de que el cambio climático es una de las amenazas a las cuales los seres humanos debemos enfrentarnos con decisión y urgencia.

Así lo ha proclamado el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas que, en un informe reciente, ha dictaminado la influencia de la actividad humana en el calentamiento global; una peligrosa transformación del medio ambiente que es consecuencia de los errores y excesos, conscientes o no, de nuestro desarrollo muchas veces desordenado.

Durante mucho tiempo científicos, ecologistas, instituciones y personas sensibles nos han alertado sobre la necesidad de conjugar el progreso industrial con la conservación del medio ambiente y la biodiversidad, porque todos somos testigos, a veces impotentes y tristemente sorprendidos, de la degradación creciente e implacable del planeta y de la desesperada situación de millones de personas que son o pueden ser víctimas inocentes de esta ruina amenazadora.

Valerosamente y con tesón, Al Gore ha puesto todo su empeño en que todas estas advertencias sean escuchadas, para que seamos más conscientes de que sólo si conservamos este patrimonio heredado, ese tesoro que es nuestra Tierra, sólo si evitamos que nuestro hermoso planeta, nuestro verdadero hogar, se degrade hasta extremos irreversibles, habremos cumplido uno de nuestros mayores deberes como seres humanos.

Nuestro premiado ha sabido subrayar que es imposible encontrar soluciones a este problema si no somos capaces de pensar globalmente; pues ningún pueblo, cultura, raza, o país está libre de sus devastadores efectos. Si aprendemos a trabajar con esta visión, entenderemos cuan relacionado está con otros graves males de nuestro tiempo, y será más viable aproximarnos a soluciones compatibles con el progreso y la vida.

Se ha concedido el Premio de las Artes al músico, cantante y poeta Robert Allen Zimmerman, que todos conocemos como Bob Dylan, un símbolo para millones de personas, que cantan sus hermosos y sugerentes temas con el convencimiento de que unidos a su grito soñador algo podrá cambiar para mejor en el mundo. The answer is blowing in the wind, la respuesta está en el viento, nos ha dicho una y mil veces con su guitarra y su voz inconfundible. La respuesta a tantos males que amenazan a los seres humanos flota en el viento para que todos y cada uno de nosotros podamos atraparla y sentir la fuerza de la unión, de la voluntad compartida, del coraje de cambiar.

Aunque hoy le ha sido imposible acompañarnos en este acto, queremos recordar y reconocer la insobornable esperanza de este músico austero, su sensibilidad y la fortaleza de sus sueños.

La entrega a los demás, el servicio a las causas más justas como forma de vivir cobra un mayor valor cuando lo que está en juego afecta tan directamente a la vida humana, y, en particular, al conocimiento de sus fundamentos biológicos como vía para solucionar los grandes problemas que generan las enfermedades más graves.

Los dos eminentes biólogos que hoy reciben el Premio de Investigación Científica y Técnica, el británico Peter Lawrence y el español Ginés Morata, encarnan la actitud del científico de nuestros días, ilusionado y comprometido con la ampliación de los límites del conocimiento de la realidad por el ser humano.

Si para Albert Einstein el verdadero arte y la verdadera ciencia brotaban del misterio, al concederles este galardón, el Jurado ha resaltado que ambos científicos no han hecho otra cosa que trabajar sobre el último misterio de la vida, convencidos de las posibilidades actuales para llegar a entender la programación de lo vivo y, desde ahí, las alteraciones que separan la salud de la enfermedad, la vida de la muerte.

Hay una unidad de base en el soporte físico de todos los vivientes, en los fenómenos que les caracterizan. Esa constatación fue fundamental para el espectacular progreso de las Ciencias de la Vida en las últimas seis décadas. Por eso tiene sentido estudiar seres vivos sencillos que sirvan como modelos de experimentación, obteniendo resultados de valor general. Las posibilidades de esta forma de conocer nos seguirán asombrando, como ha sucedido con el hecho de que un ser vivo de pequeño tamaño, que, sin embargo, está dotado de los atributos de los organismos más complejos, con su simetría y sus órganos diferenciados, haya sido la base para construir toda una teoría genética del diseño animal. Entender bien ese programa de desarrollo permite, entre otras muchas tareas, extrapolar los hallazgos a los seres humanos, analizar el crecimiento controlado de los órganos del cuerpo, encontrar por qué de una célula única pueden surgir cientos de tipos de células diferenciadas, y abordar el descontrol que causan los tumores.

Los dos científicos hoy premiados ilustran el valor del esfuerzo, inteligente y lúcido, para incorporar al patrimonio del conocimiento los detalles de la formación y regeneración de los organismos complejos, el por qué algunas células están programadas para morir al servicio del desarrollo de los seres vivos, o también la forma en que estos envejecen.

La fructífera cooperación de Peter Lawrence y Ginés Morata, en Cambridge y en centros y universidades de nuestro país, contribuye a la creación de una escuela de Biología del Desarrollo que destaca en el universo científico e ilustra el valor del espíritu de colaboración, del trabajo en equipo, de la transmisión fiel de los conocimientos y de la docencia compartida. El profundo humanismo que late en sus investigaciones supone un alto ejemplo para los jóvenes investigadores y les hace justos merecedores del Premio que hoy les entregamos.

Al extraordinario escritor israelí Amos Oz, gran defensor de la paz en el mundo, se le ha concedido el Premio de las Letras. Su obra literaria se sustenta, sobre todo, en la narración, pero también en el relato breve, en las memorias, la poesía y el ensayo.

Abrir sus libros es quedar atrapado en las atmósferas que sabe crear, en las historias que nos cuenta, en los diversos personajes que pone en pie con una literatura auténtica y un pensamiento profundamente conmovedor. Ha contribuido a convertir el hebreo moderno en lengua de cultura y se siente dentro de la tradición literaria universal porque sabe muy bien que la literatura, el arte, todas las artes, son ámbitos sin fronteras, ríos cuyas aguas provienen de muy diversas fuentes y de todos los siglos.

Luz y sombra, pasión y humor, tragedia y poesía, dolor y alegría, realidad y ensueño, son las fuerzas que iluminan sus libros y que conmueven a sus lectores. Amos Oz, para quien todo lo que escribe es autobiográfico, es un autor intensamente comprometido con la realidad más inmediata, que es la de su país, Israel, y lo que su historia y su situación actual representan. Fundador del movimiento Paz Ahora, Oz cree que donde hay vida tiene que haber compromiso, un espacio donde encontrarse.

Nos dice que el fanatismo es la plaga más perversa, es una fuerza ciega que obliga a renunciar a ser uno mismo. Y para evitarlo, Oz nos recuerda, con páginas llenas de imaginación y de profunda belleza, que no se puede imponer la creencia propia con las armas ni con la violencia.

Las revistas científicas Nature y Science han recibido el Premio de Comunicación y Humanidades. Creadas en el siglo XIX, en sus páginas, los científicos más prestigiosos han publicado descubrimientos, avances, análisis y estudios. Gracias a ellas, hemos podido tener noticia, de los conocimientos más elevados, como señala nuestro jurado, pues han dado cauce a las investigaciones de mayor alcance y han sabido transmitir sus resultados a la comunidad internacional de la forma más cuidada.

Los medios de comunicación tienen hoy el reto de servir a la sociedad mediante una información veraz y rigurosa, siempre con la exigencia de una calidad elevada. La opinión pública, además, se encuentra a menudo con serias dificultades para entender las consecuencias de los descubrimientos científicos, que en ocasiones, cuando no se utilizan de forma prudente pueden ser estériles e incomprensibles si no se explican con un lenguaje accesible a los no especialistas. Por eso debemos valorar altamente la labor de revistas como Nature y Science, que han conseguido interesar a un tiempo a los profesionales de la investigación y al público en general, acercando, como ha afirmado el jurado la ciencia a la vida.

Nature y Science ejemplifican a la perfección la dirección segura que puede y debe seguir una sociedad avanzada: poner de relieve el mayor grado de conocimiento científico, de saber, y a la vez difundirlo de la manera más rigurosa y profunda, haciéndolo universal.

El eminente sociólogo anglo-alemán Ralf Dahrendorf ha recibido el Premio de Ciencias Sociales. Comprometido con la libertad y con la democracia, gran defensor de Europa y de los fundamentos que sustentan su unión, Dahrendorf ha destacado la importancia histórica y la trascendencia que el hermoso proyecto europeo tiene para el mundo.

Ralf Dahrendorf estima que los principios de la democracia siguen siendo esenciales para cualquier orden liberal y que sus instituciones parlamentarias y representativas significan una gran conquista en la historia de la humanidad. Concede, además, suma importancia al proceso de aplicación de la democracia a una organización supranacional, como es la Unión Europea, con el fin de superar las dificultades con las que la voluntad popular se expresa cuando muchas decisiones relevantes se han trasladado a las instituciones europeas.

Lamentamos que no nos pueda acompañar esta noche y confiamos en poderle ver pronto, recuperado, y de visita en España. Sus ideas nos recuerdan una de las más raíces profundas de la cultura europea, la ateniense; y el orgullo que Pericles proclamó por vivir en aquella Atenas donde el respeto a los antepasados y a las tradiciones estaba en sintonía con la positiva acogida a lo nuevo, y donde se abría paso la idea de que todos tuvieran la oportunidad de llegar a ser lo que querían ser. Una sociedad que, como se ha escrito, amaba la belleza sin despilfarro y honraba la sabiduría sin flaquezas.

Europa y su cultura cuentan con un pasado lleno de encuentros y desencuentros, de guerras crueles y pacíficas relaciones comerciales, de muestras de tolerancia y de duras acciones inquisitoriales, de ideas científicas coexistiendo con irracionales supersticiones. Esta compleja historia, enriquecida con multitud de aportaciones fundamentales, ha ido formando a lo largo de los siglos la fascinante idea de Europa y su realidad.

Es la Europa de la convivencia, del diálogo, de la cultura, la tierra atravesada por caminos de concordia y simbolizada por la alegría de su himno y por la bandera azul y las estrellas; la que nuestro admirado Steiner analiza como una tierra hecha a la medida del ser humano, la de las calzadas romanas, los templos griegos y las hermosas catedrales; que incluso se puede recorrer a pie, yendo tan solo de un café a otro. Una Europa, en fin, que al tiempo que arrastra las huellas y las cicatrices de gravísimos errores, promueve las más altas ideas de la civilización: el impulso para establecer y generalizar en todo el mundo la práctica de los derechos humanos, la democracia política, la libertad de los individuos, el imperio de la ley, el respeto a la diversidad, la búsqueda del bienestar común y la paz, tal como soñaron sus fundadores, y una realidad cuyo modelo político, económico y cultural sea ejemplo para otras comunidades humanas.

Esa es la Europa que Dahrendorf ha analizado, defendido y estudiado en sus obras, que ponen de relieve la amplitud de su mirada y su preocupación por lograr que el proceso unitario de los europeos esté basado en sociedades abiertas y cosmopolitas, comprometidas con la solidaridad y la justicia.

El piloto alemán Michael Schumacher, a quien admiramos por su tenacidad y su valor, por su brillante e intensa dedicación a la Fórmula 1, ha recibido el Premio de los Deportes. Sus extraordinarias condiciones naturales y una gran voluntad se funden en la vida de este deportista, siete veces campeón del mundo, que ha sido reconocido unánimemente como el mejor piloto de todos los tiempos en su especialidad.

Este año nuevamente, un deportista que aún no ha cumplido sus 40 años nos ofrece el ejemplo de su vida profesional y de las altas cotas a las que puede llegar la constancia humana cuando la guían valores como la dedicación, el admirable afán de superación, el férreo deseo de alcanzar la excelencia, el espíritu de triunfo.

La fuerza de deportistas como Michael Schumacher es un ejemplo, sobre todo para los más jóvenes, de la capacidad del ser humano para superar los más difíciles retos, de los beneficios que conllevan el sacrificio y la abnegación de los grandes campeones, que, como él, luchan por convertir en permanente éxito su trabajo y el del equipo que con fervor y profesionalidad se une a sus esfuerzos.

Pero no se es un gran deportista si no se está en posesión de otros valores, como los de la generosidad, el compañerismo y la nobleza. Nada es el triunfo en el podio si la victoria no se proyecta en otras obras que redunden en servicio y beneficio de todos. Hoy recordamos, para engrandecer aún más sus triunfos, la entrega a los demás de Michael Schumacher, que ha sido reconocida por diversas organizaciones de ámbito mundial, atentas a los más significativos gestos sociales de solidaridad. Sus donaciones para varias causas humanitarias, así como el hecho de ser desde 1995 enviado especial de la UNESCO para la Educación y el Deporte son excelentes pruebas de esta faceta menos conocida, pero no menos valiosa, de nuestro premiado.

El Museo del Holocausto de Jerusalén ha sido galardonado con el Premio de la Concordia. Un Premio que nos permite expresar el homenaje más emocionado de respeto, reconocimiento y afecto a los millones de víctimas inocentes del Holocausto, a tantos hombres, mujeres y niños cruelmente perseguidos y exterminados. Un brutal sufrimiento que nunca dejará de merecer nuestra más radical repulsa y de conmover, en lo más hondo, nuestros corazones.

El Museo del Holocausto representa el recuerdo vivo de una execrable tragedia humana, al tiempo que un canto a la vida. Es también un llamamiento a la libertad y dignidad humanas, y una firme apuesta por la concordia y por la tolerancia, como parámetros irrenunciables de convivencia entre quienes nos decimos y proclamamos seres humanos.

El inmenso dolor, la profunda tragedia que supuso la "Shoáh" para el pueblo judío y para el mundo entero, y que Yad Vashem simboliza, constituyen, en definitiva, un referente ineludible del compromiso que todos tenemos contraído con los derechos humanos, con la libertad del hombre y con su inalienable dignidad.

Un compromiso esencial que debemos saber mantener vivo en nuestras sociedades y transmitir a las generaciones venideras para que nunca jamás puedan repetirse tan atroces crímenes, para que juntos desterremos de la faz de la tierra, para siempre, la opresión, el odio, el racismo, la intolerancia y el desprecio a la vida.

Un año más ha arribado a buen puerto nuestra navegación. Las palabras esperanza, libertad, justicia, valor, belleza y gratitud acuden ahora a mi mente al concluir esta solemne y emotiva ceremonia. Y también unos lúcidos y hondos versos de nuestro inolvidable José Hierro:

Mas de qué sirven nuestras vidas,

si no enriquecen otras vidas.

Nuestros premios se inspiran en ese precioso pensamiento, en la exaltación de la cultura, del trabajo, del esfuerzo, del compromiso moral. Por eso nunca olvidamos a quienes necesitan del aliento y de la fuerza de la solidaridad, a las víctimas del terrorismo, del fanatismo, de la pobreza y la injusticia.

El deseo de conocer, el ansia de comprender, están grabados, como se ha escrito, en el alma de los mejores hombres y mujeres. Despertar en otros seres humanos conocimientos y sueños que están más allá de los nuestros e inducir en otros el aprecio por lo que nosotros queremos es la apasionante aventura que persigue nuestra Fundación.

De esa manera, todos los años reconocemos públicamente los méritos de hombres y mujeres que con su vida, su obra o su ejemplo han contribuido al progreso de la Humanidad. Y lo hacemos con convicción y humildad desde una institución que nació hace casi tres décadas alentada por la esperanza en la que vivía España con su recién aprobada Constitución; que fue ratificada por una inmensa mayoría de compatriotas como fundamento de nuestro orden político y sabía guía de nuestra convivencia.

Desde entonces nos reunimos en una noche como esta y en este Teatro para recibir y honrar a hombres y mujeres que vienen de lugares muy distintos y lejanos del mundo, hablan diferentes lenguas, y se sienten parte de culturas, tradiciones y creencias muy variadas.

No piensan igual; no pueden ser más diversos. Pero, a pesar de sus diferencias estamos seguros de que es mucho lo que les une: Representan, por encima de todo, la lucha por los Derechos Fundamentales, especialmente por el derecho a la vida y a la dignidad de las personas; son defensores de la libertad y de los valores democráticos; son capaces de convivir en la diferencia y consideran su propia diversidad como una fuente de enriquecimiento colectivo. En definitiva, son ejemplo vivo de lo que también los españoles nos propusimos hace ahora treinta años para nuestro país y que seguimos construyendo para las futuras generaciones.

Como Heredero de la Corona dedico y dedicaré a esta gran tarea todos mis esfuerzos. Sigamos trabajando todos unidos, poniendo nuestro mayor empeño, en esa gran empresa de hacer de España una sociedad cada vez más sólida y cohesionada en torno a los principios y valores de nuestra Constitución.

Hoy, cuando concluyen doce intensos meses de trabajo y de alegrías para todos los que formamos parte de la Fundación, y empiezan de inmediato nuevos trabajos y nuevos afanes, podemos reafirmar que nos siguen moviendo todos esos ideales, la ilusión nunca vencida de seguir haciendo ese camino; un camino que nunca ha sido ni es fácil, y que va al encuentro de las más altas metas, pues cuando ellas no existen sólo se escuchan el estéril paso de la rutina y la voz de lo insignificante.

Muchas gracias.

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