Eloy de la Iglesia, un director popular y comprometido
Eloy de la Iglesia (Zarautz, Guipúzcoa, 1944) ha muerto tras una operación de cáncer de riñón que teóricamente había sido un éxito clínico. Fue el director de 23 películas; realizó la primera a sus 22 años, Fantasía 3, orientada a un público infantil; la última, Los novios búlgaros, en 2003, tras haber estado 16 años apartado del cine. Se dijo que durante ese tiempo había descendido a los infiernos, pero él supo renacer de su hundimiento y recobrar con energía el mismo espíritu que le mantuvo como líder de taquilla durante sus años de esplendor profesional.
Películas como La semana del asesino, Los placeres ocultos, El diputado, El sacerdote, Navajeros, Colegas o El Pico fueron un azote para los bienpensantes, al ofrecer su cámara a los jóvenes marginados o al entonces espinoso tema de la homosexualidad.
De la Iglesia hablaba de injusticias sociales y políticas con un desparpajo que se recibía mal en el mundillo intelectual y hasta en algunas esferas del Partido Comunista en el que militó. "Sólo te falta ser negro para la marginalidad total", le espetó con buen humor Juan Antonio Bardem tras uno de sus estrenos. Las películas de Eloy de la Iglesia verbalizaban llanamente algunas atrocidades de esta sociedad, sus corrupciones políticas y la represión sexual, al tiempo que evidenciaban con naturalidad sus preferencias eróticas, provocando con ello cierto escándalo entre los rígidos ortodoxos de la izquierda. Su público estaba en la audiencia juvenil de los cines de barrio de los años setenta, donde sus películas eran acogidas con auténtico fervor.
Tuvo que pasar tiempo para que Eloy de la Iglesia fuera reconocido como un auténtico autor cinematográfico, y comenzaron entonces a lloverle homenajes y retrospectivas, que él acogía con el alivio de saberse comprendido al fin. Quizás nunca rodó lo que se entiende por una obra maestra pero supo estar al día en las preocupaciones de la calle. Sus películas eran desmadejadas y reiterativas (alguien dijo perversamente que sólo retrataban lo obvio) pero hoy son un testimonio vivo de aquellos años, un documento social de la España del franquismo que otras películas no han reflejado con similar crudeza.
Lo curioso es que él era un hombre de gran cultura, lector apasionado, conversador inteligente y reflexivo. Estaba últimamente empeñado en llevar al cine algunas obras de Albert Camus, Los justos más exactamente, porque entendía que en ella se encontraban algunas claves para entender algo de lo que nos pasaba en España. De hecho, su regreso tras el largo silencio que le tuvo apartado del cine y de la vida social, fue la adaptación para televisión de Calígula, la obra maestra de Camus. De la Iglesia no conocía bien el medio televisivo y el resultado fue discutible. Pero tampoco había aprendido el lenguaje del cine en escuela alguna. Presumía de que la primera vez que había entrado en un plató cinematográfico había sido para decir directamente "motor".
Le han quedado proyectos sin realizar, pero es que el cine de nuestros días no parece estar dispuesto a acoger propuestas tan agresivas como las que él ofrecía. O quizás ocurriera que cuando regresó con Los novios búlgaros, adaptación de la novela de Mendicutti, el público había cambiado y el lenguaje de su cine parecía superado. Sea como fuere, en las buenas y en las malas películas de Eloy de la Iglesia hay un ejemplo de compromiso con la realidad inmediata, gran honestidad y riesgo, lo que es mucho decir frente a buena parte del cine que vemos a diario. Si las películas de De la Iglesia no van a pasar a la historia por sus cualidades estéticas, sí lo serán como reflejo del tiempo que él vivió.
Babelia
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