Fallece el humorista Miguel Gila a los 82 años de edad
Gila salvó la vida al hacerse el muerto cuando fue fusilado por un pelotón borracho
Soldado republicano en su juventud, exiliado latinoamericano años después y referencia histórica de las barbaridades y sufrimientos de la Guerra Civil española, Gila, genial humorista español, relataba la pérdida de su identidad política en sus memorias. "Creo -es decir, estoy seguro- que mi identidad política terminó en diciembre del año 1938, en el frente de Extremadura, cuando, unos instantes antes de caer prisionero en manos de los moros de la 13ª División del general Yagüe, tuve que romper mi carné de las Juventudes Socialistas; pero la ideologia que mamé en mi niñez, en mi casa de ente humilde y en las fábricas o talleres donde trabajé, sigue latente en mí".
La política y la guerra civil española fueron así una constante en su humor surrealista con el que se reía y denunciaba de paso, abiertamente, la cerrazón y el sinsentido de éstas. Gila salvó la vida al hacerse el muerto cuando fue fusilado por un pelotón borracho, que no acertó con sus balas, y fue ese episodio el que le dio pie a que luego se mofara de la guerra en su brillante carrera artística con sus famosos monólogos telefónicos en los que solía preguntar: "Oiga, ¿es la guerra?".
Gila, que se autoexilió de España en 1968 para regresar tras la muerte de Franco, comenzó su carrera artística como dibujante de "La Codorniz", y desde entonces dedicó por entero su vida a hacer reír, como cuando interrogaba desde su teléfono sin hilos: "¿Está el enemigo?...Que se ponga".
Nacido en el madrileño barrio de Chamberí el 12 de marzo de 1919, era huérfano de padre, que murió en un accidente en Barcelona dos meses antes de nacer él.
Estudió en el colegio religioso "Raimundo Lulio", pero las dificultades económicas familiares le obligaron a abandonar los estudios a los trece años.
Su primer trabajo fue como pintor de coches. Luego estudió hasta segundo curso de aprendiz de mecánico de aviación y trabajó en los talleres Elizalde, de Barcelona, donde se montaban aviones.
Tenía 17 años cuando comenzó la Guerra Civil. Militante de las Juventudes Socialistas, intervino en la contienda desde julio de 1936. Estuvo en Sigüenza, Somosierra, en los frentes de Madrid, Guadalajara y Ebro, y, finalmente, en Extremadura.
Un pelotón borracho
Fue en Valsequilla (Córdoba) donde logró salvarse del pelotón de fusilamiento dado que éste se produjo al anochecer de un día lluvioso y los integrantes del piquete estaban borrachos, por lo que no le acertaron los disparos. Poco después, en diciembre de 1938, fue hecho prisionero e internado hasta mayo de 1939 en un campo de prisioneros y pasó por los penales de Yeserías, Carabanchel y Torrijos.
Se inició en el periodismo en el diario "Imperio" de Zamora y en Radio Zamora, donde retransmitía partidos de fútbol.
Descubrió sus facultades humorísticas en 1942 estando en Torrijos, cuando publicó sus dos primeras historietas en la revista "Flechas y Pelayos". Ese mismo año inició sus colaboraciones en "La Codorniz" que duraron hasta 1951, primero bajo el seudónimo de "XIII" y más tarde como "Gila".
El 8 de octubre de 1951 se convirtió en humorista hablado al leer en el teatro Fontalba de Madrid un monólogo creado en un principio para Antonio Casal y que al final tuvo que leer él, por encontrarlo el actor fuera de su línea habitual. Gracias a ello fue contratado por Angel de Andrés.
Al poco tiempo debutó en escenarios de cabaret, con monólogos de tipo surrealista, contando extrañas historias de guerra.
Su humor se popularizó rápidamente en radio, trabajando en Radio Madrid, y en televisión, contribuyendo a ello la representación que hacía del tipo "ibérico", con el traje negro, camisa roja, la boina y pegado constantemente al teléfono. Por un comentario en Radio Madrid, en 1956, sobre una noticia según la cual en España no había presos políticos fue suspendido para trabajar durante seis meses y multado con cien mil pesetas.
El humorista más deslumbrante de la posguerra
El dibujante y escritor donostiarra Chumy Chúmez, que fue compañero de Miguel Gila en publicaciones como "La Codorniz" y "Hermano Lobo" ha dicho que Gila ha sido el "humorista más deslumbrante y el más gracioso de la generación de la posguerra".
Chumy, que seguía frecuentando la amistad de Gila ("con el que comía siempre que viajaba a Barcelona"), ha añadido que era un "verdadero 'magister', con una línea del humor muy fino que nadie ha superado" y ha destacado, principalmente su obra literaria, "sus libros briográficos, aunque no sea por lo que más se le conoce".
Esa imagen de hombre rudo y pretendidamente simplón disfrazado de recluta, o tocado con boina y colgado a un teléfono en el que hilvanaba interminables conversaciones es, según Chumy Chúmez, la que va a quedar en la "retina del recuerdo popular".
"Pero -ha señalado- Gila era mucho más: fue un enriquecedor del humor en los tiempos difíciles de la censura de la posguerra, un artista que huyó siempre de lo facilón y creó en La Codorniz el 'chiste sin sentido', que luego inspiró a toda una generación de humoristas de la España de los años 50".
Chúmez conoció a Gila "allá por el año 45 en Zamora. "Poco tiempo después -refirió Chumy- vino a Madrid de visita con un grupo de amigos que le llevaron a la sala de fiestas La Florida, en el parque del Retiro, y éstos le dijeron al dueño del local que dejaran contar unos chistes a un amigo (Gila) porque era muy gracioso".
Cuando terminó su actuación el propietario de La Florida, "al ver que la gente se moría de risa con él" le contrató y, según cuenta Chumy, "Gila se quedó perplejo cuando le dijo que le iba a pagar no sé si 5.000 pesetas ¡a la semana!, ¡no al mes como pensó en un principio!. Toda una fortuna para entonces".
"Desde ese momento no dejó de trabajar en salas de fiestas, donde ganó mucho dinero y donde realmente se hizo famoso".
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.