Las vidas ahogadas en el mar Menor
Las plataformas en defensa de la laguna se manifiestan este jueves en Murcia para exigir responsabilidades por la crisis ambiental
Tras el último episodio estival de peces muertos, en el que se recogieron más de cuatro toneladas y media de cadáveres, la paciencia general se ha agotado. El jueves, las calles de Murcia albergarán una nueva marcha en defensa del mar Menor. Los verdaderos damnificados por esta crisis, los más de 100.000 vecinos que viven a orillas de la albufera, afirman que la situación es insostenible. Muchos ya no se bañan. Tampoco comen pescado si saben que procede de sus aguas. Pero los problemas no terminan ahí. Varios afectados directos confiesan cómo influye en su día a día la situación “desastrosa” que atraviesa la laguna salada más grande de Europa.
Los desterrados: “Parece Chernóbil”
Ella es enfermera. Él, músico. Comenzaron su relación hace seis años y en 2017 se asentaron en Los Narejos, una urbanización en el municipio de Los Alcázares, a orillas del mar Menor (Murcia). Cuatro años después, se han visto obligados a decir adiós a “toda su vida allí” y mudarse a 122 kilómetros de distancia. Una decisión motivada “únicamente” por el estado de la laguna.
Irene Martínez, de 58 años, y Luis Muñoz, de 61, viven ahora en Moratalla (Murcia), cerca de la frontera con Castilla-La Mancha. Desde allí, ella invierte ahora el doble de tiempo en llegar a su trabajo cada mañana. “Teníamos toda nuestra vida en Los Narejos, pero las circunstancias eran insoportables. Si te das una vuelta por la zona, las playas están asquerosas y huelen mal. Te hundes en el fango. Aquello parece Chernóbil”, aseguran por teléfono desde su nuevo hogar en el interior de la región.
Los Alcázares, su antiguo vecindario, luce desangelado. En sus calles impera el silencio. Ocurre lo mismo en Los Urrutias, Los Nietos y San Pedro del Pinatar, otras localidades a orillas del mar Menor. Las persianas bajadas y los carteles de inmobiliarias adornan gran parte de los balcones. Aquí, el precio de la vivienda se ha desplomado un 50% en los últimos años, pero encontrar compradores es “prácticamente imposible”, según los residentes.
Los vecinos: “Me gustaría no tener que limpiar más”
En la playa de Punta Brava, Ángel Pérez (73 años, El Carmolí) ha convertido en rutina una tarea que no le corresponde a ningún vecino: limpiar parte de la orilla. Con ayuda de un viejo rastrillo, lo ha hecho cada mañana durante los últimos tres años, hasta que una fractura le obligó a cubrir su brazo derecho con una escayola el pasado mes de agosto. “El mar Menor está abandonado. Muchas veces, la peste es infumable”, dice.
Pérez explica que la “porquería” se acumula cuatro o cinco metros desde la orilla hacia el interior de la laguna. “No solo enturbia el agua, sino que deja un brillo verde que es asqueroso. Me da muchísima pena. Llevo más de 30 años aquí y no quiero ver cómo se pudre esto”, cuenta desde uno de los embarcaderos próximos a su vivienda. Desde que comenzó su incesante labor voluntaria, no ha recibido ningún agradecimiento de las autoridades regionales, pero tampoco lo espera: “Lo que me gustaría es no tener que limpiar más esta playa. A mí nadie me tiene que agradecer nada”.
Los profesionales: “A este paso, dejaré de bucear aquí”
Más allá de los episodios conocidos de mortandad animal, la fauna del mar Menor ha sufrido graves pérdidas en los últimos años debido a las condiciones del agua. El caballito de mar, símbolo por excelencia de esta albufera, ha pasado de 200.000 ejemplares a tan solo 1.350 en menos de una década, según José Antonio Oliver, coordinador de la asociación Hippocampus. “Ahora mismo está en cifras cercanas a la extinción. Pese a los amagos de repunte del último año, es imposible ser optimistas”, reconoce con desazón.
La turbiedad del agua convierte el recuento de ejemplares en una tarea imposible por estas fechas. Javier Murcia (46 años, Cartagena), fotógrafo acuático reconocido por inmortalizar la fauna y flora del mar Menor, es uno de los grandes damnificados: “Lo que está pasando me afecta una barbaridad. Hay días que no puedo ni dormir”. Murcia asegura que su trabajo ha cambiado mucho, ya que la visibilidad en el agua ahora mismo es de “apenas un palmo”. Desde el dique de Molino Quintín, en San Pedro del Pinatar, lugar donde emprende muchas de sus inmersiones, no augura un futuro laboral esclarecedor: “A este paso, dejaré de bucear aquí. Al final, estás haciendo fotografías en una cloaca. Donde antes veías aguas cristalinas, ahora ves un fondo muerto, putrefacto. Tendré que buscarme la vida en otro sitio”.
La industria pesquera: “Hay miedo a represalias”
Para sorpresa de muchos vecinos, uno de los gremios que se muestra menos afectado es el de los pescadores. Jesús Gómez (64 años, Murcia), expresidente de la Cofradía de Pescadores de San Pedro de Pinatar, alega que muchos no han visto sus bolsillos afectados porque la dorada, que supone el 70% del botín, oculta la mortandad de otras especies: “Es algo momentáneo, la bomba acabará explotando en las manos de muchos. Hasta entonces, habrá quienes sigan chupando del bote”.
Paseando su leve cojera por el paseo de los Castillitos, en San Pedro del Pinatar, Gómez señala otro de los grandes problemas del mar Menor, la ley del silencio: “Hay miedo a represalias. Muchos compañeros no hablan, no se quejan. Hay miedo a que, si lo haces, la administración vaya a por ti. Una inspección puede hacer temblar a cualquiera”.
El sector turístico: “No podemos competir”
A pocos minutos del paseo marítimo, en el comedor del Hotel Traíña ya no corren los cafés como antes. Con la mitad del salón cerrado al público, tan solo un puñado de turistas extranjeros llenan sus platos de huevos, salchichas y beicon a primera hora de la mañana. En la recepción confirman con resignación que están muy tranquilos: “Demasiado, para ser sinceros”.
Dionisio García, técnico de Turismo de la Estación Náutica, asegura que el 30% de las empresas turísticas asociadas al mar Menor han echado el cierre en los últimos años. Además, desde el pasado mes de agosto se han cancelado cerca del 40% de las reservas para la temporada de otoño. “La impresión que tenemos es que todo aquel que tiene opción de irse a otra zona descarta venir. Ahora mismo, se nos hace difícil justificar el turismo aquí; no podemos competir con otros puntos del Mediterráneo”, admite mientras mueve sin descanso un bolígrafo en la mesa de su despacho. Para ilustrar mejor el problema, García gira la pantalla del ordenador y muestra la señal de varias cámaras situadas en el litoral de la laguna: “Esta es la realidad. Tenemos las playas vacías, los chiringuitos están desiertos. No hay nadie. Esta crisis hará que desaparezca la primera estación náutica de España”.
Las asociaciones: “Lo que teníamos nunca volverá”
Tras el episodio de peces muertos del pasado mes de agosto, la plataforma Pacto por el Mar Menor dijo basta. Su portavoz, Ramón Pagán, asegura que la paciencia de la gente “se ha agotado”. “El 7 de octubre nos manifestamos en Murcia para exigir responsabilidades políticas y penales a los responsables de esta situación”, sostiene tajante bajo un sol intermitente en la rambla del Albujón. Allí se sitúa uno de los principales focos del problema: un gran caudal de agua verdosa que, por los residuos procedentes de las explotaciones agrícolas, fluye sin pausa hasta desembocar en el mar Menor. Pagán cuenta que este entorno “debería ser un río seco, que es lo que ha sido siempre”. Ahora, añade, “por aquí salen cada segundo 650 litros de un agua que triplica la cantidad de nitratos permitida por la Unión Europea”.
Cuando el portavoz de Pacto por el Mar Menor, químico de profesión, explica con esmero las propiedades tóxicas de esta sustancia, dos vecinos que se han acercado a la zona en bicicleta interrumpen la entrevista para levantar la voz de auxilio: “Esto da miedo. Nosotros lo sufrimos, los turistas ya no vienen y nadie hace nada. Los que mandan ponen la mano y callan. Necesitamos que se sepa lo que está pasando, por favor”.
Al igual que muchos de los entrevistados, Pagán se refiere al mar Menor en pretérito: “Ha sido una maravilla. Hemos disfrutado durante años de un ecosistema que ya no volverá”. Este jueves, confía en que el apoyo en Murcia sea multitudinario. Pese a que llegarán autobuses fletados desde varios puntos de la región, será difícil igualar las 55.000 personas que salieron a las calles de Cartagena en 2019, en lo que fue la mayor protesta por motivos ambientales de la historia de España. “No sabemos si la pandemia dejará repetir esas cifras, pero sí espero varios miles de personas”, reconoce mientras se remanga las mangas de la camisa.
Mientras llega el día, Pagán insiste en recalcar desde el puente levantado sobre la rambla del Albujón que el mar Menor es patrimonio de todos los españoles, no solo de los murcianos: “Aquí se está jugando un partido sin árbitro desde hace mucho tiempo. Ahora solo exigimos que los árbitros ejerzan como tal y el partido se juegue según las reglas. Ya sabemos que lo que teníamos nunca volverá. Nos lo han quitado para siempre”.
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