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Cumbre del Clima
Tribuna
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La COP26 de Glasgow ha de ser un acelerador de la acción contra el cambio climático

Laurent Fabius, presidente de la cumbre donde se alcanzaron los Acuerdos de París, pide a los Estados que adquieran nuevos compromisos frente al calentamiento global

Atasco de coches en Belgrado (Serbia), este viernes.
Atasco de coches en Belgrado (Serbia), este viernes.Darko Vojinovic (AP)

Ahora que se acerca Glasgow, a menudo me preguntan cuál es el secreto del Acuerdo universal que presidí en 2015. Mi respuesta es que ese éxito, tras un largo e intenso trabajo de diplomacia ambiental, se hizo posible gracias a la convergencia, en París, de tres planetas: la ciencia, las sociedades y los Estados.

Desde entonces, el planeta de ciencia ha multiplicado sus avances. Muchos estudios han profundizado en nuestros conocimientos, mostrando, por ejemplo, que los 1,5 grados centígrados se han convertido en el límite que no hay que sobrepasar. Las investigaciones se desarrollan en todos los frentes y van eliminando barreras. La tecnología avanza, fomentando el ahorro de energía y reduciendo en gran medida el coste de las energías renovables frente a las energías que contienen carbono. Van apareciendo importantes innovaciones.

El “planeta de las sociedades” también ha estado presente. Más rápidamente que lo que esperábamos en 2015. Las organizaciones no gubernamentales, las ciudades, las regiones, las universidades se han movilizado. Las opiniones públicas han tomado más conciencia de los retos. Los jóvenes, a quienes sería absurdo tratar con arrogancia, nos muestran el camino. Cada vez son más las empresas que se comprometen, por varias razones, ya sean éticas, económicas, financieras. No obstante, lo hacen a distintos ritmos. Entre los productores de energías fósiles, carbón, petróleo y gas, hay que reconocer que no ha desaparecido —ni mucho menos— la confusión entre eco-compromisos, eco-logros y eco-blanqueamiento.

En cuanto a los Estados, son varios los que no han cumplido sus compromisos. El Acuerdo de París, que firmaron todos, prevé claramente, en su cuarto artículo, que cada país debe comunicar una “contribución determinada a nivel nacional”, que se revisará al alza cada cinco años como mínimo. No obstante, en el mismo momento en el que escribo estas líneas, numerosos actores estatales, especialmente la Unión Europea, han comunicado una contribución que guarda consonancia con el Acuerdo, mientras que otros han presentado una en la que no consta mejora alguna, o incluso que da marcha atrás, o ni siquiera la han comunicado. Sería deseable que el próximo G20 de Roma y la COP26 de Glasgow conduzcan a nuevos compromisos en los días venideros. La elección de Donald Trump en cuanto comenzó su presidencia, las tensiones internacionales, la pandemia de Covid-19, el cortoplacismo y el nacionalismo que nos rodean, las dificultades inherentes para llevar a cabo las profundas mutaciones necesarias son todos causantes de estos incumplimientos, aunque no los justifiquen.

En definitiva, si seis años después los dos primeros planetas están ampliamente presentes, no es algo que ocurra con el “planeta de los Estados”. El aumento de las temperaturas, que debería establecerse de aquí al final del siglo por debajo de los 2ºC y, si fuera posible, por debajo de 1,5ºC, se encuentra más bien en una pendiente de 2,7ºC, o incluso mayor; un camino que el Secretario general de la ONU considera “catastrófico”, y con razón. Olas de calor, megaincendios, inundaciones, hambrunas, migraciones humanas masivas y forzadas, la calamitosa marcha del calentamiento llega a todas partes, y primero a los territorios y a las personas más vulnerables. Nos afecta a todos. No dentro de 10 o 30 años, sino hoy mismo.

Cuatro objetivos

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Este es el contexto en el que se inicia la COP26 de Glasgow, que fue aplazada de un año debido a la pandemia. Se trata de perseguir al menos cuatro objetivos, por orden de dificultades crecientes. Es con respecto a dichos objetivos que podremos evaluar los resultados.

El primer objetivo consiste en aprobar el “reglamento de aplicación” del Acuerdo de París. Sus disposiciones son bastante técnicas pero importantes. El retraso a la hora de cerrar este expediente dificultó varios avances. No cerrar este punto o no llegar a un acuerdo sobre un texto a la baja sería muy decepcionante.

El segundo está relacionado con las financiaciones. Ya en 2009, se asumieron compromisos concretos con motivo de la COP15 en Copenhague. Los países ricos prometieron dedicar, en 2020, al menos 100.000 millones de dólares al año para las financiaciones relacionadas con el clima, públicas y privadas, dirigidas a los países en desarrollo, así como a aumentar esta cifra más adelante. A día de hoy, las cuentas siguen sin salir, lo que penaliza el desarrollo de muchos países a los que falta tanto financiación como tecnología, especialmente en África. Resulta fundamental que la COP26 avance en este frente, al mismo tiempo que se aumenta la parte dedicada a la adaptación al calentamiento global. Esto implica aumentar las donaciones frente a los préstamos y tratar la cuestión de los “daños y perjuicios”. Con carácter más general, todo el sistema bancario y financiero ha de movilizarse mucho más con miras a que detengan realmente su apoyo a las energías fósiles y para desarrollar, de forma masiva, las inversiones ecológicas.

En tercer lugar, para llenar el vacío de compromisos, convendría poner de relieve y esclarecer las ambiciones climáticas nacionales. En lo que respecta a las emisiones de CO₂ claro está, pero también en lo que respecta a ese gas tan crítico, el metano. Desde hace unos meses, se está desarrollando un avance importante en el que se multiplican los anuncios de que se pretende alcanzar la neutralidad en las emisiones de carbono a mediados del siglo XXI: se trata de un progreso sustancial. Pero, por una parte, se necesita implementar indicadores indiscutibles, que permitan verificar los verdaderos cambios: la transparencia es necesaria para poder confiar. Por otra parte, los anuncios de largo plazo no eximen de obtener compromisos que se puedan verificar a medio (2030) y corto plazo (de la COP27 a la COP30). No queda claro si la imprescindible neutralidad en carbono se alcanzará mediante una reducción drástica de las energías fósiles o mediante una recuperación y compensación de las emisiones. Solo podremos saber si el camino de largo plazo es pertinente y si se cumple con él si se aclaran estos aspectos.

Por último, se espera que la COP de Glasgow tenga en consideración, compruebe y amplíe varios de los cambios acontecidos desde el Acuerdo de París. Cada vez se hace más evidente que la lucha contra el cambio climático y la protección de la biodiversidad están relacionados: estas dos prioridades han de conciliarse y los medios utilizados para ello han de ser coherentes. Por otro lado, cada vez se comparte más la constatación de que no podemos tratar eficazmente estas cuestiones sin tomar medidas potentes de justicia social, trátese de las modalidades para la fijación del precio del carbono o del acompañamiento en las actividades, de los territorios y de las personas que se ven directamente afectadas. La COP26 también brinda la ocasión de concretar el compromiso que asumieron varios sectores de reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero (cemento, construcción, agricultura, automóvil, transporte aéreo, transporte marítimo, etc.). Glasgow tendrá que mostrar la convergencia de todas estas acciones, a las que se añaden un seguimiento y una evaluación concreta.

Cumplir estos objetivos se hace aún más imprescindible en el periodo actual en el que se registran penurias y aumentos en el precio de la energía y en el que ciertos grandes emisores de CO₂ están recurriendo más al carbón. Hay que evitar que estos movimientos opugnen la reducción drástica de las energías fósiles, que no debe perderse en la transición ecológica. También se trata de uno de los principales retos de Glasgow.

Hace seis años, cuando di el discurso de apertura de la COP21, dije lo siguiente: “creo en el éxito porque todos sabemos que la lucha contra el calentamiento global es mucho más que una cuestión ambiental: es una condición esencial para abastecer en comida y en agua al planeta, para salvar la biodiversidad y proteger la salud, para luchar contra la pobreza y las migraciones masivas, para disuadir las guerras y alentar la paz y, en última instancia, para dar su oportunidad al desarrollo sostenible y a la vida”. El reto sigue siendo el mismo, y de hecho es aún más apremiante a día de hoy, y nuestra responsabilidad para con las futuras generaciones es inmensa. El escepticismo respecto al cambio climático ha retrocedido. Pero ahora, a través de la acción y de los resultados, debemos hacer que el fatalismo sobre el clima también retroceda. Ahí es donde reside el desafío de la COP26 de Glasgow.

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