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El urogallo, el desmán y un geranio único en el mundo: los grandes fuegos acorralan a especies irreemplazables

Expertos alertan de la pérdida de hábitat en la Cordillera Cantábrica y piden que los animales y plantas más vulnerables figuren en los planes contra incendios

El urogallo, un geranio único, y el desmán
Esther Sánchez

En el mundo existen solo dos poblaciones de Geranium dolomiticum y crecen en El Bierzo (León), en una zona a la que llegaron los grandes incendios de este verano. Las llamas quemaron el 56% de los rodales ocupados por la subespecie en Peñas Ferradillo. A pesar de ello “hubo suerte, solo afectó a una de ellas, el fuego no arrasó y la extinción fue poco invasiva, así que creemos que de esta no va a desaparecer”, explica Estrella Alfaro, profesora de Biodiversidad de la Universidad de León y coordinadora del informe que ha evaluado la afección de las llamas al hábitat de varias especies emblemáticas y en peligro en la cordillera Cantábrica.

El geranio, un símbolo del entorno, fue solo uno de los afectados. El fuego quemó, además, entre el 8% y el 15% del ya pequeño territorio del urogallo cantábrico, y el 17% de las subcuencas ocupadas por el desmán ibérico (un raro micromamífero con trompa y patas palmeadas). Ambas especies se encuentran en peligro crítico de extinción. Las llamas alcanzaron también al 28% del área donde se localizan los 130 grupos de lobo conocidos en la zona y al 25% del área cantábrica del oso pardo —un porcentaje que sube hasta el 58% en su área de expansión suroccidental (León, Ourense y Zamora)—, además de al 14% de los lugares con presencia de perdiz pardilla. La Genista sanabriensis, una planta que tapiza el suelo y es abundante, ha perdido el 78% de los rodales de la subpoblación de Sanabria y el 80% de la sierra del Teleno. “Son unos números que asustan”, señala Alfaro.

Los autores del informe, de varias universidades y del CSIC, han elaborado una primera visión del impacto de los incendios para alertar de lo que está ocurriendo. Pero advierten de que faltan por determinar los efectos particulares para cada especie: la mortalidad directa, los desplazamientos forzados, la alteración de la calidad del hábitat o las mermas en la reproducción, entre otros parámetros.

José Luis Tellería, catedrático jubilado de la Facultad de Ciencias Biológicas y coordinador de la investigación junto a Alfaro, considera “muy importante que esos datos estén cuánto antes” para no depender de esa suerte que no arrasó al geranio. Se trata de que “en el momento en el que lleguen los incendios del verano próximo, la persona que esté coordinando el operativo de extinción sepa las poblaciones de animales y plantas en peligro y emblemáticas que existen en el área y cómo actuar”, puntualiza.

Las medidas de prevención se deben diseñar de manera que no degraden la calidad de los hábitats, añaden los investigadores. En algunos casos, incluso se debería prohibir la caza y otras actividades molestas para facilitar la recuperación de las especies. Al apagar un fuego, añaden, es necesario extremar el cuidado en las técnicas de extinción, evitando en lo posible las más agresivas. “Si fuéramos arqueólogos estaríamos escandalizados si hubieran pasado una excavadora por una calzada romana, si se hubiera podido evitar”, apunta Tellería. Esto implica el mantenimiento de una cartografía actualizada que indique la ubicación de los hábitats y los enclaves para su supervivencia, destacan los investigadores.

Alberto Fernández Gil, de la Estación Biológica de Doñana (CSIC), ha evaluado la situación del hábitat del lobo y la perdiz pardilla. Explica que “hay muchos animales que pueden escapar de los fuegos”. Osos y lobos cuentan con una mayor movilidad, pero tras un incendio se enfrentan a una pérdida de cobertura forestal y de matorral, lo que les lleva a ser más vulnerables y estar más expuestos a su captura.

En el caso de los lobos, algunas comunidades autónomas (como Cantabria y Asturias) recurren a su control letal después de que el cánido saliera del listado de especies protegidas. A ello se une el furtivismo, que continúa siendo un problema grave tanto para esa especie como para los osos. Además, la expansión a nuevos territorios implica riesgos por la competencia con otros ejemplares.

De los animales estudiados por los investigadores, el urogallo y el desmán son sobre los que recae la mayor preocupación por la fragilidad que presentaban ambas especies antes de los incendios. Se estima que en la actualidad existe una población de 209 urogallos, según el último censo del Ministerio para la Transición Ecologica de 2024, tras sufrir una vertiginosa caída del 90% entre 1978 y 2019, acorralada entre la caza y la degradación del hábitat. Vive en bosques caducifolios, maduros de hayas y mixtos de hayas y robles y arándanos.

En este caso, los investigadores recomiendan paralizar los clareos en áreas críticas de urogallo. Estos “representan un grave peligro en caso de incendio”, porque los árboles cortados no se retiran y actúan como combustible seco en estas zonas forestales tan importantes. También se debería suspender la actividad cinegética y ganadera. Todo ello, al menos, durante los tres años posteriores al incendio.

El desmán ibérico sobrevive principalmente en arroyos montañosos de aguas limpias, oxigenadas y de corriente rápida, algo difícil de conseguir en subcuencas arrasadas por los incendios. La situación se complica si llueve después de forma torrencial por el arrastre de las cenizas y otras partículas al río. Está constatado, indican en el estudio, que los incendios forestales provocan graves alteraciones, favoreciendo la erosión, el transporte y deposición de sedimentos. A lo que se suma la desaparición de los macroinvertebrados acuáticos, base de la dieta del desmán y que tardan entre un año y dos en recuperarse.

En el caso de la Cordillera Cantábrica, la subcuenca del Esla es la más afectada, con un 25%, seguida de la del Sil (23%) y la del Miño (22%). En total, un 17% de la superficie de las subcuencas fluviales con presencia conocida de poblaciones de desmán ibérico ha visto afectada negativamente, puntualiza el estudio.

Como medidas a implementar se propone realizar una evaluación de campo lo antes posible y ver cómo ha afectado demográficamente a la población. Un seguimiento que se debería prolongar al menos los cuatro o cinco años posteriores al incendio. Se recomiendan también actuaciones de restauración hidrológico-forestal que mitiguen los arrastres de cenizas y lodos y controlar las especies exóticas invasoras, como el visón americano, uno de los principales enemigos del desmán.

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Sobre la firma

Esther Sánchez
Forma parte del equipo de Clima y Medio Ambiente y con anterioridad del suplemento Tierra. Está especializada en biodiversidad con especial preocupación por los conflictos que afectan a la naturaleza y al desarrollo sostenible. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y ha ejercido gran parte de su carrera profesional en EL PAÍS.
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