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ecologistas
Tribuna
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Los 40 años de historia de Greenpeace en España

“No nos van a callar nunca”, afirma la directora del grupo ecologista en el aniversario de la fundación de la sección española

Manifestación en la ría de Vilagarcía de Arousa (Pontevedra) a principios del mes de junio.
Manifestación en la ría de Vilagarcía de Arousa (Pontevedra) a principios del mes de junio.PEDRO ARMESTRE (pedro armestre)

La historia de Greenpeace en España comienza con fuerza en 1978, recién estrenada la democracia, con nuestros cuerpos entre el arpón y la ballena. El Rainbow Warrior, buque insignia de la organización, fue retenido cinco meses por la Armada española hasta que consiguió escapar. En 1982 se conseguía la primera moratoria de caza a las ballenas.

El siguiente impulso, en 1983, aún permanece en la retina de todas aquellas personas que vieron en sus televisores las imágenes de nuestras lanchas saltando por los aires debido a los bidones de residuos radiactivos que se lanzaban al mar en la fosa atlántica. Meses más tarde se conseguía la moratoria de vertidos radiactivos al mar.

Es en mayo de 1984, en el Pabellón Villanueva del Jardín Botánico de Madrid, cuando se anuncia la fundación de la sección española de Greenpeace, gracias al activista ambiental Remi Parmentier (miembro del Consejo Internacional de Greenpeace), el biólogo marino Xavier Pastor, el periodista Benigno Varillas y el escritor Manuel Rivas.

En aquellos años, la situación medioambiental en nuestro país no era muy halagüeña. Ante la fuerza del movimiento antinuclear, la industria atómica repartía pegatinas en los colegios con el eslogan Nuclear hoy, solar mañana. Se empezaba a hablar del futuro de las energías renovables, pero, decían, era una “utopía”. El vertido libre de aguas residuales e industriales era la norma. La gestión de los residuos no existía. La inercia de las políticas forestales de la posguerra destrozaba especies y espacios, y el movimiento ecologista denunciaba todavía el uso de veneno en los cotos de caza contra las mal llamadas “alimañas”. Las y los ecologistas se tenían que echar al monte para detener las máquinas que derribaban encinas y alcornoques para plantar eucaliptos, lugares donde criaban el buitre negro o el águila imperial y sobrevivía todavía el lince ibérico.

Muchas cosas han cambiado desde 1984. Desde los avances del Protocolo de Montreal para proteger la capa de ozono o el hito histórico que fue la Cumbre de la Tierra de 1992, actualmente multitud de convenios internacionales y leyes tratan de confrontar los desafíos tan grandes que aún tenemos por delante.

Y en toda esta historia, Greenpeace ha sido un importante actor más dentro de la enorme diversidad de movimientos sociales (otros grupos ecologistas, sindicatos, consumidores, movimientos campesinos, feministas, etcétera) con los que hemos compartido muchas de estas luchas y con los que hoy en día seguimos tejiendo redes e imaginando un futuro mejor.

El tiempo nos ha dado la razón. Los cierres en 2006 de Zorita y en 2017 de Garoña hicieron que se nos saltaran las lágrimas; hoy tenemos un calendario de cierre de las nucleares.

También sucedió cuando las chimeneas de Pasaia, Meirama o Carboneras fueron demolidas: 30 años de lucha para que las centrales de carbón, fábricas de cambio climático en España, pertenecieran al pasado y se impulsara una transición justa. Las energías renovables ya tienen un papel predominante en el mix energético. El autoconsumo y las comunidades energéticas, a pesar de las trabas, se están multiplicando. El agujero de la capa de ozono se ha reducido, las minas antipersona y las bombas racimo se han prohibido, y la gran mayoría de los sectores económicos se ven interpelados a la hora de calcular su huella de carbono y sus impactos ambientales. Estamos hablando de un Tratado Global de los Océanos y otro de los plásticos. Ocho de cada diez personas piensan que se deben fortalecer los compromisos de los Estados frente al cambio climático. Y se abren camino la economía circular, la movilidad sostenible, el consumo de productos de segunda mano, la cultura del compartir… En estos años estamos recogiendo los frutos del trabajo de muchas décadas, y sembrando qué tipos de economías, qué tipo de democracia, qué revalorización del campo, qué mundo queremos y necesitamos.

Hay nuevos retos más sistémicos: la superación de seis de los nueve límites planetarios está poniendo en jaque a la humanidad; las injusticias del capitalismo, el colonialismo y la guerra se acentúan; los que ostentan el poder y la riqueza se resisten a perder sus privilegios. Y una alerta: una ola de negacionismo obsceno y de retardismo irresponsable recorre Europa y otros países occidentales que califican de “agenda progre” asuntos como el acceso de la población a la educación y el agua potable, la lucha contra el hambre y el combate de la pobreza, la igualdad de género o la defensa de la naturaleza. Un nuevo ciclo político europeo que pone en riesgo los esfuerzos de décadas de multilateralismo que ha intentado, siquiera tímidamente, cuestionar los peores efectos de la globalización, incorporar ideas como la justicia climática y la necesidad de aumentar la ambición para no superar la totémica cifra de 1,5 ºC de temperatura media a la que nos comprometimos como humanidad en el Acuerdo de París. Y estos nuevos líderes, políticos y empresariales, están hechos de la misma pasta que los que critican los avances en materia de derechos de las mujeres, demonizan a la población inmigrante o demandan que se declare especie cinegética cualquier animal que se ponga a tiro. No podemos bajar la guardia.

Con el respaldo de más de 155.000 socios y socias, en el año de nuestro 40º aniversario, nos siguen alimentando la misma emoción y la misma rebeldía, la misma fuerza y la misma pasión por el planeta que tuvieron esos hombres y mujeres que iniciaron la chispa de Greenpeace en los 70, lanzándose a parar las pruebas nucleares en el archipiélago de Amchitka. Llevamos 40 años sin callarnos. Hemos estado presentes en las grandes luchas ecosociales de estas cuatro décadas. Y lo que nos queda. Con la mirada puesta en un modelo más allá del crecimiento económico y con garantías para el bienestar de todas hoy, y para las generaciones futuras mañana. Junto con un movimiento inclusivo, diverso e interseccional vamos a construir un futuro alternativo, verde, justo y en paz. No nos van a callar nunca. Ni con bombas ni con arrestos arbitrarios, ni con multas ni cerrando nuestras oficinas. Somos incansables.

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