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Un macroestudio confirma que millones de personas toman un fármaco contra el infarto sin necesitarlo: “Vamos a ahorrar millones de euros”

Una investigación internacional certifica que los betabloqueantes, recetados por sistema desde hace cuatro décadas, no aportan beneficios a la mayoría de los supervivientes de un ataque al corazón

Manuel Ansede

Pocas veces un estudio científico puede tener un impacto beneficioso en la vida diaria de tantos millones de personas, explican los cardiólogos Valentín Fuster y Borja Ibáñez. Hace un par de meses, su equipo presentó los resultados de un ensayo clínico con 8.500 voluntarios que mostró que los betabloqueantes ―unos fármacos que se recetan de por vida tras un infarto desde hace décadas― “no aportan beneficio alguno” a la mayoría de estos pacientes, aquellos que mantienen su capacidad de bombeo del corazón. “Hablamos de decenas o cientos de millones de personas en el mundo, es una barbaridad”, resume Ibáñez, en una sala del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC) con vistas al norte de Madrid. Sus conclusiones, sin embargo, se toparon con un cierto escepticismo. El número dos del Ministerio de Sanidad, el médico de familia Javier Padilla, llegó a afirmar que había “artículos contradictorios en este ámbito” e incluso criticó "los cantos de sirena de hallazgos que pueden ser muy llamativos".

La controversia afecta a esos millones de personas que toman cada día uno o dos de estos comprimidos. Los betabloqueantes pueden salvarles la vida, si tienen arritmias, insuficiencia cardiaca crónica o disfunción del corazón. Estos fármacos hacen que sus vasos sanguíneos se dilaten, lo cual reduce su presión arterial y su frecuencia cardiaca, pero a menudo tienen efectos indeseados, como el cansancio constante y la disminución del deseo sexual. Solo hay que tomarlos si realmente hay un motivo médico. El equipo español anuncia este domingo nuevos resultados, esta vez “irrefutables”, según subraya Ibáñez, director científico del CNIC. Los autores han analizado los datos de cinco ensayos clínicos en ocho países, con casi 18.000 participantes, y han certificado su conclusión previa: los omnipresentes betabloqueantes no son necesarios en los pacientes que, tras sobrevivir a un infarto, conservan una correcta actividad contráctil de su corazón.

Ibáñez echa cuentas. Calcula que, solo en España, puede haber 1,2 millones de personas que toman cada día betabloqueantes sin necesidad, pero recalca que habrá otros 500.000 pacientes para los que estos fármacos sí son recomendables. Nadie debería abandonar el tratamiento sin consultarlo primero con su cardiólogo, advierten Ibáñez y Fuster. Sus resultados, presentados este domingo en Nueva Orleans (EE UU) en el Congreso de la Asociación Estadounidense del Corazón, se publican en la revista especializada The New England Journal of Medicine.

Valentín Fuster dirige el CNIC en Madrid y al mismo tiempo preside el Hospital Cardiaco Monte Sinaí Fuster de Nueva York, que desde hace dos años lleva su nombre. El célebre cardiólogo cuenta que él ya dejó hace una década de recetar betabloqueantes a sus pacientes con infarto no complicado. No fue una decisión fácil, explica. Fuster es discípulo de Desmond Julian, el médico británico que hace medio siglo impulsó el ambicioso ensayo clínico que demostró los beneficios de los betabloqueantes tras un infarto. La utilidad de estos fármacos, sin embargo, disminuyó a partir de 2005, cuando se generalizó la implantación de stents coronarios, los tubitos de malla de metal que evitan la obstrucción de las arterias tras un infarto.

“Trabajé con Desmond Julian, así que viví muchísimo el desarrollo del concepto de los betabloqueantes. Durante unos años, era como el evangelio: tenías que dar betabloqueantes tras un infarto, sí o sí. Yo dejé de darlos hace 10 años, pero se me cuestionó mucho esto”, recuerda Fuster, nacido en Barcelona hace 82 años. Su equipo trabaja ahora para calcular el ahorro generado a la sanidad pública. Los betabloqueantes son medicamentos de la década de 1970 ya libres de patentes, como el bisoprolol, desarrollado por la farmacéutica Merck, y el metoprolol, vinculado históricamente a AstraZeneca. Una caja de 40 comprimidos cuesta unos cuatro euros. Son muy baratos, pero, si un millón de pacientes deja de comprar su cápsula diaria, el ahorro rondaría los 35 millones de euros cada año, según una primera estimación de Ibáñez. “Vamos a ahorrar millones a la sanidad pública”, proclama.

El nuevo análisis incluye casi 18.000 voluntarios, sobre todo de España, Suecia, Noruega, Dinamarca, Italia y Japón. Todos habían sufrido un infarto, pero sin perder la capacidad de bombeo del corazón. La mitad de los pacientes recibió betabloqueantes y la otra mitad no. Tras casi cuatro años de seguimiento, los médicos observaron resultados similares en ambos grupos: alrededor del 8% de los participantes sufrió un evento cardiovascular importante, ya fuera insuficiencia cardiaca, un nuevo infarto o incluso el fallecimiento. Tomar betabloqueantes o no tomarlos no cambió nada. “Estos datos son definitivos”, sentencia Fuster.

Su anterior estudio, bautizado REBOOT y realizado en un centenar de hospitales de España e Italia, obtuvo resultados inquietantes en las mujeres. Por cada 100 pacientes tratadas con betabloqueantes, hubo un desenlace de muerte, reinfarto u hospitalización atribuible a los propios fármacos, según explicaron entonces los autores. La publicación de la investigación hispanoitaliana coincidió con otro estudio similar, pero con menos pacientes, elaborado en Dinamarca y Noruega. Los resultados parecían contradictorios. El trabajo nórdico, con 5.600 voluntarios, sí había detectado que los betabloqueantes reducían ligeramente el riesgo de muerte o de un evento cardiovascular grave. Al analizar en conjunto todos los datos, el supuesto efecto beneficioso ha desaparecido. Y el posible impacto nocivo en algunas mujeres tampoco se considera ahora estadísticamente significativo.

La Sociedad Europea de Cardiología encargó en 2014 a Borja Ibáñez la elaboración de su guía de tratamiento del infarto de miocardio, un problema que cada año afecta a dos millones de personas en el continente, 70.000 de ellas en España. El cardiólogo cuenta que se encontró con una absoluta falta de evidencias sobre la eficacia actual de los betabloqueantes en los infartos no complicados, pese a que millones de personas los tomaban a diario. Así nació la idea de ponerlos a prueba. “El resultado es revolucionario”, señala Ibáñez, que entiende el escepticismo de hace dos meses. “El ser humano en general, y la comunidad médica no es diferente, tiene mucho miedo al cambio, pero entre las personas expertas en infarto estos datos no han sorprendido a nadie”, opina.

Ibáñez y Fuster vaticinan que habrá un cambio inmediato en las guías de tratamiento del ataque al corazón en todo el mundo. Entre los autores principales del nuevo estudio figuran la cardióloga danesa Eva Prescott, la japonesa Neiko Ozasa y el español Xavier Rosselló. El presidente de la Sociedad Española de Cardiología, Ignacio Fernández Lozano, también cree que este análisis internacional “zanja” las dudas. “Ahora el 70% de los pacientes quedan sin muchas secuelas ni daños tras un infarto, con su función del corazón conservada, y no obtienen beneficios de los betabloqueantes, así que no hay por qué darlos”, resume. Este cardiólogo, del hospital público madrileño Puerta de Hierro Majadahonda, insiste en que nadie suspenda su tratamiento sin consultarlo antes con su médico.

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Sobre la firma

Manuel Ansede
Manuel Ansede es periodista científico y antes fue médico de animales. Es cofundador de Materia, la sección de Ciencia de EL PAÍS. Licenciado en Veterinaria en la Universidad Complutense de Madrid, hizo el Máster en Periodismo y Comunicación de la Ciencia, Tecnología, Medioambiente y Salud en la Universidad Carlos III
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