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De los hongos a la reinvención de la arquitectura: el auge de los edificios vivos y autorreparables

Investigadores financiados por la UE cultivan hongos como materiales de construcción capaces de adaptarse al entorno e incluso repararse a sí mismos

Edificios vivos y autorreparables

En su despacho de los Países Bajos, el profesor Han Wösten nos enseña un objeto duro similar a una esponja. Se trata de un material que creó en 2012 a partir de la intrincada red de raíces de los hongos. Sus predicciones sobre el potencial de este material son bastante audaces.

“En diez años, deberíamos tener los primeros edificios hechos de hongos”, apunta Wösten, profesor de biología molecular en la Universidad de Utrecht.

Wösten no está hablando de paredes mohosas, sino de algo mucho más fascinante: materiales vivos, sostenibles y con un potencial asombroso.

Este profesor estudia distintos hongos para observar cómo se comporta el micelio, al que podríamos considerar el internet de la naturaleza: la red viva de filamentos que nutre a los hongos y conecta a las plantas entre sí, permitiéndoles intercambiar recursos e información.

Su labor actual consiste en crear “filamentos” fúngicos para ofrecer una alternativa sostenible y biodegradable al plástico, la madera y el cuero, materiales a los que ya se están dando nuevos usos en la moda, el mobiliario y la construcción.

Wösten es parte de un equipo de investigación con miembros procedentes de Bélgica, Dinamarca, Grecia, Países Bajos, Noruega y el Reino Unido que está explorando una idea radical: ¿qué ocurriría si los materiales que usamos en la construcción pudieran crecer, repararse a sí mismos e incluso percibir el entorno?

Esta iniciativa de investigación financiada por la UE y denominada Fungateria, crea materiales vivos artificiales (engineered living materials, ELM) fusionando micelios con bacterias. El resultado de esta fusión son materiales adaptables y autorregenerables con la capacidad de superar las carencias de otros productos convencionales.

Al contrario que muchos materiales tradicionales, como el hormigón o el plástico, los ELM pueden crecer, repararse a sí mismos, percibir cambios en el entorno y, en ocasiones, incluso adaptarse con el paso del tiempo.

Lo que los investigadores buscan con estos materiales es combinar la resiliencia de los organismos vivos con la funcionalidad de los productos desarrollados mediante ingeniería. Por ejemplo, se habla de paredes que reparan sus propias grietas, ladrillos que absorben CO₂ o superficies que pueden limpiar el aire.

El objetivo es crear materiales sostenibles, que produzcan pocos residuos y que trabajen en sintonía con la naturaleza y no en su contra, para así abrir la puerta a una arquitectura y unos productos más inteligentes y ecológicos.

Edificios que crecen como organismos

“Ya sabemos fabricar materiales similares al cuero y paneles de aislamiento a partir de estas redes fúngicas extendidas”, precisa Wösten. “Ahora queremos ir un paso más allá y crear edificios que crezcan como organismos vivos, pero de una forma controlada”.

Las ventajas que esto podría reportar son considerables. Tengamos en cuenta que el sector de la construcción genera más de un tercio de los residuos totales de la UE.

Según las estimaciones, las emisiones de gases de efecto invernadero procedentes de la extracción de materiales y la fabricación de productos de construcción, así como de la construcción y renovación de edificios, representan entre el 5% y el 12% del total de las emisiones nacionales de los Estados miembros de la UE. Por lo tanto, una mayor eficiencia de los materiales podría reducir estas emisiones un 80%.

Otra gran ventaja es que, mientras que la fabricación de hormigón emite enormes cantidades de CO₂ a la atmósfera y agrava el cambio climático, los edificios construidos con compuestos fúngicos podrían reciclar residuos agrícolas y transformarlos en materiales de construcción, contribuyendo así a reducir las emisiones de carbono.

La idea de que haya organismos vivos en los edificios puede inquietar a algunas personas. Sin embargo, para el profesor Phil Ayres, pionero en el campo de la arquitectura biohíbrida de la Real Academia danesa de Arquitectura, Diseño y Conservación de Copenhague, este cambio social será gradual.

“Llevamos cientos de años comiendo alimentos que contienen organismos vivos. Pero solo llevamos 20 años estudiando las aplicaciones potenciales de estos organismos en el sector de la construcción”.

Ayres, que coordina el trabajo del equipo de investigación de Fungateria, quiere enterrar el dogma de sus colegas arquitectos de que los materiales son controlables y tienen unas propiedades fijas.

“Todas las construcciones cambian con el tiempo de formas bastante dramáticas. Si empezamos a concebir los edificios como organismos vivos y en constante cambio, quizás podamos crear una nueva arquitectura más conectada con el medio ambiente”, manifiesta.

Combinando disciplinas que abarcan desde la microbiología hasta la arquitectura y la ética, los investigadores buscan también acercarse al público mediante exposiciones, como la Bienal de Venecia, y talleres donde se desafían las concepciones tradicionales sobre la esencia de los edificios.

Crecimiento controlado

Cualquier hongo del bosque representa solo la punta del iceberg: debajo de él se esconde una red extensísima de micelio que puede llegar a pesar toneladas.

En su uso en la construcción, estas hifas fúngicas (unos filamentos similares a hilos) pueden ser inducidas a que se alimenten de residuos agrícolas para transformarse en un compuesto resistente, ligero y aislante. No obstante, para fabricar estructuras seguras y duraderas, es fundamental controlar su crecimiento.

La especie de hongo que usan estos investigadores es el hongo de agallas hendidas o Schizophyllum commune. Crece principalmente en madera muerta, lo que plantea un riesgo potencial. El crecimiento del micelio ha de interrumpirse cuando la estructura esté completa para evitar que empiece a consumir elementos estructurales de madera.

Uno de los métodos utilizados con este objetivo hace uso de señales de la propia naturaleza: mediante la luz y la temperatura, es posible indicar a los hongos que crezcan o dejen de crecer. Una segunda estrategia implica el uso de bacterias modificadas genéticamente en la Universidad de Gante, Bélgica.

Estas bacterias proveen a los hongos de nutrientes esenciales, de modo que, al destruirlas, se interrumpe su crecimiento. Además, como defensa adicional, pueden incluso programarse para que liberen compuestos antifúngicos bajo demanda.

Materiales preparados para el futuro

Pese a que su labor no concluye hasta finales de 2026, los investigadores de Fungateria ya han conseguido demostrar que el hongo puede crecer y sobrevivir en condiciones adversas, tales como la sequía o las altas temperaturas. Este hallazgo significa que el hongo es resiliente a los posibles efectos de las fluctuaciones climáticas.

El equipo de investigación empieza a vislumbrar un horizonte en el que los edificios se construyan con madera y materia fúngica cultivada en residuos agrícolas mediante un proceso de construcción vivo.

“Puedo imaginar que en el futuro generaremos edificios enteros a partir de una estructura principal de madera y con hongos que crezcan alrededor y dentro de los marcos de madera”, argumenta Wösten.

Ante la creciente demanda mundial de soluciones sostenibles, esta investigación apunta hacia un futuro en el que la arquitectura no solo se inspira en la naturaleza, sino que se compone de ella: una arquitectura viva, adaptable y entrelazada con los ecosistemas que la rodean.

Las investigaciones descritas en este artículo han sido financiadas con fondos del programa Horizon de la UE. Las opiniones de los entrevistados no reflejan necesariamente la de la Comisión Europea.

Artículo publicado originalmente en Horizon, la revista de investigación e innovación de la Unión Europea.

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