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¿Por qué los titís y los humanos somos los únicos primates conocidos que tenemos nombres?

Un estudio reciente indica que los titís también tienen nombres, lo que aporta luz al origen del lenguaje humano

El mono tití común (Callithrix jacchus) es una especie de primate endémico de los bosques del este de Brasil.
El mono tití común (Callithrix jacchus) es una especie de primate endémico de los bosques del este de Brasil.Marcos del Mazo (LightRocket/Getty Images)
Laura Camón

Los nombres son una rareza en la naturaleza. Hasta ahora, solo teníamos noticia de cuatro animales que utilizan nombres para llamar a otros individuos: los humanos, los delfines, los loros y los elefantes. Pues bien, según un estudio recientemente publicado en la revista Science, hay otro primate al que tenemos que incluir en la lista. No se trata de un gran simio, sino del tití común (Callithrix jacchus), un monito de Brasil que nos cabría en la palma de la mano.

Confieso que este descubrimiento no me sorprendió demasiado. En 2019, asistí a un congreso de Primatología celebrado en Oxford. Recuerdo que, de las nueve charlas que había dedicadas a la comunicación, tres de ellas trataban sobre el tití. Todas hacían hincapié en que estos animales tenían unas vocalizaciones fuera de lo común, diferentes a las de otros primates.

En lo que a comunicación vocal se refiere, los humanos nos parecemos más a los loros, los elefantes o los cetáceos que al resto de primates. Nacemos sin saber hablar y vamos adquiriendo esta capacidad mediante el aprendizaje. Por el contrario, las vocalizaciones de los primates son generalmente innatas y apenas se modifican a lo largo de su vida. A pesar de haberlo intentado en múltiples ocasiones, solo hemos conseguido que algún chimpancé llegue a aprender palabras muy simples como mamá. No se puede decir que nuestros primos primates carezcan totalmente de aprendizaje vocal, pero este resulta muy limitado.

Ni siquiera los monos vervet pueden ser considerados una excepción. Estos animales adquirieron cierta fama porque producen una vocalización de alarma cuando ven a una serpiente, otra distinta cuando ven a un leopardo y otra cuando ven a un águila. Parecen palabras, como si simbolizasen a los distintos depredadores, pero ya sabemos que no lo son. Los vervet nacen sabiendo hacer estas vocalizaciones. Simplemente, los depredadores provocan en ellos diferentes tipos de emociones aversivas que les llevan a producir las distintas alarmas.

Asignar un nombre a cada uno de los distintos individuos de un grupo requiere una capacidad de aprendizaje vocal avanzada, ya que es necesario que las vocalizaciones tengan una flexibilidad, una capacidad de modificarse y generar un sonido diferente para cada individuo del grupo. Por eso, no es de extrañar que no conociéramos ningún primate no humano que tuviese nombres... hasta ahora.

Los titís han sido bastante estudiados, tanto en libertad como en el laboratorio, por tener un repertorio vocal llamativamente complejo. Las poblaciones salvajes usan por lo menos 13 vocalizaciones distintas. Mediante chillidos, silbidos y chasquidos, marcan su territorio y avisan de que han encontrado comida o de que hay depredadores a la vista. De hecho, al igual que los vervet, también diferencian entre depredadores terrestres o aéreos.

Una de sus vocalizaciones más comunes son las llamadas phee, que son utilizadas para localizar a otros individuos. Resulta que los titíes viven en pequeños grupos cohesionados y son extremadamente sociales. En la selva, la maleza a veces dificulta la unión del grupo, por lo que mediante las llamadas phee entablan diálogos de contacto con otros miembros para no perderse. Se consideran diálogos porque estas llamadas son cortas y las hacen por turnos.

Lo más llamativo de las llamadas phee es que sí que requieren cierto aprendizaje, y esto las hace más flexibles. Cuando nacen las crías, empiezan a emitir una versión inmadura de estas llamadas y, solo gracias al feedback de sus padres, van aprendiendo a pronunciarlas correctamente. El tiempo de aprendizaje requerido varía mucho entre los distintos individuos y depende en gran medida del tiempo que los padres les dedican.

Cuando hay aprendizaje, también suele haber diversidad. Varios estudios indican que las distintas poblaciones de titís tienen dialectos y que estas variaciones no se deben a que estén viviendo en ambientes diferentes o a la genética. Por el contrario, todo apunta a que los individuos aprenden los unos de los otros. Si se cambia a un tití de población, acabará hablando como sus nuevos compañeros.

Las llamadas phee

Ante todas estas evidencias, tiene sentido preguntarse si las llamadas phee varían en función del individuo al que apelan. Dicho en otras palabras, si se asemejan a los nombres humanos. Para averiguarlo, un equipo de investigación de la Universidad de Jerusalén ha analizado en varios experimentos las llamadas phee de 10 titíes en cautividad.

El procedimiento básico era el siguiente: metían a dos monos en dos recintos transparentes contiguos y les dejaban verse brevemente antes de colocar una cortina entre ellos. A continuación, las llamadas phee que emitían los titíes eran introducidas en un sistema de inteligencia artificial (Random Forest Classifiers). Este detectó diferencias entre las llamadas y pudo predecir a qué individuo iban dirigidas.

En el siguiente paso, reprodujeron las llamadas grabadas a los titíes para comprobar si estos responden a su nombre y así fue. No obstante, cada tití utilizaba un nombre diferente para referirse al mismo individuo, aunque los que pertenecían al mismo grupo se parecían mucho. De nuevo, esto sugiere que los titíes aprenden los unos de los otros.

¿Por qué los humanos y los titíes somos los únicos primates conocidos con aprendizaje vocal? Dado que ya han pasado 40 millones de años desde que nuestro linaje se separó del de los titíes, todo apunta a que estamos ante un caso de convergencia evolutiva. Esto ocurre cuando una misma característica aparece en dos grupos de organismos de manera independiente, como las alas de una mariposa y las alas de un murciélago. Lo interesante es entender qué es lo que propicia que aparezcan estas características.

Hay autores que sugieren que el aprendizaje vocal se ve favorecido en un sistema de crianza cooperativa. Entre los primates, la sociedad tití es la única, aparte de la humana, en la que familiares e individuos no emparentados ayudan de una manera activa y sistemática a los progenitores en la crianza de sus hijos. Esto es necesario porque los titís siempre tienen gemelos, situación muy demandante desde el punto de vista energético. Las madres solas no se pueden hacer cargo del par de gemelos, así que todos los miembros del grupo ayudan en el transporte y alimentación.

En nuestro caso, los humanos hacemos crianza cooperativa porque los bebés son altriciales, es decir, nacen muy poco desarrollados y son extremadamente dependientes. Por ejemplo, el cerebro de un bebé humano solo tiene un 25% del tamaño de un cerebro adulto, mientras que el cerebro de un macaco bebé ya tiene un 65%. Esto también provoca que nazcamos sin la capacidad de control vocal y que la vayamos desarrollando gracias a la influencia del entorno social.

Algunos estudios indican que los bebés humanos que producen vocalizaciones que se asemejan más al lenguaje humano, reciben una mayor atención de sus cuidadores. Por tanto, hay una presión selectiva. En este escenario, en el que hay muchos cuidadores potenciales, las crías compiten por tener más atención. Cuanto antes aprenda un bebé a hablar, mejor le irá.

Curiosamente, aunque los titís se desarrollan doce veces más rápido que los humanos, las crías también son altriciales. Debido al embarazo gemelar, se produce un retraso de la formación de los órganos durante la gestación y estas nacen menos desarrolladas que la mayoría de los primates. Entre otros rasgos, esto se aprecia en las escasas habilidades locomotoras que tienen los titís recién nacidos.

Por tanto, encontramos un paralelismo entre humanos y titís que ha podido fomentar la aparición del aprendizaje vocal: ambos nacemos altriciales en un sistema de crianza cooperativa donde los bebés compiten por atención. Esto es una hipótesis y se necesita más investigación para que sea aceptada, pero deja muy claro por qué es imprescindible estudiar el comportamiento animal para entender al ser humano.

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Sobre la firma

Laura Camón
Es comunicadora científica, graduada en Biología por la Universidad de Salamanca y Máster en Primatología por la Universitat de Girona.
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