Dos naves congeladas, casi sin batería y posadas de lado en la Luna, ¿éxito o fracaso?
Los módulos ‘SLIM’ y ‘Odiseo’, de Japón y EE UU, han aterrizado con dificultades en el satélite tras aprovechar sus presupuestos modestos
Aterrizar otra vez en la Luna después de haberlo hecho hace más de medio siglo está costando mucho. De los seis últimos intentos, solo uno —la sonda india Chandrayaan 3— tuvo éxito. Los demás, por una u otra razón, no se han catalogado como tales. Pero, ¿realmente ha sido tan desastrosa la experiencia?
Sin duda, tres misiones acabaron, efectivamente, en desastre. Primero, la Hakuto-R japonesa, cuyo altímetro se confundió por lo abrupto del paisaje y la mantuvo revoloteando a 5 kilómetros de altura hasta que agotó el combustible. Le siguió la rusa Luna 25, que se estrelló al no apagar a tiempo su retromotor durante lo que pretendía ser el primer alunizaje en el polo sur selenita, para lograr así batir por pocos días a la nave india. Después, la Peregrino, un proyecto privado con subvención de la NASA, no pudo cerrar una válvula que inyectaba gas en el tanque de combustible para ponerlo bajo presión. El depósito se agrietó y su contenido se perdió en el espacio. Sin propulsión auxiliar, no alcanzó la Luna y cayó de nuevo en la Tierra.
Japón también lo intentó en enero de este año con SLIM, un vehículo experimental solo destinado a ensayar alunizajes de precisión. La operación parecía haberse desarrollado bien, incluido el lanzamiento de dos diminutos robots equipados con cámaras de televisión justo antes de tomar tierra. Pero algo había ido mal y quedó evidente cuando uno de los robots transmitió una foto del SLIM, posado en el suelo sobre su morro. Su panel de fotocélulas, previsto para apuntar hacia el este para aprovechar el Sol había quedado orientado hacia el oeste y no generaba energía.
La telemetría y luego una imagen obtenida durante el descenso, confirmaron la razón del fallo. A 50 metros de altura, la tobera de uno de los dos motores de frenado se había desprendido y caído al suelo. Con el impulso desequilibrado, el SLIM empezó a dar volteretas mientras su sistema de orientación pugnaba por estabilizarlo. En esas condiciones tocó tierra.
Dice mucho de la habilidad de los ingenieros japoneses (y gracias a la baja gravedad lunar) que la sonda llegase al suelo en una pieza. Por buscar un símil, fue como si un automóvil perdiese una rueda delantera mientras circula a toda velocidad por la autopista. El software de aterrizaje no solo consiguió frenar lo suficiente, sino que llevó a SLIM a posarse a 60 metros del punto previsto; de no ser por la avería lo hubiese hecho diez veces más cerca.
En la Luna, el Sol sale y se pone como en la Tierra, pero su día desde alba a ocaso dura dos semanas. Solo hubo que esperar a que llegase el mediodía para que el panel fotoeléctrico volviese a recibir luz y se reanudasen las comunicaciones. El SLIM no lleva calefactores, así que nadie esperaba que sobreviviese a la gélida noche lunar. Pero para sorpresa general, al llegar el nuevo amanecer volvió a transmitir. JAXA, la agencia espacial japonesa, se otorga a sí misma —con cierta dureza— una puntuación de 60 sobre 100, un simple aprobado para este primer intento. Ahora mismo, tanto SLIM como la estadounidense Odiseo se preparan para una nueva noche con la esperanza de despertar.
El traspié de ‘Odiseo’
Como es sabido, la última misión a la Luna se hizo en febrero, por parte de Intuitive Machines, otra compañía privada bajo contrato con la NASA. Fue la Odiseo que llevaba a bordo seis experimentos tecnológicos y otras tantas cargas comerciales, entre ellas una escultura de Jeff Koons compuesta por un centenar de esferas metálicas que reproducen la Luna en diferentes fases.
El viaje de Odiseo no planteó problemas hasta poco antes de empezar la fase de aterrizaje. Los controladores del vuelo observaron que el altímetro láser no funcionaba: estaba todavía en modo de prueba y nadie había retirado las protecciones para evitar que algún técnico quedase ciego accidentalmente durante los ensayos previos al lanzamiento.
Con el altímetro inutilizado era imposible el aterrizaje. Los técnicos se vieron obligados a improvisar una solución de emergencia, aprovechando una de las cargas suministradas por la NASA, que también contenía un LIDAR y que serviría, precisamente, para medir distancia y velocidad de descenso, aunque se trataba de un equipo experimental.
El aterrizaje, bajo el improvisado control automático, fue casi normal hasta el último momento. Tocó tierra a 10 kilómetros por hora, pero con una velocidad horizontal remanente de 3 Km/h, la de un peatón. Y esa fue la causa del fallo. Al deslizarse sobre el terreno una pata tropezó con una oquedad o una roca, la nave dio un traspié y volcó.
Por pura casualidad, casi todas las cargas, instaladas en el exterior de la nave, quedaron en la parte de arriba o en los costados. También los paneles solares. La única que fue a parar debajo, quizá aplastada, fue la escultura de Koons, anclada a uno de los laterales. Al saberlo, el artista reaccionó encantado, ya que así su obra estaría aún más cerca de la Luna.
Before its power was depleted, Odysseus completed a fitting farewell transmission. Received today, this image from February 22nd showcases the crescent Earth in the backdrop, a subtle reminder of humanity’s presence in the universe.
— Intuitive Machines (@Int_Machines) February 29, 2024
Goodnight, Odie. We hope to hear from you… pic.twitter.com/RwOWsH1TSz
El fallo del altímetro impidió lanzar una cámara que debería haber filmado el aterrizaje. Aunque todavía se espera poderla expulsar más adelante para, por lo menos, tener una vista de cómo ha quedado el Odiseo. Algunos experimentos funcionarán incluso con la nave tumbada. Pero el mayor peligro por ahora es el frío. El día 29 cayó la noche sobre el cráter Malapert donde está el vehículo.
Presupuestos ajustados
¿Eran más fiables los alunizajes hace medio siglo? Los rusos lo probaron media docena de veces antes de tener éxito con una cápsula muchísimo más pequeña y simple que las actuales. Los americanos no consiguieron sus primeras fotos de la superficie hasta el séptimo intento; de hecho, el programa Ranger estuvo a punto de ser cancelado debido a la ininterrumpida cadena de fracasos. Y en cuanto a aterrizajes automáticos, fallaron en dos de sus siete lanzamientos previos al Apolo.
El aterrizaje no puede dirigirse desde la Tierra. Los cerca de 400.000 kilómetros de distancia hasta la Luna introducen un retardo de casi tres segundos entre ida y vuelta. Cuando llegara a la Tierra el aviso de que una nave está en dificultades, ya hace un segundo que se habría hecho añicos formando un nuevo cráter.
Para las empresas que los diseñan, los programas actuales son otra vez primeros ensayos, por los que es normal esperar dificultades. Si aterrizar en la Luna parecía fácil hace cincuenta años es porque a los mandos de las misiones Apolo iban humanos. Mientras todo se desarrolla como está planeado, un ordenador puede dirigir la maniobra con precisión de robot; pero cuando surge un imprevisto, dos ojos, un cerebro y su capacidad de improvisación suelen dar mejores resultados.
Además, no olvidemos que, al tratarse de programas comerciales, los presupuestos son mucho más ajustados que los que disponía la NASA en los años de su carrera contra la Unión Soviética, cuando lo importante era ganar a cualquier precio. El programa Surveyor (la primera nave automática de la NASA que se posó en la Luna) costó 5.000 millones de dólares actuales. Se estima que construir un vehículo similar hoy costaría entre 500 y 1.000 millones.
Por contra, Intuitive Machines lleva invertidos unos 250 millones en el proyecto. La NASA, en su calidad de cliente de los servicios de transporte ha aportado menos de la mitad. Más baratos aún fueron el SLIM japonés, que salió por 121 millones, los fallidos Peregrino y Berasheet, por 100 millones cada uno, o el Hakuto-R, que no pasó de 90.
Muchas empresas apuestan por la Luna como un nuevo e inminente escenario de negocio. Pero llegar allí es difícil. Y caro.
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