La hija del pastor de ovejas y la bordadora, en las quinielas para ganar el Nobel
La biofísica española Eva Nogales acaba de recibir el Premio Shaw, de más de un millón de euros, por revelar los entresijos atómicos del ser humano
La científica española Eva Nogales está en las quinielas para ganar el Nobel. Su biografía es inusual en estos galardones. “Mi padre era pastor de ovejas y mi madre era bordadora. No pudieron acabar la educación básica porque se tuvieron que poner a trabajar con 11 o 12 años”, explica Nogales, nacida hace 58 en el pueblo madrileño de Colmenar Viejo. La obsesión de sus padres era ahorrar para que sus hijos sí estudiaran. Nogales entró en la Facultad de Físicas de la Universidad Autónoma de Madrid en 1983, en plena Movida madrileña. “Había muchas fiestas, mucha droga, mucho sexo, pero yo no tenía dinero y era una empollona. La Movida me la perdí, estaba en la biblioteca”, recuerda a carcajadas. La investigadora acaba de recoger un premio de más de un millón de euros, el Shaw, entregado en Hong Kong y considerado el Nobel oriental. Uno de cada siete galardonados ha terminado ganando también el Nobel.
Todas las personas fueron primero una única célula, fruto de la unión de un óvulo y un espermatozoide. Esa célula solitaria ya tiene un ADN exclusivo, un manual con las instrucciones suficientes para multiplicarse y convertirse en un ser humano único, con 30 billones de células. Una maquinaria molecular lee ese ADN y, dependiendo de los tramos que lea, la célula se convertirá en una neurona del cerebro, en un glóbulo rojo de la sangre o en cualquier otro tipo celular. Nogales, que lleva media vida en la Universidad de California en Berkeley (Estados Unidos), ha logrado visualizar por primera vez, átomo a átomo, la enrevesada estructura de las principales proteínas que leen el ADN. Este proceso de lectura, denominado transcripción, es esencial en la vida y en la muerte. Cuando falla, puede provocar enfermedades graves, como el cáncer.
El genetista estadounidense Francis Collins, cristiano devoto y exdirector del Proyecto Genoma Humano, denomina al ADN “el lenguaje de Dios”. En la ceremonia del Premio Shaw, Eva Nogales mostró un retrato de ella misma de niña, en su primera comunión. “Yo tenía 10 años cuando murió [el dictador Francisco] Franco. Se nos criaba a todos en la religión, rezábamos todos los días en la escuela. Creíamos en el ángel de la guarda y cosas así. Yo tenía mucha fe, fui catequista, pero hubo un determinado momento en el que comencé a ser más crítica y empecé a ver agujeros, tanto desde el punto de vista teológico como social”, explica. “Entre una cosa y la otra, al final lo dejé. Las religiones existen en todos lados porque queremos dar sentido a nuestra vida y a nuestra muerte, que nos asusta. La religión tiene un papel. A mí me encantaría creer”, sostiene.
Nogales, de paso por Madrid para celebrar las Navidades con su familia en Colmenar Viejo, responde a las preguntas de EL PAÍS en una sala del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, con el que colabora.
—Usted estudia la materia de la vida a nivel atómico. ¿De qué estamos hechos?
—Pues de átomos, como todo lo demás. Nuestros átomos vienen de supernovas [explosiones de estrellas] y cosas así. Somos sobre todo carbono, oxígeno, nitrógeno e hidrógeno. El fósforo, que forma parte del ADN, también es importante. Al final estamos hechos de átomos supersencillos, pero combinados de miles de formas diferentes.
El químico estadounidense Roger Kornberg ganó el Nobel de Química de 2006 tras describir la estructura de una proteína implicada en la lectura del ADN. “La vida es química, nada más y nada menos, aunque la gente se resiste a la idea”, sentenció Kornberg en una entrevista con este periódico hace cuatro años. Eva Nogales, siendo biofísica, coincide: “La vida es química. Al final, en la biología, todo es química”. La investigadora subraya que la enorme complejidad de las proteínas de todos los seres vivos se construye con solo 20 aminoácidos, unas moléculas que actúan como 20 piezas de Lego diferentes. “Con solo 20 unidades tenemos toda la belleza de la vida, desde una bacteria a un elefante, pasando por una esponja marina”, proclama Nogales.
El Premio Shaw fue establecido en 2004 por Run Run Shaw, un magnate hongkonés del cine y la prensa, productor de míticas películas de kung-fu, como Los vengadores del Shaolin, y de éxitos mundiales, como Blade Runner. Shaw, un rico mecenas fallecido hace una década, quería recompensar a los científicos que iluminan los intrincados misterios de la naturaleza, como Eva Nogales, que ha compartido el galardón con su colega Patrick Cramer, presidente de la Sociedad Max Planck, de Alemania.
Nogales ha aprendido a dominar el criomicroscopio electrónico, un revolucionario instrumento capaz de fotografiar moléculas fundamentales para la vida a temperaturas de unos 180 grados bajo cero. Sus inventores ganaron el Nobel de Química de 2017. El equipo de Nogales realiza “un millón de fotos” de una misma proteína y combina las imágenes con superordenadores hasta obtener la estructura tridimensional, átomo a átomo. Su grupo en Berkeley ha revelado así la forma de proteínas clave, como tau, que forma ovillos dentro de las células cerebrales de las personas con alzhéimer; o la telomerasa, que se activa en las células cancerosas y hace que se multipliquen sin freno.
“No puedes arreglar un coche si no sabes cómo funciona, primero tienes que conocer su motor en condiciones normales. Y lo mismo ocurre con la naturaleza”, advierte Nogales. Su primer gran éxito científico llegó en 1998, cuando su grupo desveló la estructura de la tubulina, una proteína que actúa como el esqueleto de las células. El descubrimiento fue el tema de portada de la revista Nature, escaparate de la mejor ciencia mundial. “EL PAÍS lo contó en una página entera aquel domingo y me hice famosa en mi pueblo”, recuerda entre risas.
La biofísica también reveló en 2014 el funcionamiento del paclitaxel, un fármaco que ha salvado millones de vidas gracias a su eficacia contra el cáncer de mama, ovario y pulmón, entre otros. El medicamento —basado en un extracto de corteza de un árbol norteamericano, el tejo del Pacífico— se fija a las tubulinas y hace que las células del tumor dejen de multiplicarse. Ese mismo año, junto a su colega Jennifer Doudna, Nogales dilucidó la estructura de Cas9, una proteína clave en el revolucionario sistema de edición genética CRISPR. Doudna ganó el Nobel de Química de 2020.
La madre de Nogales, de 87 años, puede pasear orgullosa desde 2021 por una calle que lleva el nombre completo de su hija: la avenida Evangelina Nogales de la Morena, en Colmenar Viejo. Su padre falleció antes de poder verla. La biofísica se mudó a Berkeley en 1993, pero reivindica sus raíces. Al día siguiente a la entrevista con este periódico, Nogales quedó con las tres profesoras del instituto colmenareño que hicieron que se enamorase de la ciencia hace más de 40 años: Ana Cañas, que le dio clases de Física; Ana de Frutos, de Biología; y Avelina Lucas, de Matemáticas. El día que recogió el Premio Shaw en Hong Kong, Nogales subió al escenario con un mantón de Manila comprado en la Puerta del Sol de Madrid: “¡Son preciosos y no se me ocurre un complemento más español!”.
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