Sara García, astronauta de reserva y bióloga molecular: “Todavía superamos a las máquinas”
La investigadora defiende la utilidad de la presencia humana en el espacio para estudiar el envejecimiento y el cáncer, para aplicar ese conocimiento en la Tierra
Una de las aspiraciones de la ciencia y la tecnología es superar las limitaciones de la naturaleza humana. Desde las flechas de piedra que convirtieron a los humanos en el depredador más temible del planeta, pese a ser un animal bastante enclenque, a la agricultura o la invención del alcantarillado, el conocimiento y sus aplicaciones se han convertido en la principal fortaleza de nuestra especie. Cada vez que se alcanza una frontera, aparece más allá una nueva, más complicada, pero también, por eso, más atractiva.
Hoy, dos de esos límites para la naturaleza humana son el espacio y el cáncer, uno exterior, que nos ata al planeta en el que surgimos, y otro interior, que es una enfermedad que nos mata, pero inseparable de todos los mecanismos que nos mantienen vivos. En esas dos fronteras trabaja Sara García (León, 33 años), una de las reservas del nuevo equipo de astronautas de la Agencia Espacial Europea (ESA) e investigadora del Centro Nacional de Investigaciones oncológicas (CNIO), en Madrid.
Aunque reconoce que es “muy celosa de su intimidad” y le gusta “muy poco exponerse y estar con gente”, la atención que recibe de los medios desde que fue elegida por la ESA le ha dado “un altavoz” que sí le gusta “para hacer divulgación científica, para trasladar a la sociedad los beneficios de la investigación de las misiones espaciales y para animar a niñas y niños a perseguir carreras [de ciencia y tecnología]”. Dentro de esa labor de divulgación, la semana pasada participó en Madrid en el III Foro I+D de la farmacéutica Novo Nordisk, en el que varios expertos hablaban del futuro de la salud, la sostenibilidad y de la sociedad.
Pregunta. Ahora es usted más conocida como astronauta, pero, ¿cuál es su trabajo como investigadora del cáncer?
Respuesta. En el laboratorio de Mariano Barbacid, donde yo trabajo, llevan más de una década buscando dianas terapéuticas para diseñar fármacos o terapias para combatir tipos de cáncer que se sabe que están promovidos por una mutación en particular, que es la mutación en el oncogén KRAS. Después de años de investigación, han dado con una diana muy importante, porque cuando se elimina en modelos de ratón provoca la supresión tumoral y no causa toxicidad. Esa diana se denomina RAF1. Este es el punto en el que yo me incorporé en la investigación. Para poder diseñar fármacos hay que conocer un poco cómo es esa diana, cuál es su forma tridimensional, para ver qué huecos, qué vulnerabilidades tiene esa proteína, y diseñar fármacos específicos que las ataquen. Ese ha sido mi proyecto. Conseguí aislar la proteína y purificarla, que era algo que se llevaba 30 años intentando y no se había conseguido. Resolvimos la estructura atómica a un nivel de resolución muy alto y ahora mismo estamos en proceso de probar candidatos para diseñar un fármaco que consiga este efecto terapéutico.
P. ¿Cómo se puede combinar esta labor con la investigación en el espacio?
R. Considero que la investigación en microgravedad que se hace en la Estación Espacial Internacional [ISS, por sus siglas en inglés] nos puede dar una perspectiva que es imposible de reproducir en la Tierra por la gravedad. Un ejemplo: En muchos laboratorios que se dedican a la investigación oncológica se utilizan modelos que se llaman organoides o tumoroides, que son agrupaciones de células tridimensionales que reproducen de manera más o menos fiel lo que ocurriría en un tumor dentro de un ser humano. En la ISS, cuando no hay gravedad, ocurre de manera natural. No tienes que forzar ese crecimiento tridimensional frente al de dos dimensiones, que es lo que solemos hacer los investigadores en las placas de cultivo.
Otro punto interesante es que cuando las células se encuentran afectadas por la ausencia de gravedad o por la radiación cósmica que experimentan en el espacio, se pueden poner de manifiesto vulnerabilidades que a lo mejor no habíamos observado en la Tierra porque no tenemos esas condiciones. Esto nos puede dar pistas sobre vías de señalización o posibles tratamientos para combatir ese carácter tumoral de las células.
P. ¿Qué tipo de investigaciones solo se pueden llevar a cabo en el espacio?
R. Un ejemplo es la investigación relacionada con el envejecimiento. Los estudios en la ISS, en microgravedad, son como estudiar el envejecimiento de manera acelerada. No tienes que ir tomando muestras de tejido cada poco durante muchos años para ver cómo los distintos tejidos se van alterando. En seis meses, que es la duración habitual ahora de las misiones, hay muchísimos impactos en la fisiología de un ser humano que mimetizan en gran medida las patologías asociadas al envejecimiento y a la edad.
Una característica que se lleva observando desde que se empezaron las misiones espaciales es una degeneración y pérdida de masa muscular bastante grande y una degeneración y pérdida de masa ósea. Estar sometido a radiación cósmica hace que tengas más propensión a los cambios que darían lugar al cáncer, que también es una enfermedad asociada a la edad, y también se han detectado problemas de visión, tipo cataratas. Todo eso ocurre en un periodo de seis meses.
P. Hay una frase famosa del Nobel de Física Steven Weinberg, que era muy crítico sobre la utilidad de los humanos en la exploración espacial en comparación con los robots: “Irradian calor, es caro mantenerles con vida y, al contrario de las misiones robóticas, están deseando regresar a la Tierra”. Ahora que casi todas las profesiones parecen amenazadas por la inteligencia artificial y las máquinas, ¿cree que tienen futuro los humanos en el espacio?
R. Entiendo el punto y es perfectamente defendible. Pero creo que la exploración humana y la robótica no son excluyentes. De hecho, el departamento de la ESA al que pertenecemos los astronautas o los candidatos a astronautas se llama exploración humana y robótica, porque la idea es compaginar las dos. Los robots van preparando el terreno, van tomando muestras y estudiando los pormenores de cara a la llegada de los humanos
Además, si hablamos de la investigación en el envejecimiento, por ejemplo, en ese análisis de los efectos fisiológicos que tienen lugar en un ser humano, los propios astronautas son los conejillos de indias y qué mejor para reproducir lo que ocurre en un ser humano que un ser humano. E incluso, para llevar los modelos animales, de ratones, de plantas, de levaduras, necesitas un técnico que recopile esa información. Podrían emplearse robots, es cierto, pero la creatividad, la capacidad de cambiar una acción en curso, de reaccionar ante un imprevisto que no está en los protocolos, a día de hoy, creo que es mayor en los humanos que en las máquinas y quiero pensar que no cambiará. Todavía superamos a las máquinas. Sin ir más lejos, todas las misiones a la luna, con sondas y robots para recolectar muestras de regolito, fueron superadas por mucho por los astronautas de las misiones Apolo, que pudieron recolectar mucho más. La combinación de robots y humanos es muy interesante para establecer bases permanentes en la Luna. Los robots podrían hacer tareas más arriesgadas, como ir buscando la zona en la que establecer la base o taladrar para ir recogiendo recursos, y que luego los humanos hagan otros trabajos más difíciles para los robots.
P. Una pregunta muy habitual para los astronautas. El presupuesto de la ISS es de más de 3.000 millones de dólares al año. ¿Qué se saca de todo esto?
R. Yo he conocido muchas cosas que desconocía, hay infinidad de aplicaciones, como la misma tecnología del móvil con el que estás grabando la entrevista, y muchas más. Una aplicación que me ha llamado la atención tiene que ver con el desarrollo de nuevas formas de alimento para astronautas. Se sabe que la comida de astronautas tiene que estar en polvo y deshidratada, para que ocupe muy poco. Estaban trabajando con un alga verde azulada, que se llama espirulina, y aprendieron a cultivarla en condiciones de microgravedad y después deshidratarla. Todo ese sistema se vio que generaba un producto tremendamente nutritivo y daba la cantidad necesaria que un ser humano necesita de nutrientes y de vitaminas en un día. Trasladaron al Congo ese sistema de cultivo y de secado de algas, que es supersencillo. Ahora, con un gramo de polvo de esas algas, que se cultivan en unas bañeras y luego se secan, tienen todas las propiedades nutricionales y de vitaminas necesarias para sobrevivir y es una herramienta para combatir el hambre en el mundo.
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