Ave de mal agüero
A pesar de carecer de corteza cerebral, y que su estructura no es tan compleja como la que soporta nuestro circuito neuronal, el cerebro de los cuervos es capaz de funcionar de manera parecida al nuestro
Edgar Allan Poe fue enterrado en el cementerio de Baltimore, en una tumba humilde rematada por un bloque de piedra donde se podía leer Nº80. Con los años, sus restos fueron exhumados para darlos sepultura en otra tumba cercana, más ornamental y vistosa, donde se alzó un monumento fúnebre a su memoria.
En el lugar de la tumba original se puso una lápida con un cuervo tallado sobre la piedra; una alegoría que identificaba al escritor con su poema más popular: The Raven, donde un cuervo parlanchín se le aparece a un hombre roto por el dolor ante la perdida de su amada.
De un golpe abrí la puerta,
y con suave batir de alas, entró
un majestuoso cuervo
de los santos días idos.
Desde que el mundo es mundo, no existe relato donde este ave no haya aparecido como pájaro de mal agüero. Mensajero de malas noticias, representante del infortunio, al cuervo siempre se le identifica con la muerte debido a la estrecha relación que guarda con ella. Una relación que supera la dimensión mitológica y que alcanza la dimensión científica por ser los cuervos aves de inteligencia superior.
Llegan a hilar tan fino que en Japón dejan nueces en los pasos de cebra cuando los semáforos se ponen en rojo, y los coches están parados. De esta manera, cuando el semáforo se pone en verde, los coches reanudan su marcha aplastando las nueces con las ruedas, Trabajo hecho para los cuervos que las recogen cuando el semáforo se vuelve a poner en rojo y los coches paran de nuevo. David Attenborough habló de ello en un documental.
Tan astutos como rencorosos, los cuervos también pueden llegar a mostrar generosidad. Como ejemplo sirva el de una niña de 8 años, Gabi Mann, de Seattle, que saltó hace cinco años a las noticias como la amiga de los cuervos. Gabi llevaba varios años alimentando a los cuervos, repartiendo con ellos su merienda cuando iba al colegio. Los cuervos, en prueba de gratitud, la fueron obsequiando con pequeñas piezas de bisutería y cosas así como botones, tuercas y otros objetos brillantes que transportaban en sus picos.
Con estos ejemplos podemos especular acerca de una conciencia común entre los humanos y los cuervos que hubiese tenido lugar hace millones de años. De hecho, compartimos habilidades y perfidias con ellos. Sin ir más lejos, en un estudio publicado hace unos años se demostró que los cuervos poseían criterio cuantitativo, es decir, que sus redes neuronales se activan con el numérico de una manera semejante a la nuestra cuando los datos se representan de forma matemática.
A pesar de carecer de corteza cerebral, y que su estructura no es tan compleja como la que soporta nuestro circuito neuronal, el cerebro de los cuervos es capaz de funcionar de manera parecida al nuestro. Las habilidades matemáticas, junto con la articulación del lenguaje, han hecho del cuervo un animal tan cercano a la naturaleza humana como lo pueden ser los primates o los delfines.
Aunque Edgar Allan Poe desconociese los estudios científicos actuales, cuando en 1845 publicó su poema intuyó la inteligencia de este pájaro que siempre es el primero en hacer acto de presencia cuando alguien está a punto de morir. Por algo, y no por casualidad, el escritor norteamericano lo situó sobre el busto de Palas Atenea que el protagonista del poema tenía sobre el dintel de su puerta. Un cuervo posado e inmóvil sobre el busto de la diosa de la sabiduría y de las ciencias; un pájaro como el que aparece tallado en la piedra que anuncia una tumba vacía en el cementerio de Baltimore.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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