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La crisis del coronavirus
Tribuna
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La oficina poscovid

Los empresarios deberían ir pensando en abandonar la religión presencial

Javier Sampedro
Una mujer trabaja desde su casa en Barcelona.
Una mujer trabaja desde su casa en Barcelona.Enric Fontcuberta (EFE)

La mitad del personal de Facebook trabajará desde casa dentro de diez años, y Twitter ya ha anunciado a todos sus empleados que podrán teletrabajar a partir de ahora si así lo desean. Este periódico y otros llevan varios meses haciéndose en casa de los periodistas, “desde sofás y mesas de cocina”, como dice Bartleby, el analista de negocios de The Economist. Yo mismo llevo diez años trabajando en casa, como un verdadero adelantado de la normalidad pospandémica. Le ahorro al periódico un ordenador, un teléfono y cuatro metros cuadrados de suelo en un polígono. ¿Cómo será una oficina poscovid? No es seguro que vaya a ser como la de Jack Lemmon en El apartamento, ni como la Redacción del Washington Post en Todos los hombres del presidente, ni como la de EL PAÍS donde yo trabajé. Tal vez sea más bien un lugar vacío y triste como una ciudad confinada. Tal vez deje de existir en algunos casos no menores, como el de Twitter.

La transformación de los lugares de trabajo dependerá de la duración de la memoria de esta crisis. Las zonas que solo sufren un tsunami en 50 años, como Indonesia, no suelen estar preparadas para ese fenómeno devastador. Las que lo experimentan más a menudo, como Hawái, saben perfectamente lo que hacer para ponerse a salvo. Si la pandemia de covid es una en un siglo, varias generaciones se ocuparán de olvidarse de ella minuciosamente. Si nos llega una de estas cada cinco años, el recuerdo será firme y duradero, y las oficinas cambiarán enseguida y para siempre. Así que se puede decir que nuestra organización laboral depende de los caprichos de la naturaleza.

Pese a su fama de agilidad evolutiva, las empresas siempre han mostrado una extraordinaria inercia al cambio de rumbo. Aprendo de Bartleby que la invención de la máquina de vapor en el siglo XIX implicó que todo el sistema energético de una factoría debía estar centralizado en una gran planta donde se concentraban los trabajadores. La llegada de la energía eléctrica en los 1880 eliminó de un plumazo ese requisito, pero la industria tardó medio siglo en aprovecharlo. Es evidente, al menos con la ventaja retrospectiva, que no había ningún argumento racional para ello, de modo que las empresas de hace un siglo incurrieron en uno de mis conceptos económicos favoritos, el coste de oportunidad: lo que pierdes por haber dejado pasar el tren correcto.

Quizá las empresas –también las administraciones— ya llevaban años de inercia al no aprovechar la oportunidad, igual que las compañías de hace un siglo

Si muchas empresas, como la que edita este diario, han podido adaptarse en un tiempo récord al teletrabajo es porque la tecnología para hacerlo ya existía, en particular unas conexiones de banda ancha que permiten el intercambio de documentos y las videoconferencias a varias bandas. Quizá las empresas –también las administraciones— ya llevaban años de inercia al no aprovechar la oportunidad, igual que las compañías de hace un siglo. Los empresarios deberían ir pensando ahora en abandonar la religión presencial. No vaya a venir otro tsunami.

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