Secretismo infundado
Ni la oposición ni los territorios ni los ciudadanos estamos preparados para la verdad, piensa el poder político
Resulta fatigoso entender la política informativa de las Administraciones durante la crisis pandémica. Los datos ofrecidos al público han sido incompletos y paradójicos, con cada comunidad autónoma midiendo a su aire los muertos y los infectados, la autoridad sanitaria central corriendo detrás de las deficiencias locales sin poder o sin querer explicarlas de manera comprensible y una desescalada que se ha convertido en los 400 metros estilos en su fase mariposa, cuando lo más importante es poder sacar la cabeza del agua para inhalar unos cuantos votos que eviten in extremis la anoxia. Las comunidades, incluidas las del mismo signo político del Gobierno, se quejan de la falta de transparencia sobre los criterios de desescalada y del anonimato del comité científico que los recomienda. Tal vez tengan razón.
¿A qué viene tanto secretismo científico? ¿Es una inercia de la historia española, lastrada por cuatro siglos no ya de desprecio a la ciencia, sino de oposición frontal y petulante a ella? No parece que sea el caso. Entre otras muchas cosas, la pandemia nos está revelando lo mucho que nos parecemos todos los humanos en la tendencia a caer una y otra vez en los mismos errores. Ni la oposición, ni los territorios ni los ciudadanos estamos preparados para enfrentarnos al mundo tal y como es, parece pensar el poder político y económico. La transparencia sigue siendo una palabra tan fea en nuestro tiempo como lo era la Edad Media. Por mal que vayan las cosas, la gente no debe saberlo, no vayan a votar mal en las próximas elecciones y armen una escabechina política. Antes el silencio bochornoso que la verdad cristalina. Así es la política en estos tiempos de manipulación psicológica de masas. Qué pena.
David King, que fue en la década pasada el principal consejero científico de los primeros ministros laboristas Tony Blair y Gordon Brown, se enfrentó a un brote de fiebre aftosa que obligó a sacrificar a millones de vacas y ovejas en su país, y también a la pandemia del anterior coronavirus, el SARS de 2003 que afectó a una veintena de países y mató a 800 personas en el mundo. Ahora que no tiene ningún cargo público y puede hablar con claridad, se muestra muy crítico con la forma en que Boris Johnson está manejando la covid-19 en su país.
En una entrevista en Science, King sostiene que los miembros del grupo consultor científico para la emergencia (SAGE) deberían hacerse públicos, como también deberían serlo sus consejos y sus criterios. Parece evidente, ¿no? Pues no parece serlo en absoluto. Ni en el Reino Unido ni en España, es decir, ni en una potencia científica ni en un país del montón, por expresarlo de una forma diplomática. Nos llenamos la boca clamando por la difusión de la ciencia y luego, cuando ocurre un problema gordo como la pandemia, nos esforzamos para que sus argumentos sean opacos. Qué estupidez.
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