Objetos perdidos: la mercantilización de la memoria
Fui alertado de que cartas de mi padre, que habían sido escritas en prisión y que no llegaron nunca a destino, estaban siendo puestas en venta en Instagram

Hace pocos días atrás, fui alertado por el presidente de la Juventud Socialista, Francisco Saba, de que varias cartas de mi padre, que habían sido escritas en prisión y que no llegaron nunca a destino, estaban siendo puestas en venta a través de la plataforma Instagram. La alerta era brutal: esa noche, no pegué un ojo.
Contextualicemos este episodio.
Mi padre, Alfredo Joignant Muñoz, fue Intendente de Santiago y Director de la Policía de Investigaciones, nombrado en ambos cargos por el presidente Salvador Allende. Es en calidad de Director de Investigaciones que irrumpió el golpe de Estado de 1973 en nuestras vidas. Por razones milagrosas, mi padre no fue ejecutado ni detenido desaparecido: durante tres años deambuló, en medio de torturas, por diversos campos de concentración (sí, tal cual, lo que a menudo se olvida o no se quiere reconocer) y centros de detención. Es como detenido en Isla Dawson, en el extremo sur de Chile, que aparecieron tres cartas en venta por estos días, las que no llegaron nunca a destino por haber sido censuradas. Las compré. Una de esas cartas era mía (tenía nueve años, en la que le transmitía a papá mis notas en el colegio con un tono de administración escolar y de frialdad que me asombra), otra era de mi madre y la tercera de mi padre dirigida a mamá. Todas fueron retenidas por el Ejército: vaya uno a saber quién las conservó durante más de medio siglo.
Todavía me interrogo acerca de las razones de la censura.
Lo relevante de este episodio es que se trata de soportes de memoria que fueron puestos en venta, lo que significa que más allá del valor histórico, hay un valor económico detrás. Hay algo siniestro en todo esto…si no fuera porque quien las vendía es un coleccionista de artefactos de izquierdas que es conocido y visitado por militantes, no pocos dirigentes, y por quien se interesa en la historia a través de objetos y artefactos. En principio, no tengo reparos morales en que estas transacciones ocurran desde la perspectiva del coleccionista, quien visita feria tras feria buscando material memorial sobre distintas épocas y que está transitando a transformarse en reliquias. Pero de que esta venta generó una pequeña conmoción en mi familia, es innegable.
¿Cuántos objetos y soportes deben estar por allí, deambulando como fantasmas? Pues bien, esos artefactos de izquierdas se inscriben en la lógica de la historia del tiempo presente, ese perímetro temporal en el que los protagonistas pueden todavía estar vivos, aunque de modo cada vez más lejano con nuestra última catástrofe: es en ese sentido que su venta puede producir algo parecido a un shock en los familiares, especialmente cuando son cartas, diarios de vida, epistolarios.
Este episodio personal permite poner en perspectiva la importancia de lo que el historiador francés Pierre Nora llamó “lugares de memoria”, entendiendo como tales a “unidades significativas”, esto es sitios, objetos, canciones, libros, monumentos y hasta edificios, cuya historia desconocemos o hemos olvidado. Pues bien, algunos de estos sitios u objetos se encuentran extraviados. En un artículo que publicamos junto a Mauro Basaure y Manuel Gárate en la revista Memory Studies (2020), nos interrogamos acerca de los enigmas que rodean a las muertes de los expresidentes Salvador Allende y Eduardo Frei Montalva. El enigma es evidente en el caso de la causa de muerte del expresidente Frei (no tengo ninguna duda, tras haber trabajado sobre archivos, que fue asesinado), y en mucho menor medida sobre el suicidio del expresidente Allende (de lo cual tampoco tengo dudas, tras haber leído los testimonios directos de dos de sus médicos personales).
Lo que resulta enigmático en el caso de Salvador Allende, y sobre lo cual se habla poco, es que hay dos objetos perdidos: su casco y el fusil con el cual se suicidó. Hubo un tercer objeto que estuvo por mucho tiempo extraviado: sus famosos lentes, los que aparecieron (en la forma de una mitad rota) décadas después tras haber sido donados por Teresa Silva, quien los encontró a los pocos días en medio de los escombros del palacio presidencial y los conservó en una caja de galletas. Como suele ocurrir, la verdad histórica del objeto se impuso ante la versión oficial: el general Javier Palacios (quien fue el primero en ingresar al salón Independencia en donde Allende se había suicidado) había declarado el 22 de octubre de 1973 al fiscal militar que fue él quien encontró los lentes (los que habrían quedado en poder del militar). Otro objeto perdido es el fusil del ex presidente, un AK-47: lo que sabemos por información entregada por su hija Isabel, es que el fusil llegó a la Policía de Investigaciones tras el golpe para fines periciales, transitando posteriormente al Ejército, una institución que nunca ha informado con claridad qué es lo que sucedió con el arma. En cuanto al casco, no tenemos la menor idea: solo rumores de que lo tuvo un coleccionista, pero lo vendió quien sabe a quien para completar una historia de fantasía.
¿Por qué la desaparición de estos dos objetos es importante? Porque revelan una forma de ocultamiento de la historia a través de objetos extraviados en el contexto de un evento crítico (objetos que evidentemente alguien tiene, vaya uno a saber por qué razón y con qué fin). Estos ocultamientos pueden adoptar formas extremas, por ejemplo, a través de la fuga del cadáver de Benito Mussolini o de Eva Perón, o de la definitiva desaparición del cuerpo de Hitler o Ceaucescu. Estas desapariciones nos hablan de la historia del cuerpo de grandes líderes: en tal sentido, se trata de una historia por arriba. Las mismas preguntas que aquí estoy formulando aplican para quienes carecen de celebridad, historia por abajo: ejecutados políticos y detenidos desaparecidos.
La historia es perpetua, pero se puede re-escribir, la memoria es frágil y se puede olvidar.
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