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OBITUARIO
Tribuna
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En la partida de Eduardo Contreras

A dos meses de que Pinochet dejara la jefatura del Ejército después de un cuarto de siglo, Gladys Marín presentó la primera querella criminal contra el exdictador en Chile, preparada por un equipo de abogados del que Eduardo Contreras formaba parte

Eduardo Contreras Mella
El abogado chileno Eduardo Contreras Mella en una fotografía de archivo.Universidad de Chile
Mario Amorós

Eduardo Contreras Mella falleció la tarde del 26 de mayo en su hermosa casa de Ñuñoa, donde compartimos tantos momentos inolvidables. Nacido en Chillán el 7 de febrero de 1940, un año después del terremoto que había devastado la zona, desde aquel agitado abril de 1957 estudió Derecho en la Universidad de Chile, en 1962 ingresó en el Partido Comunista y al año siguiente recibió su título de abogado.

Por su autobiografía (Habitante de dos siglos. Memorias de un hombre feliz, Ceibo Ediciones, 2022), que tuve el honor de prologar, sabemos que en sus primeros pasos en el mundo judicial le correspondió participar en el equipo a cargo del caso del llamado Chacal de Nahueltoro, el joven campesino analfabeto Jorge del Carmen Valenzuela Torres, que le mostró un crudo retrato de la realidad social de su país y de sus clases dominantes.

Conoció personalmente a Salvador Allende a principios de 1964, cuando pronunció un discurso en el Centro Español de Chillán en apoyo a su tercera candidatura presidencial. Concejal desde 1967, tras las elecciones municipales de abril de 1971 fue elegido alcalde de su ciudad natal y durante su breve mandato el gran pintor Julio Escámez realizó un impresionante mural en el salón de actos de la Municipalidad, que los militares golpistas destruirían. En marzo de 1973 fue elegido diputado por Chillán, Bulnes y Yungay y llegó a aquel Congreso Nacional convertido en una trinchera por la oposición al Gobierno de la Unidad Popular. Nunca olvidó aquella sesión de la Cámara del 22 de agosto que, a propuesta de la Democracia Cristiana, aprobó la declaración sediciosa que el Partido Nacional exigía desde diciembre de 1972.

Dos semanas después, el 8 de septiembre, Eduardo Contreras publicó en El Siglo un artículo (titulado Ejemplos que alientan) en el que exhortaba, como también hacían el presidente Allende y el PC en aquellos días dramáticos, a “realizar los máximos esfuerzos por lograr la acción conjunta de todos los sectores democráticos”.

Después del golpe de Estado, se refugió en varias casas amigas en Santiago hasta que la dirigente comunista Eliana Ahumada le comunicó que debía asilarse. Logró la protección de la Embajada de Panamá, que, para poder ampliar su capacidad de acogida a los perseguidos, utilizaba también la casa del sociólogo brasileño Theotonio Dos Santos, en la calle José Domingo Cañas 1.367 de Ñuñoa... Solo un año después, la DINA convertiría aquella residencia en el siniestro Cuartel Ollagüe, uno de sus centros secretos de tortura y muerte. Hoy es un impresionante lugar de memoria.

Panamá y, sobre todo, Cuba y México fueron los lugares de un exilio de quince años en el que participó de manera incansable en la denuncia internacional de los crímenes de la dictadura militar y civil encabezada por el general Augusto Pinochet. En México, además, forjó una amistad entrañable con el escritor Poli Délano y su familia y cultivó el arte del columnismo periodístico, que desplegaría de manera magistral desde los años 90 en el semanario El Siglo, del que fue subdirector, con su Brújula política, que nunca perdió el norte…

Y la avenida Insurgentes de México DF fue el escenario de una de tantas anécdotas que poblaban su memoria, referida a un día en el que, cuando caminaba junto con Volodia Teitelboim, vieron un letrero que advertía: “Se prohíbe a los materialistas estacionarse en lo absoluto”. Dirigentes de un partido inspirado en el materialismo histórico de Karl Marx, tuvieron que preguntar a un transeúnte, que les explicó que en su país llaman materialistas a los camiones grandes que transportan materiales de construcción y que estos no podían detenerse en esa vía.

El 12 de enero de 1998, a dos meses de que Pinochet dejara la jefatura del Ejército después de un cuarto de siglo y de que, por obra y gracia de su Constitución y de las limitaciones de la Transición, se convirtiera en senador vitalicio, la secretaria general del Partido Comunista, Gladys Marín, presentó la primera querella criminal contra el exdictador en Chile, preparada por un equipo de abogados del que Eduardo Contreras formaba parte. Junto con la sorpresiva detención de Pinochet en Londres el 16 de octubre de aquel año y la “reinterpretación” del decreto-ley de Amnistía por los tribunales, aquella denuncia (instruida por el magistrado Juan Guzmán Tapia), unida a la larga lucha del movimiento de derechos humanos, cambió la historia del país.

Pinochet falleció en 2006 procesado en diferentes causas judiciales por violaciones de los derechos humanos. Y, según un informe de la Comisión Ética contra la Tortura (La justicia en la balanza. Procesos, juicios y condenas por violaciones de los derechos humanos acontecidos en Chile entre 1973 y 1990), a diciembre de 2022 habían concluido con sentencia 1.313 juicios, que afectaban a 2.191 de las 41.467 víctimas reconocidas por el Estado chileno desde el Informe Rettig (1991) hasta el Informe Valech II (2011) y que habían supuesto la condena a penas de prisión de 1.154 exagentes de los aparatos represivos de la dictadura. Sin incluir a los dieciséis agentes sentenciados a cadena perpetua, los años de condena impuestos por los tribunales de justicia sumaban un total de 28.039.

Miembro del Comité Central del PC, en 2014 la presidenta Michelle Bachelet le designó embajador en Uruguay. Y en los últimos años de su vida supo, además, transmitir su compromiso con la lucha contra la impunidad a un amplio equipo de abogados jóvenes que apoya a la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos.

Conocí a Eduardo Contreras en 1998 en Barcelona y a lo largo de los años su apoyo ha sido esencial para mi trabajo. En infinidad de ocasiones he tenido que atender a la pregunta, al parecer inevitable, acerca del origen de mi interés por Chile y su historia, que se ha plasmado en diecisiete libros. “Por Salvador Allende…”, he respondido siempre de manera sucinta. Sin embargo, hace tiempo que esta respuesta ha quedado incompleta, puesto que las razones de hoy también son seguir compartiendo la vida y el compromiso con tantos amigos y compañeros que forman parte de mi familia chilena. Será doloroso regresar a un Chile sin Eduardo. Le recordaremos siempre porque dejó una huella imborrable.

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