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Alfredo Zamudio: “Debemos crear puntos de encuentro en Chile también para aquellos que mataron y torturaron”

El director de la misión chilena del Centro Nansen para la Paz y el Diálogo defiende su propuesta de crear espacios para la memoria a 50 años del golpe militar

Alfredo Zamudio, director de la Misión en Chile del Centro Nansen, a 50 años del golpe de Estado en Chile
Alfredo Zamudio en el Museo de la Memoria en Santiago (Chile).Sofía Yanjarí
Rocío Montes

A los 12 años, en 1973, Alfredo vivía solo junto a su padre en una modesta casita en Gallinazos, un poblado al norte de Arica, en el extremo norte de Chile. Llevaban una vida simple, pobre. El día después del golpe de Estado militar de Augusto Pinochet del 11 de septiembre, el hombre fue detenido por uniformados, que lo metieron a un auto. El muchacho –“yo era un cachorro, un tanto tonto, inocente, protegido”– observó el coche que pasó delante suyo, pero no lo logró entender que era su padre ni que lo estaban llevando preso. Tampoco que pasarían años antes de que él recuperara su libertad y que volvieran a estar juntos.

–“Recién hace unos meses atrás me atreví a pararme justo en el lugar donde esto sucedió. No lo había hecho hasta ahora. Pero eso no quiere decir que no recordara esos momentos. Al contrario. Ahora, estando aquí con ustedes, debo hacer un esfuerzo para controlar mi voz y mis emociones, porque recuerdo los detalles, el ángulo del sol, la luz de ese momento, dónde y cómo estaba parado. Yo tenía solo 12 años de edad cuando terminó mi infancia y empezó lo que venía”.

Es Alfredo Zamudio (62 años, Arica), que salió al exilio en Noruega y que con los años se transformó “en un buscador de palabras para tratar de hacer algo con situaciones de conflicto, sin meter la pata”. Algo que le cuesta –confiesa, en broma– porque mide más de dos metros y calza 48. Lo hace desde el Centro Nansen para la Paz y el Diálogo, con sede en Lillehammer, a dos horas de Oslo. Además de su experiencia en este centro, Alfredo también ha trabajado para organizaciones como el Consejo Noruego de Refugiados, Naciones Unidas, Cruz Roja Noruega, en conflictos como Colombia, Bosnia, Sudán, Timor Oriental, entre otros lugares, “donde vecinos mataron vecinos, en situaciones donde el odio también tomó el control de las cosas”.

Actualmente, “el cachorro” es el director de la misión Chile del Centro Nansen que, en colaboración con las siete universidades de la región de La Araucanía, ha realizado 55 talleres de herramientas de diálogo en la zona de conflicto, donde han participado 850 personas, desde septiembre del 2021 hasta la fecha. Zamudio relata esta historia ante un auditorio lleno en el Campus San Joaquín de la Universidad Católica, en la capital chilena. Es una conversación organizada por el Centro UC para el Diálogo y la Paz, liderado por el historiador Patricio Bernedo, que lo ha invitado a contar su propuesta de crear espacios para la memoria y el reencuentro a 50 años del golpe militar chileno. Con un hablar lento –“lo heredé de mi padre, Alfredo Zamudio Concha”– relata su experiencia en Sarajevo durante los últimos días de la guerra en 1995, las historias de dolor y reconciliación en Colombia y su encuentro con Sverre Riisnæs, el ministro de Justicia de los nazis en Noruega durante la Segunda Guerra Mundial. Zamudio trabajaba en un hospital de Oslo y le tocó ayudar a asear al paciente.

–“Un viejo, quien hubiese fusilado a alguien como yo algunas décadas antes. Ahora estaba ahí, dependiendo de mi ayuda, de ser reconocido como un ser humano, para recibir un trato digno, como se lo merecía, por el solo hecho de ser un ser humano, un anciano”, recuerda Zamudio –Máster de la Escuela de Gobierno Kennedy de Harvard– ante una audiencia que lo escucha en silencio, conmovida.

Pesadillas y tartamudeos

Recordará que luego de la detención el 12 de septiembre de 1973, su padre fue condenado a 11 años de cárcel y que él quedó solo, aunque “nada sabía de cómo sobrevivir en medio de un conflicto como el que tuvimos” en Chile. Aunque ha pasado medio siglo, Zamudio rememora “con olores, colores y sentimientos la humillación de ser pobre, de ser alguien que ya no importa”. Dormir en un suelo de tierra, tapado con un saco de papas, con zapatos viejos como almohada. El hambre, las heridas en los pies de tanto caminar con zapatos viejos y rotos. Un camino a la deriva y la ayuda de amigos y familiares “que hicieron posible salir con vida de esos tres años de mucha soledad”. Los desmayos y dolores de cabeza que en diciembre de 1974 lo llevaron al hospital de Iquique, donde fue aceptado en calidad de indigente.

–”Ahí conocí a un joven soldado que estaba paralizado de la cintura para abajo y no decía mucho, pero jugamos ajedrez”, cuenta Zamudio sobre el militar, que había quedado en ese estado por lo que vio en Pisagua, un campamento de prisioneros de la dictadura. “Fue la primera vez que vi que a los que tenían armas también les pasaban cosas cuando veían violencia”.

Alfredo sufría de pesadillas y tartamudeos cuando un 15 de septiembre de 1976 su padre fue puesto en libertad gracias a las gestiones de Frode Nielsen, entonces embajador noruego. Tomaron los dos un avión con destino a Oslo –ya nunca más viviría en Chile–, donde fueron recibidos en un albergue para refugiados. “Tenía aún 15 años cuando empecé a estudiar y a recuperar el tiempo perdido”.

Hoy, a medio siglo del golpe de Estado, Zamudio cree que “una parte de los problemas que tenemos como país es que tal vez no se ve el valor de sentarse a conversar con quien piensa distinto”. Y argumenta: “Escuchar no significa aceptar lo inaceptable ni perdonar lo imperdonable. Escuchar es una forma para conocer, entender, saber. Hay que ser muy valiente para escuchar a alguien que tal vez te cuente algo que te haga cambiar de opinión”.

A Zamudio le gusta repetir un dicho noruego –es el país donde reside– y lo hace en esta conversación de esta tarde de invierno en Santiago de Chile: “Si quieres saber para dónde vas, tienes que saber de dónde vienes”. Es lo que aplica en las situaciones donde el Centro Nansen ha trabajado por 25 años en facilitación, transformación de conflictos y capacitación para el diálogo. “Cuando ha habido grandes crisis, la confianza no se reconstruye solo diciendo ‘confía en mí, hagamos un acuerdo’. Por eso hay que darles espacio a las conversaciones sobre lo que hubo, para transformar lo que hay y construir y construir lo que puede ser”. A veces, Zamudio se pregunta si lo que necesitamos en Chile es un diálogo de país, “porque tenemos tantas cosas que decirnos”.

Alfredo Zamudio.
Alfredo Zamudio.Sofía Yanjarí

¿Aunque hayan pasado 50 años? “No importa cuánto tiempo haya pasado, porque si uno cierra los ojos, el dolor está ahí. Es un color, una imagen, una voz”. Porque el trauma, explica, no es solo individual. “También puede ser colectivo, aunque el trauma colectivo no es fácil de identificar, por distintas razones”, dice. “El dolor colectivo es más invisible, porque tal vez no es conveniente para las contingencias políticas que el dolor se manifieste”.

Evita el análisis político y concretar iniciativas públicas, aunque al escucharlo parece tener claro el diagnóstico sobre su país de origen y los pasos que debería seguir. Desde octubre de 2019, la fecha del estallido social, el Centro Nansen con el apoyo del Gobierno de Noruega ha realizado en Chile 260 actividades de diálogo, como capacitaciones gratuitas, charlas y encuentros, alcanzando a más de 30.000 personas de distintos sectores de Chile, entre sociedad civil, academia, empresariado, mundo estudiantil, poderes del Estado, organismos independientes, entre otros.

–“El victimario ya no tiene poder sobre nosotros. Podemos transformar el monstruo en un ser humano que puede estar entre nosotros”, reflexiona Zamudio tras contar su propia historia y la de otros. Pero, ¿por qué hacerlo? “Porque el tiempo va pasando. Se están muriendo los que recuerdan. Necesitamos sus memorias, sus recuerdos, necesitamos que nos cuenten”.

Reconoce que no es fácil, porque, ¿acaso no está de por medio la Justicia? “Pero no se trata de justificar, ni perdonar lo imperdonable, ni de olvidar lo inolvidable, sino de resignificar lo que nos ha pasado. No podemos cambiar la historia, solo darle un espacio”. Así, dice Zamudio –que se confiesa “ateo, gracias a Dios”–“ellos tendrán el espacio que tal vez necesiten para entregar sus memorias y vivir el resto de sus vidas de una mejor forma. Eso no significa cambiar justicia por verdad, sino que además de justicia, también la verdad”.

Chile, un archipiélago

Zamudio –cuya experiencia personal tiene que ver en cómo ve los conflictos– está convencido de que “no es fácil, pero es posible, construir un futuro común con quien tiene un pasado diferente”. Y que “la historia nos muestra que el reencuentro de los pueblos no es un camino en línea recta, pero el diálogo puede dar las coordenadas para navegar en esas dificultades”. Por lo tanto, dice el director de la misión Chile del Centro Nansen, “debemos crear puntos de encuentro. También para aquellos que mataron, asesinaron, torturaron”.

Y profundiza: “Hay gente que sabe, que nunca ha hablado. Tal vez porque no desean. Tal vez porque no se atreven. Tal vez porque no saben dónde”. El diálogo se trata de un lugar donde las personas puedan llevar sus distintas realidades. “No se trata de lograr acuerdos, sino de reconstruir relaciones. Y las relaciones en nuestro pueblo necesitan repararse”.

–”El poder sanador que tiene el hablar las cosas de verdad es enorme, casi mágico”, asegura él, que conserva su castellano con algo de acento chileno. “Porque para quiénes no saben qué pasó con sus seres queridos, es necesario que quienes saben, cuenten. Es parte de la sanación de nuestro país”, explica Zamudio, aunque deja a la ciudadanía –a los que viven en Chile– la misión de “decidir si es necesario, si es útil, si se puede y cómo hacerlo”.

Considera que Chile hoy es una especie de “archipiélago de personas que no se encuentran” y que es posible pensar en un “país más colaborativo, más humano, más incluyente”. Porque “cuando escuchar certezas es lo único que importa, invitar al diálogo es un acto disruptivo, casi revolucionario”, dice Zamudio, que mezcla las dificultades de las situaciones de conflicto que le ha tocado ver de cerca con la profunda humanidad de lo cotidiano.

Lo refleja en una anécdota que recordó hace unos días a través de una red social, de la época en que era un niño sin rabia, pero desconcertado, que sufría sin zapatos los dramas de una Nación de enemigos.

–En la cárcel mi padre reparaba cosas y eso le daba ciertos privilegios, como hacerse amigo de un perrito que venía a comer de la basura. Un día no vino y con el corazón estrecho lo buscó por todas partes, hasta encontrarlo. El perrito estaba muy concentrado, mirando algo en el piso. ¿Le habrá pasado algo?, pensó mi papá. Pero todo estaba bien, el perrito sólo había estado mirando hormigas. A mi padre le salían las lágrimas de risa cada vez que me contaba. Quizás eran momentos como estos que calmaban los miedos de ser un preso de la dictadura”.

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Sobre la firma

Rocío Montes
Es jefa de información de EL PAÍS en Chile. Empezó a trabajar en 2011 como corresponsal en Santiago. Especializada en información política, es coautora del libro 'La historia oculta de la década socialista', sobre los gobiernos de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet. La Academia Chilena de la Lengua la ha premiado por su buen uso del castellano.

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