Las vidas del cineasta Miguel Littín: de clandestino disfrazado de electricista a veterano del Consejo Constitucional
El consejero socialista, responsable de proclamar el discurso inaugural del órgano constituyente chileno, recuerda sus andanzas secretas en el Congreso durante la dictadura de Pinochet, inmortalizadas en un libro de García Márquez
Miguel Littín, de 80 años, se retira el miércoles de la sede del Congreso en Santiago a un ritmo pausado. Se lo ve emocionado, casi atónito. El cineasta veterano, socialista, aceptó hace un momento el cargo de consejero constitucional para redactar una nueva Carta Magna que entierre la heredada de la dictadura de Augusto Pinochet. Al ser el mayor de los 50 integrantes del órgano tuvo, además, la responsabilidad de ofrecer el discurso inaugural en calidad de presidente provisional. Sus palabras pusieron a todos de pie: desde comunistas hasta republicanos, de la derecha extrema. Pero la carga emotiva que lo acompaña va más allá de la ceremonia. Es una carga de larga data. “Recuerdo cuando venía aquí como clandestino y ahora soy parte de la oficialidad”, afirma mientras voltea su mirada hacia el monumento histórico.
El simpatizante de la Unidad Popular de Salvador Allende tuvo que salir al exilio tras el golpe de Estado de 1973, con 30 años. Tras largos años pudo pisar nuevamente suelo chileno: “Yo, Miguel Littín, hijo de Hernán y Cristina, director de cine y uno de los cinco mil chilenos con prohibición absoluta de regresar, estaba de nuevo en mi país después de 12 años de exilio, aunque todavía exiliado dentro de mí mismo: llevaba una identidad falsa, un pasaporte falso, y hasta una esposa falsa”, se lee en el libro La aventura de Miguel Littín, clandestino en Chile, de Gabriel García Márquez. El texto, basado en conversaciones entre los dos amigos, relata las peripecias del chileno en su viaje secreto de un mes en 1985, donde rodó una película en distintas locaciones, una de ellas, la sede del Congreso en Santiago.
“Siempre he estado preocupado de la política y, al mismo tiempo, del arte, haciendo las dos cosas una sola. Yo venía como electricista en la clandestinidad. Miraba y filmaba con un equipo italiano. Recuerdo la emoción profunda de ser un clandestino en mi país después de 12 años sin saber nada de él y pisar la tierra chilena que para mí es muy importante”, recuerda a EL PAÍS en los jardines de la sede del Congreso en Santiago de Chile. Desde aquellas grabaciones ocultas en plena dictadura, Littín regresó al edificio gubernamental en un par de ocasiones junto a dirigentes comunistas emblemáticos como Volodia Teitelboim, Luis Corvalán y Gladys Marín.
El realizador del clásico del cine chileno El Chacal de Nahueltoro (1969) y dos veces nominado al Oscar por Actas de Marusia (1976) y Alsino y el cóndor (1983), no es la primera vez que entra en la arena política. Littín fue alcalde de su oriunda Palmilla, a 86 kilómetros al sur de Santiago, en dos períodos (1992-1994 y 1996-2000).
Cuando se subió a la testera este miércoles para proclamar su discurso, alzó su brazo derecho: “Estoy aquí saludándolos a todos —como nos enseñara [el poeta estadounidense Walt] Whitman— con la mano alta y perpendicular, en señal de paz, armonía y amistad”. Habló del amor a la patria y la valentía cívica. “Luchemos por el acuerdo, por la paz de la nación, seamos dignos de la tarea. De lo contrario, la historia no perdonará a quienes se dejen llevar por pasiones o revanchismos del pasado”, sostuvo. El nuevo consejero comenta a este periódico que para elaborar su arenga se leyó las 10 constituciones y “muchas cosas de autores y políticos que no han sido bien apreciados en Chile”, como Santiago Arcos y Francisco Bilbao, fundadores de la Sociedad de la Igualdad, la primera organización formal que reunió a intelectuales liberales y artesanos en el 1850.
Littín es parte de un Consejo Constitucional donde la principal fuerza política es el Partido Republicano, de extrema derecha. Sobre el contundente triunfo de la facción liderada por José Antonio Kast, el cineasta mira hacia su propio terreno político. “De alguna u otra manera tenemos culpa, hay errores que se han cometido y que hay que corregir. No podemos negar que la izquierda ha estado en un largo periodo de crisis y hay que superarla, en relación a la representatividad (...) No hemos superado una crisis que tiene que ver con los valores que proyectamos y que exhibimos frente a una humanidad que está muy desorientada”, señala. De todas formas, le quita hierro al desbalance de las fuerzas políticas en el órgano. “Nosotros siempre hemos sido minoría, con eso no hay problema. Nuestro pensamiento va a estar ahí porque es un pensamiento fuerte, robusto y con experiencia”, añade. La nueva Carta Magna, plantea el socialista, debe estar fundada en un gran acuerdo que interprete a los chilenos en todo sentido.
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